La lectura de los oráculos de juicio de los profetas son todo un desafío. Muchas discusiones populares y académicas sobre estos textos los ven como promotores de xenofobia y violencia injustificable. Los oráculos de juicio del Antiguo Testamento abandonaron el escenario de la historia hace mucho tiempo. ¿Siguen siendo relevantes para nosotros?
Afortunadamente, lo son. Los profetas presentan sus críticas a las naciones con una delicadeza teológica que nos ayuda a comprender su significado tanto en aquel momento como ahora. Podemos matizar las críticas y agudizar nuestra comprensión de las mismas respondiendo a dos preguntas clave: ¿Quién debe ser castigado y por qué?
Los oráculos de juicio de los profetas establecen un contraste definitivo entre el reino de Dios y todas las cosmovisiones contrarias. Este artículo explora dos textos del Antiguo Testamento que muestran (1) cómo los profetas a menudo se dirigían a una fracción de la población de una nación nombrada y (2) que este subgrupo era condenado porque promovía una ideología que se oponía a la justicia, la revelación y el gobierno del Señor.
La condena específica de Isaías
El oráculo de Isaías contra Asiria trata exclusivamente del rey asirio y del ejército que llevó a cabo su visión imperial (Is 10). El oráculo condena a los que promueven y llevan adelante una ideología idolátrica que levanta sus puños contra el Señor como único Creador y gobernante supremo del mundo.
El Señor había enviado al rey asirio Senaquerib para saquear y dominar a Judá (v. 6), pero sus aspiraciones excedían el mandato de Dios. El rey pretendía destruir (no simplemente dominar) a muchas naciones (no solo a Judá, v. 7). Su extralimitación reveló su orgullo descomunal.
Senaquerib pensaba que su propia voluntad y poder determinarían en última instancia su futuro (vv. 8-11). Su arrogancia (vv. 12-14) era típica de los reyes asirios y hace eco de las autodescripciones que hemos descubierto en los propios registros reales de Senaquerib. En una de estas inscripciones, el monarca se jacta de sí mismo como «rey grande, rey fuerte, rey de Asiria, rey sin rival, pastor piadoso que venera a los grandes dioses… hombre perfecto, guerrero viril».
El rey también creía que el Señor era como los otros dioses que conocía. El monarca asirio se imaginaba que era invencible porque creía que sus dioses le habían dado el dominio universal. En la inscripción mencionada anteriormente, Senaquerib lo afirma explícitamente: «El dios Aššur . . me concedió una soberanía sin rival e hizo mis armas más grandes que las de todos los que se sientan en las tribunas reales».
¿Quién va a ser castigado según Isaías? Senaquerib y el ejército que compró su ideología idolátrica. ¿Por qué? Porque el rey expuso su orgullo frente a su ejército (10:16-19), declarando con arrogancia que tenía todo el derecho y era capaz de tomar lo que quisiera por la fuerza.
La cacería enfocada de Nahum
El libro de Nahum tiene un enfoque similar. A excepción de su poema inicial (1:2-8), Nahum se centra exclusivamente en el gobernante de Asiria, su ejército y los diplomáticos que encarnan el imperialismo de Asiria. El nieto de Senaquerib, Asurbanipal, dijo «Quiero que los monumentos que lleven la inscripción de mi nombre, y el de mi padre, y el del padre de mi padre, semilla eterna de la realeza», perduren para siempre.
La primera referencia que Nahúm hace de Asiria (1:9-10) aborda directamente este complot contra el Señor. El Señor se dirige directamente al monarca (1:1-4). Dios acabará con él y con su misión imperial a pesar de los esfuerzos del rey por perpetuar su nombre y su dinastía y del supuesto apoyo de sus dioses.
En el segundo capítulo de Nahum, la predicción de la destrucción de Nínive se centra en el personal militar (v. 6), la realeza (v. 7) y la riqueza material del imperio (v. 9). Este juicio menciona a la población en general solo de pasada (v. 10), pero identifica al rey como la encarnación leonina del poder militar de Asiria, anunciando que Dios acabará con él, su ejército y los diplomáticos que representaban sus intereses imperiales en el extranjero (vv. 11-13). Esta metáfora invierte ingeniosamente una imagen clave en la ideología real de Asiria: En una cacería anual, el rey mataba leones que simbolizaban a sus enemigos. Nahum predice lo contrario. Más bien, el Señor cazará y matará al rey asirio.
El tercer capítulo de Nahum continúa con la crítica centrada en el libro. ¿Quién debe ser castigado y por qué? El profeta condena la participación del ejército en la violencia (vv. 1-3), el papel de los diplomáticos en la diplomacia explotadora (v. 4) y el gobierno opresivo del rey (vv. 17-19).
Algunos y, en última instancia, todos
En estos ejemplos, los oráculos de juicio son dirigidos a los líderes malvados y a aquellos que aceptan y promulgan sus ideologías malvadas. No se dirigen a imperios, ciudades o poblaciones de forma indiscriminada, por lo que no promueven la xenofobia ni la violencia indiscriminada. Se limitan a los asirios que participaron activamente en el proyecto de dominación global del imperio, sirvieron a los dioses que lo legitimaron y adoptaron la cosmovisión que lo sustentaba.
Nahum deconstruye así esta cosmovisión presentando su antítesis. Frente a afirmaciones como la de Asurbanipal, de que era «el gran rey, el rey poderoso, el rey de la totalidad», el Señor afirma que solo Él es Dios. El poder legítimo es otorgado por Dios y debe ser utilizado dentro de los límites prescritos. La verdadera justicia y el florecimiento humano encuentran su norma en su carácter y voluntad. Tanto Nahum como Isaías condenan directamente a quienes se oponen a Dios y a Sus propósitos y buscan glorificarse, obtener poder y legitimar a los dioses falsos. Estas personas son lo que hacen en relación con Dios. En el fondo, son idólatras.
Dado que la cosmovisión y la idolatría están en el centro de estas condenas proféticas, estos oráculos también condenan las creencias y comportamientos contemporáneos, independientemente de su conexión con el imperialismo como modelo político. La negación generalizada de la existencia de Dios en Occidente no significa que no adore dioses. No, dioses tan variados como el materialismo y el humanismo secular suscitan el compromiso de la gente y alimentan sus esperanzas. Pero aunque estén revestidos de ropajes contemporáneos, son igual de idólatras. El orgullo epistemológico, el ansia de reconocimiento, la esperanza en ideales culturales que carecen de fundamento bíblico y el afán de poder van en contra de la absoluta primacía e incomparabilidad de Dios.
La sensibilidad de los profetas ante la forma en que la idolatría se oculta tras el poder y la promoción personal nos anima a rastrear nuestros propios comportamientos e ideologías (y los de nuestra sociedad) hasta sus raíces. Para que nosotros mismos no sigamos siendo juzgados, debemos cortar sin piedad todo lo que no crezca y dé frutos para la gloria de nuestro Creador, Redentor y Rey trino.
DANIEL C. TIMMER