Vv. 32—36. Habiendo Dios provisto el maná para que fuera el alimento de su pueblo en el
desierto, debían guardar una cantidad como recuerdo. El pan comido no debe olvidarse. Los
milagros y las misericordias de Dios son para recordarlos. La palabra de Dios es el maná por el cual
se nutren nuestras almas, Mateo iv, 4. Las consolaciones del Espíritu son maná escondido,
Apocalipsis ii, 17. Estas vienen del cielo, como el maná, y son el sustento y el consuelo de la vida
divina en el alma, mientras estamos en el desierto de este mundo. Cristo en la palabra es para
aplicarlo al alma y los medios de gracia son para usarse. Cada uno de nosotros debe juntar para sí
mismo y debe hacerlo en la mañana de nuestros días, la mañana de nuestras oportunidades; si lo
dejamos irse, puede que se haga muy tarde para recoger. El maná no es para acumularlo sino para
comérselo; quienes han recibido a Cristo deben vivir por fe en Él, y no recibir en vano su gracia.
Hubo maná suficiente para todos, suficiente para cada uno, y nadie tuvo demasiado; así, pues, en
Cristo hay suficiente pero no más de lo que necesitamos. Los que comieron maná, volvieron a tener
hambre, murieron finalmente, y de muchos de ellos no se agradó Dios; mientras los que se
alimentaron de Cristo por fe, nunca volverán a tener hambre ni morirán jamás y de ellos se agradará
Dios para siempre. Busquemos fervorosamente la gracia del Espíritu Santo para que convierta todo
nuestro conocimiento de la doctrina de Cristo crucificado en el alimento espiritual de nuestras almas
por fe y amor.