Vv. 8—15. La maldad del corazón termina en el asesinato hecho con las manos. Caín mató a
Abel, su propio hermano, el hijo de su propia madre, a quien debiera haber amado; a su hermano
menor, a quien debiera haber protegido; un hermano bueno, que nunca le había hecho nada malo.
¡Qué efectos fatales del pecado de nuestros primeros padres fueron estos, y cómo deben de haberse
llenado de angustia sus corazones! Observe el orgullo, la incredulidad y la soberbia de Caín. Niega
el crimen, como si pudiera ocultarlo de Dios. Trata de tapar un homicidio deliberado con una
mentira deliberada. El asesinato es un pecado que clama. La sangre pide sangre, la sangre del
asesino por la sangre del asesinado. —¿Quién conoce el alcance y el peso de una maldición divina,
cuán lejos llega, cuán profundo penetra? Los creyentes se salvan de ella sólo en Cristo, y heredan la
bendición. Caín fue maldecido por la tierra. Él halló su castigo ahí donde eligió su suerte y puso su
corazón. Toda criatura es para nosotros lo que Dios la haga, un consuelo o una cruz, una bendición o
una maldición. La maldad del malo trae maldición a todo lo que hacen y a todo lo que tienen. —Caín
se queja, no de su pecado, sino de su castigo. Se muestra gran dureza de corazón cuando nos
preocupan más nuestros sufrimientos que nuestros pecados. Dios tiene propósitos sabios y santos al
prolongar las vidas hasta de los hombres más malos. Vano es inquirir cuál fue la señal puesta sobre
Caín. Indudablemente era conocida tanto como marca de infamia sobre Caín, y como señal de Dios
para que no lo mataran. —Abel hablaba aún estando muerto. Habla de la odiosa culpa del crimen y
nos avisa que debemos reprimir los primeros accesos de ira y nos enseña que el justo debe esperar
persecución. También, que hay un estado futuro y una recompensa eterna para disfrutar, por fe en
Cristo y su sacrificio expiatorio. Él nos habla de la excelencia de la fe en el sacrificio y la sangre
expiatoria del Cordero de Dios. Caín mató a su hermano porque sus propias obras eran malas y las
de su hermano, justas, 1 Juan iii, 12. Como consecuencia de la enemistad puesta entre la Simiente de
la mujer y la simiente de la serpiente estalló la guerra, que se ha librado continuamente desde
entonces. En esta guerra estamos todos comprometidos, nadie es neutral; nuestro Capitán ha
declarado que él que no es conmigo, contra mí es. Apoyemos decididamente, pero con
mansedumbre, la causa de la verdad y justicia contra Satanás