Vv. 1—8. En el Antiguo Testamento son pocos los que vinieron al mundo con tantas expectativas
como Isaac. En esto fue un tipo de Cristo, esa Simiente que el santo Dios prometiera mucho tiempo
antes y que los hombres santos esperaron por tanto tiempo. Nació conforme a la promesa en el
momento designado del cual Dios había hablado. Las misericordias prometidas por Dios ciertamente
llegarán en el momento que Él determina y ese es el mejor momento. Isaac significa “risa” habiendo
buena razón para el nombre, capítulo xvii, 17; xviii, 13. Cuando el Sol del consuelo se levanta en el
alma, es bueno recordar cuán bien recibida fue el alba del día. —Cuando Sara recibió la promesa, se
rió con desconfianza y duda. Cuando Dios nos da las misericordias de las que empezamos a
desesperar, debiéramos recordar con pena y vergüenza nuestra pecadora desconfianza en su poder y
promesa, cuando estábamos en busca de ellas. —Esta misericordia llenó a Sara con gozo y asombro.
Los favores de Dios para su pueblo del pacto son tales que superan sus propios pensamientos y
expectativas como también los ajenos: ¿quién podía imaginar que Él hiciera tanto por aquellos que
merecen tan poco, más aun, para aquellos que merecen recibir el mal? ¿Quién hubiera dicho que
Dios enviaría a su Hijo a morir por nosotros, su Espíritu para hacernos santos, sus ángeles para
servirnos? ¿Quién hubiera dicho que pecados tan grandes serían perdonados, que servicios tan
mezquinos serían aceptados y que gusanos tan indignos serían integrados en el pacto? —Se hace un
breve relato de la infancia de Isaac. Hay que reconocer la bendición de Dios sobre la crianza de los
niños y su preservación a través de los peligros de la edad infantil, como ejemplo de señales del
cuidado y ternura de la providencia divina. Vea Salmo xxii, 9, 10; Oseas xi, 1. 2.