Vv. 45, 46. Cuando el sacerdote declaraba inmundo al leproso, se ponía fin a su actividad en el
mundo, apartado de sus amistades y familiares, y le arruinaba toda la comodidad que pudiera tener
en el mundo. Debía humillarse bajo la poderosa mano de Dios, sin insistir en su limpieza, cuando el
sacerdote lo declaraba inmundo, y aceptar el castigo. Así debemos asumir la vergüenza que nos
corresponde y con el corazón quebrantado calificarnos de: “Inmundo, inmundo”. Corazón inmundo,
vida inmunda; inmundo por la corrupción original, inmundo por la transgresión presente; inmundo,
por tanto merecedor de estar por siempre apartado de la comunión con Dios y sin esperanza de
felicidad en Él; inmundo, por tanto, deshecho, si no interviniera la misericordia infinita. —El leproso
debe advertir a los demás que se cuiden y no se acerquen. Entonces, debe ser expulsado del
campamento y, después, cuando llegaran a Canaán, debía ser expulsado de la ciudad, pueblo o aldea
donde vivía, y habitar solamente con quienes eran leprosos como él. Esto tipificaba la pureza que
debe haber en la iglesia evangélica.