Vv. 1—6. Después de Malaquías no hubo profeta hasta Juan el Bautista. Apareció primero en el
desierto de Judea. No era un desierto deshabitado, sino parte del país, no densamente poblado ni
muy aislado. Ningún lugar es tan remoto como para excluirnos de las visitas de la gracia divina. —
Predicaba la doctrina del arrepentimiento: “Arrepentíos”. La palabra aquí usada implica un cambio
total de modo de pensar: un cambio de juicio, de la disposición, y de los afectos, una inclinación
diferente y mejor del alma. Consideren sus caminos, cambien sus sus pensamientos: han pensado
mal; piensen de nuevo y piensen bien. Los penitentes verdaderos tienen pensamientos de Dios y de
Cristo, del pecado y de la santidad, de este mundo y del otro, diferentes de los que que tuvieron. El
cambio del pensamiento produce un cambio de camino. Este es el arrepentimiento del evangelio, el
cual se produce al ver a Cristo, al captar su amor, y de la esperanza de perdón por medio de Él. Es un
gran estímulo para que nosotros nos arrepintamos; arrepentíos, porque vuestros pecados serán
perdonados si os arrepentís. Volveos a Dios por el camino del deber, y Él, por medio de Cristo, se
volverá a vosotros por el camino de la misericordia. Ahora es tan necesario que nos arrepintamos y
nos humillemos para preparar el camino del Señor, como lo era entonces. Hay mucho que hacer para
abrir camino para Cristo en un alma, y nada más necesario que el descubrimiento del pecado, y la
convicción de que no podemos ser salvados por nuestra propia justicia. El camino del pecado y de
Satanás es un camino retorcido, pero para preparar un camino para Cristo es necesario enderezar las
sendas, Hebreos xii, 13. —Quienes tienen por actividad llamar a los demás a lamentar el pecado y a
mortificarlo, deben llevar una vida seria, una vida de abnegación y desprecio del mundo. Dando a
los demás este ejemplo, Juan preparó el camino para Cristo. —Muchos fueron al bautismo de Juan,
pero pocos mantuvieron la profesión que hicieron. Puede que haya muchos oyentes interesados, pero
pocos creyentes verdaderos. La curiosidad y el amor de la novedad y variedad pueden llevar a
muchos a oír una buena predicación, siendo afectados momentaneamente, a muchos que nunca se
someten a su autoridad. Los que recibieron la doctrina de Juan, testificaron su arrepentimiento
confesando sus pecados. Están listos para recibir a Jesucristo como su justicia sólo los que son
llevados con tristeza y vergüenza a reconocer su culpa. Los beneficios del reino de los cielos, ahora
ya muy cerca, les fueron sellados por el bautismo. Juan los purificó con agua, en señal de que Dios
los limpiaría de todas sus iniquidades, dando a entender con esto que, por naturaleza y costumbre,
todos estaban contaminados y no podían ser recibidos en el pueblo de Dios a menos que fueran
lavados de sus pecados en el manantial que Cristo iba a abrir, Zacarías xiii, 1.