v. 1—14. La provisión hecha para las almas perecederas en el evangelio, está representada por una
fiesta real hecha por un rey, con prodigalidad oriental, en ocasión del matrimonio de su hijo. Nuestro
Dios misericordioso no sólo ha provisto el alimento, sino un festejo real para las almas que perecen
de sus rebeldes criaturas. En la salvación de su Hijo Jesucristo hay suficiente y de sobra de todo lo
que se pueda agregar a nuestro consuelo presente y dicha eterna. —Los primeros invitados fueron
los judíos. Cuando los profetas del Antiguo Testamento no prevalecieron, ni Juan el Bautista, ni el
mismo Cristo, que les dijo que el reino de Dios estaba cerca, fueron enviados los apóstoles y
ministros del evangelio, después de la resurrección de Cristo, a decirles que iba a venir y
persuadirlos para que aceptaran la oferta. La razón del por qué los pecadores no van a Cristo y a la
salvación por Él no es que no puedan, sino que no quieren. Tomarse a la ligera a Cristo y la gran
salvación obrada por Él, es el pecado que condena al mundo. Ellos fueron indiferentes. Las
multitudes perecen para siempre por pura indiferencia sin mostrar aversión directa, pero son
negligentes acerca de sus almas. Además, las actividades y el provecho de las ocupaciones
mundanas estorban a muchos para cerrar trato con el Salvador. Campesinos y mercaderes deben ser
diligentes, pero cualquiera sea la cosa del mundo que tengamos en nuestras manos, debemos poner
cuidado en mantenerla fuera de nuestros corazones, no sea que se interponga entre nosotros y Cristo.
—La extrema ruina sobrevenida a la iglesia y a la nación judía está representada aquí. La
persecución de los fieles ministros de Cristo llena la medida de la culpa de todo pueblo. No se
esperaba la oferta de Cristo y la salvación de los gentiles; fue tanta sorpresa como sería que se
invitara a una fiesta de boda real al caminante. El designio del evangelio es recoger almas para
Cristo; a todos los hijos de Dios esparcidos por todos lados, Juan x, 16; xi, 52. —El ejemplo de los
hipócritas está representado por el invitado que no tenía traje de boda. Nos concierne a todos
prepararnos para el juicio; y los que, y sólo los que se vistan del Señor Jesús, que tengan el
temperamento mental cristiano, que vivan por fe en Cristo y para quienes Él es el todo en todo,
tienen la vestimenta para la boda. La justicia de Cristo que nos es imputada y la santificación del
Espíritu son, ambas, por igual necesarias. Nadie tiene el ropaje de boda por naturaleza ni puede
hacérselo por sí mismo. Llega el día en que los hipócritas serán llamados a rendir cuentas de todas
sus intrusiones presuntuosas en las ordenanzas del evangelio y de la usurpación de los privilegios del
evangelio. Echadlo a las tinieblas de afuera. Los que andan en forma indigna del cristianismo,
abandonan toda la dicha que proclaman presuntuosamente. —Nuestro Salvador pasa aquí desde la
parábola a su enseñanza. Los hipócritas andan a la luz del evangelio mismo camino a la extrema
oscuridad. Muchos son llamados a la fiesta de boda, esto es, a la salvación, pero pocos tienen el
ropaje de la boda, la justicia de Cristo, la santificación del Espíritu. Entonces, examinémonos si
estamos en la fe y procuremos ser aprobados por el Rey.