Vv. 34—38. La nube cubrió el tabernáculo aun en el día más claro; no era una nube que el sol
desvanece. La nube era una señal de la presencia de Dios para ser vista día y noche por todo Israel,
para que nunca volvieran a preguntarse, ¿está o no el Señor entre nosotros? Dirigió el campamento
de Israel a través del desierto. Mientras la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos descansaban;
cuando se levantaba, ellos la seguían. —La gloria del Señor llenaba el tabernáculo. La shekiná se
hacía visible en forma de luz y fuego: Dios es Luz; nuestro Dios es Fuego consumidor. Pero tan
deslumbrante era la luz y tan temible el fuego, que Moisés no podía entrar a la tienda de la reunión
hasta que disminuía el resplandor. Pero lo que Moisés no pudo hacer, nuestro Señor Jesús lo hizo a
quien Dios hizo acercarse; Él nos ha invitado a entrar confiadamente al trono de la gracia. Enseñados
por el Espíritu Santo a seguir el ejemplo de Cristo, y a depender de Él, a participar de sus ordenanzas
y obedecer sus preceptos, seremos guardados de perder el camino, y seremos guiados en medio de
las sendas de juicio, hasta que lleguemos al cielo, la habitación de su santidad. ¡Bendito sea Dios por
Jesucristo!