Vv. 5—8. Moisés obedeció esta orden de Dios con la misma disposición con que obedeció
cualquier otra, aunque esta parecía más dura. Esto se parece a nuestro Señor Jesucristo. Pero Moisés
murió con honra, en paz y de una manera más fácil; el Salvador murió sobre la desgraciada y
torturante cruz. Moisés murió con toda facilidad; él murió “conforme a la palabra de Jehová”,
según la voluntad de Dios. Cuando los siervos del Señor han hecho todas sus demás obras, deben
morir por fin, y estar dispuestos a irse a casa, cuando su Amo manda por ellos, Hechos xxi, 13. No
se conoce el lugar de su tumba. Si el alma está reposando con Dios tiene poca importancia donde
repose el cuerpo. No hubo declinación en la fuerza de su cuerpo, ni del vigor y actividad de su
mente; su entendimiento y su memoria eran tan claros como siempre. Esta fue la recompensa de sus
servicios, el efecto de su mansedumbre extraordinaria. —Hubo duelo solemne por él. Sin embargo,
por grande que sea nuestra pérdida, no debemos entregarnos al dolor. Si esperamos ir al cielo
regocijándonos, ¿por qué hemos de ir a la tumba lamentándonos?