Vv. 1—7. Dios quiere que Israel sea liberado; Faraón se opone, y está en juego de quién es la
palabra que prevalecerá. La mano del Señor cae de inmediato sobre el ganado, mucho del cual,
algunos de todas las clases, muere por un tipo infeccioso de enfermedad. Esto fue una gran pérdida
para sus dueños; ellos habían empobrecido a Israel y, ahora, Dios los empobrecía a ellos. Debe verse
la mano de Dios aun en la enfermedad y la muerte del ganado, porque no cae un gorrión a tierra sin
la voluntad de nuestro Padre. Nada del ganado de los israelitas moriría; el Señor iba a marcar la
diferencia. El ganado murió. Los egipcios adoraban a su ganado. Lo que nosotros idolatramos Dios
considera justo quitárnoslo. —Este tirano orgulloso y cruel opresor merecía un trato ejemplar de
parte del justo Juez del universo. Nadie que sea castigado conforme a lo que merece, puede quejarse
con justicia. La dureza del corazón denota un estado mental en el cual no hacen impresión
perdurable las amenazas ni las promesas, los juicios ni las misericordias. La conciencia está
endurecida y el corazón lleno de orgullo y presunción, de modo que ellos persisten en la
incredulidad y la desobediencia. Este estado mental también se llama el corazón de piedra. Muy
diferente es el corazón de carne, el corazón contrito y humillado. Los pecadores no tienen que culpar
a nadie, sólo a sí mismos, por el orgullo e impiedad que abusa de la generosidad y la paciencia de
Dios. Porque sea como fuere que el Señor endurece los corazones de los hombres, siempre es como
un castigo de pecados previos.