Vv. 12—16. La sal se necesita en todas las ofrendas. Aquí Dios les insinúa que sus sacrificios,
en sí mismos, son insípidos. Todos los servicios religiosos deben estar sazonados con la gracia. El
cristianismo es la sal de la tierra. —Se dan instrucciones sobre la ofrenda de las primicias en la
cosecha. Si un hombre, con gratitud por la bondad de Dios al darle una cosecha abundante, estaba
dispuesto a presentar una ofrenda a Dios, que traiga los primeros frutos maduros y espigas. Lo que
se llevara a Dios debía ser lo mejor de su clase, aunque solo fueran espigas verdes de trigo. —Sobre
ellos había que poner aceite e incienso. La sabiduría y la humildad suavizan y endulzan el espíritu y
el servicio de la gente joven, y así sus espigas verdes de trigo serán aceptables. Dios se agrada en las
primicias maduras del fruto del Espíritu y en las expresiones de temprana piedad y devoción. El
amor santo a Dios es el fuego en que deben hacerse todas nuestras ofrendas. El incienso denota la
mediación e intercesión de Cristo, por medio de quien es aceptado nuestro servicio. Bendito sea Dios
que tenemos la sustancia, de la cual estas observancias eran solo sombras. Hay una excelencia en
Cristo y en su obra como Mediador, que ningún tipo ni sombra pueden representar plenamente.
Nuestra dependencia en esto debe ser tan completa que nunca lo perdamos de vista en lo que
hagamos, si hemos de ser aceptos a Dios.