Vv. 21—29. La plaga de las tinieblas traída sobre Egipto fue una plaga espantosa. Era oscuridad
que podía palparse, tan espesa era la niebla. Asombraba y aterraba. Continuó por tres días: seis
noches de una sola vez; hasta los palacios más iluminados eran como mazmorras. Ahora Faraón tuvo
tiempo para considerar si él lo hubiera hecho mejor. Las tinieblas espirituales son esclavitud
espiritual; mientras Satanás ciega los ojos de los hombres para que no vean, les ata de pies y manos
para que no trabajen para Dios ni se muevan hacia el cielo. Ellos se sientan en tinieblas. Era justo
que Dios los castigara así. La ceguera de su mente les acarreó la oscuridad del aire; nunca estuvo tan
cegada la mente como la de Faraón; nunca el aire estuvo tan entenebrecido como en Egipto. Hay que
temer las consecuencias del pecado; si tres días de tinieblas fueron tan espantosos, ¿cómo serán las
tinieblas eternas? —Los hijos de Israel tenían, al mismo tiempo, luz en sus viviendas. No debemos
pensar que participamos de las misericordias comunes como algo que se da por sentado y, por tanto,
que no debemos gratitud a Dios por ellas. Ellas demuestran el favor particular que Él demuestra a su
pueblo. Sin duda que hay luz donde hay un israelita, donde hay un hijo de luz, aunque sea en este
mundo de tinieblas. Cuando Dios hizo esta diferencia entre los israelitas y los egipcios, ¿quién no
hubiera preferido la pobre choza de un israelita al hermoso palacio de un egipcio? Hay una
diferencia real entre la casa del impío que está bajo maldición y la vivienda del justo que es
bendecido. —Faraón renovó su tratado con Moisés y Aarón y consintió en que llevaran a sus hijos,
pero dejando el ganado. Es común que los pecadores regateen con Dios Todopoderoso; así tratan de
burlarse de Él, pero se engañan a sí mismos. Las condiciones de la reconciliación con Dios han sido
fijadas de modo que, aunque los hombres las discutan por largo tiempo, no pueden alterarlas ni
rebajarlas. Tenemos que cumplir las exigencias de la voluntad de Dios; no podemos esperar que Él
condescienda a los términos que dicte nuestra lujuria. Debemos consagrar todas nuestras
pertenencias mundanas, con nosotros mismos y nuestros hijos, al servicio de Dios; nosotros no
sabemos qué uso hará Él de alguna parte de lo que tenemos. —Faraón se retiró abruptamente de la
conferencia y resolvió no hacer más tratos. ¿Se había olvidado de la frecuencia con que mandaba
traer a Moisés para que lo aliviara de sus plagas? ¿Ahora había que decirle que no viniera más?
¡Vana maldad! ¡Amenazar con la muerte, a quien estaba armado con tamaño poder! ¡A qué punto
llevará a los hombres la dureza de su corazón y el desprecio por la palabra de Dios y sus
mandamientos! Después de esto Moisés no volvió a venir hasta que lo mandaron llamar. Cuando los
hombres echan de sí la palabra de Dios Él los entrega justamente a sus propios engaños.