Vv. 9—12. Cuánto gozo sintieron estos sabios al ver la estrella, nadie lo sabe tan bien como
quienes, después de una larga y triste noche de tentación y abandono, bajo el poder de un espíritu de
esclavitud, al fin reciben el Espíritu de adopción, dando testimonio a sus espíritus que son hijos de
Dios. Podemos pensar qué desilusión fue para ellos cuando encontraron que una choza era su
palacio, y su propia y pobre madre era la única servidumbre que tenía. Sin embargo, estos magos no
se creyeron impedidos, porque habiendo hallado al Rey que buscaban, le ofrecieron sus presentes.
Quien busca humilde a Cristo no tropezará si lo halla a Él y a sus discípulos en chozas oscuras,
después de haberlos buscado en vano en los palacios y ciudades populosas. —¿Hay un alma ocupada
en buscar a Cristo? ¿Querrá adorarlo y decir, ¡sí!, yo soy una criatura pobre y necia y nada tengo que
ofrecer? ¡Nada! ¿No tienes un corazón, aunque indigno de Él, oscuro, duro y necio? Dáselo tal como
es, y prepárate para que Él lo use y disponga como le plazca; Él lo tomará, y lo hará mejor, y nunca
te arrepentirás de habérselo dado. Él lo modelará a su semejanza, y Él mismo se te dará y será tuyo
para siempre. —Los presentes de los magos eran oro, incienso, y mirra. La providencia los mandó
como socorro oportuno para José y María en su actual condición de pobreza. Así, nuestro Padre
celestial, que sabe lo que necesitan sus hijos, usa a algunos como mayordomos para suplir las
necesidades de los demás y proveerles aun desde los confines de la tierra.