Vv. 12—17. Las leyes de la SEGUNDA tabla, esto es, los últimos seis de los diez
mandamientos, afirman nuestro deber para con nosotros mismos y de unos a otros, y explican el gran
mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, Lucas x, 27. La santidad y la honestidad deben
ir juntas. —El quinto mandamiento se refiere a los deberes hacia nuestros parientes. “Honra a tu
padre y a tu madre”, incluye estimarlos, lo que se demuestra en nuestra conducta, en la obediencia a
sus mandatos legítimos: ir cuando os llamen, ir donde os envíen, hacer lo que os pidan, refrenarse de
lo que os prohiban; y esto, como hijos, hacerlo alegremente a partir de un principio de amor.
Además, la sumisión a sus consejos y correcciones. Esforzarse en todo para dar comodidad a los
padres y hacer fácil su vejez; mantenerlos si necesitan sostenimiento, cosa que nuestro Salvador hace
que esté particularmente comprendida en este mandamiento, Mateo xv, 4–6. Los observadores
acuciosos han notado una bendición peculiar en cosas temporales para los hijos obedientes y lo
inverso para los hijos desobedientes. —El sexto mandamiento requiere que consideremos la vida y
seguridad de los demás así como tenemos consideración por la propia. Los magistrados y sus
oficiales, y los testigos que dan testimonio de la verdad, no rompen este mandamiento. La defensa
propia es legítima, pero mucho de lo que las leyes del hombre no consideran homicidio, lo es ante
Dios. Las pasiones furiosas suscitadas por la ira o por la ebriedad no son excusa: mucho más
culpable es el asesinato en los duelos, que son el efecto horrible de un soberbio espíritu vengativo.
Toda lucha, sea por salario, por renombre o por ira y maldad, viola este mandamiento, y es
homicidio el derramamiento de sangre resultante. Puede incluirse allí el tentar a los hombres al vicio
y a los delitos que acortan la vida. La mala conducta, como la que puede romper el corazón de
padres, esposas u otros parientes, o acortarles la vida, es una transgresión de este mandamiento.
Prohíbe toda envidia, maldad, odio o ira, todo lenguaje provocador o insultante. Aquí se prohíbe la
destrucción de nuestra propia vida. Este mandamiento requiere un espíritu de bondad, paciencia y
perdón. —El séptimo mandamiento se refiere a la castidad. Debemos temer tanto eso que contamina
el cuerpo como aquello que lo destruye. Lo que tiende a contaminar la imaginación o a despertar
pasiones, queda bajo esta ley, como son los retratos obscenos, libros o conversaciones impuros, o
cualquiera otra materia afín. —El octavo mandamiento es la ley del amor en cuanto al respeto de la
propiedad ajena. La porción de cosas de este mundo que se nos ha asignado, en tanto se obtenga en
forma honesta, es el pan que Dios nos ha dado; por lo cual debemos estar agradecidos, contentos y,
en el uso de medios legítimos, confiar en la providencia para el futuro. Aprovecharse de la
ignorancia, la comodidad o la necesidad del prójimo, y muchas otras cosas, quebrantan la ley de
Dios, aunque la sociedad no vea culpa en ello. Los saqueadores de reinos, aunque estén por encima
de la justicia humana, quedan incluidos en esta sentencia. Defraudar al público, contraer deudas sin
pensar en pagarlas o evadir el pago de las deudas justas, la extravagancia, vivir de la caridad cuando
no es necesario, toda opresión del pobre en sus salarios; estas y otras cosas quebrantan este
mandamiento, que exige el trabajo, la frugalidad y el contentamiento, y tratar a los demás como
quisiéramos que ellos nos traten a nosotros en cuanto al patrimonio de este mundo. —El noveno
mandamiento se preocupa de nuestro buen nombre, del propio y del prójimo. Prohíbe hablar
falsamente de cualquier cosa, mentir, hablar con equívocos y planear o pretender engañar en
cualquier forma a nuestro prójimo. Hablar injustamente contra nuestro prójimo, dañar su reputación.
Dar falso testimonio contra él o, en la conversación corriente, calumniar, murmurar y andar con
chismes; tergiversar lo que se ha hecho, exagerar, y pretender de cualquier forma mejorar nuestra
reputación degradando la fama del prójimo. ¡Cuántas veces quebrantan a diario este mandamiento
personas de todos los rangos! —El décimo mandamiento golpea la raíz: “No codiciarás”. Los otros
prohíben todo deseo de hacer lo que será un daño para nuestro prójimo; este prohíbe todo deseo
ilícito de tener lo que nos produzca placer a nosotros mismos.