Vv. 1—3. Dios eligió a Abram y lo separó de entre sus congéneres idólatras para reservar un pueblo
para sí, entre los cuales se mantuviese la verdadera adoración hasta la venida de Cristo. Desde aquí
en adelante Abram y su simiente son casi el único tema de la historia de la Biblia. Se probó a Abram,
si amaba a Dios más que a todo y si podía dejar voluntariamente todo para ir con Dios. Sus parientes
y la casa de su padre eran una constante tentación para él; no podía seguir entre ellos sin el riesgo de
ser contaminado por ellos. Quienes dejan sus pecados y se vuelven a Dios ganarán lo indecible con
el cambio. —La orden que Dios dio a Abram es en gran medida igual que el llamamiento del
evangelio, porque los afectos naturales debe ceder el paso a la gracia divina. El pecado y todas sus
oportunidades deben abandonarse, en particular, las malas compañías. —He aquí muchas promesas
grandes y preciosas. Todos los preceptos de Dios van acompañados de promesas para el obediente.
—1. Haré de ti una nación grande. Cuando Dios sacó a Abram de su pueblo, prometió hacerle
cabeza de otro pueblo. —2. Te bendeciré. Los creyentes obedientes estarán seguros de heredar la
bendición. —3. Engrandeceré tu nombre. El nombre de los creyentes obedientes ciertamente será
engrandecido. —4. Serás bendición. Los hombres buenos son bendición para sus países. —5.
Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré. Dios se ocupará de que nadie
sea perdedor por algún servicio hecho en favor de su pueblo. —6. En ti serán benditas todas las
familias de la tierra. Jesucristo es la gran bendición del mundo, la más grande que el mundo haya
poseído jamás. Toda verdadera bienaventuranza en el mundo ahora o que alguna vez llegue a tener,
se debe a Abram y su descendencia. Por medio de ellos tenemos una Biblia, un Salvador y un
evangelio. Ellos son la cepa sobre la cual ha sido injertada la iglesia cristiana.
Abram creyó que la bendición del Todopoderoso supliría todo lo que él pudiera perder o dejar
atrás, satisfaría todas sus carencias y respondería, más aun, sobrepasaría todos sus deseos, y sabía
que nada sino la desgracia seguiría a la desobediencia. Este tipo de creyentes, justificados por fe en
Cristo, tienen paz con Dios. —Ellos siguen en su camino a Canaán. No se desalientan por las
dificultades del camino ni son arrastrados fuera del camino por los deleites que encuentran. Los que
se dirigen al cielo deben perseverar hasta el fin. Los que emprendemos el camino en obedeciencia a
la orden de Dios y atendiendo humildemente su providencia, ciertamente triunfaremos y finalmente
tendremos consuelo. Canaán no era, como otras tierras, una simple posesión externa, sino un tipo del
cielo y, en este sentido, los patriarcas la apreciaban fervientemente