¿Qué habilidades particulares te ha dado Dios? Cuando Dios te entretejió antes de que nacieras y cuando te hizo nuevo en Cristo, Él eligió dones para ti: recursos, experiencias y habilidades especiales para que los administraras y practicaras. ¿Lo crees? Si es así, ¿sabes cuáles son? ¿Puedes nombrar algunas formas específicas en las que te esfuerzas por usarlos y crecer en ellos?
Si crees en Jesús, Él te ha dado algo de Su poder y habilidad. Quienquiera que seas, y sin importar qué tan «dotado» te sientas en comparación con otros, tienes habilidades de parte de Dios que tienen el propósito de marcar una diferencia en la vida de los demás.
Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos. Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común (1 Co 12:4-7).
En todos significa «en ti». En cada uno significa «a ti».
Donde las habilidades se marchitan
La realidad es que, aunque todos tenemos un potencial particular para el bien, no todos desarrollamos ese potencial. Algunos desperdician los dones milagrosos y personales de Dios. Se quedan, por así decirlo, en los estantes del sótano, como adornos de una vida centrada en otra cosa.
El apóstol Pablo encarga a la iglesia de Roma: «Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos» (Ro 12:6). ¿Qué nos impide utilizar bien nuestros dones? ¿Qué te impide poner en práctica las habilidades llenas de gracia que Dios te ha dado? Cuando desperdiciamos los recursos y habilidades que Dios nos ha dado, no solemos darnos cuenta de que realmente los estamos desperdiciando. Esto es parte del arte de Satanás. Si no puede convencernos de que rechacemos a Dios por completo, nos alejará de Él de cientos de maneras pequeñas. Utilizará alguna tentación sutil, apenas perceptible, que lentamente corrompe nuestros impulsos y entierra nuestro potencial.
La mayoría de los dones espirituales no mueren por un rechazo frontal, sino por distracción. Estas tentaciones se convierten en callejones sin salida espirituales, lugares cómodos para vivir, pero que no llevan a ninguna parte. Pablo en Romanos 12 pasa por cuatro de estos callejones sin salida.
La calle del egoísmo
Tal vez la forma más común en que desperdiciamos estos dones es asumiendo que se tratan de nosotros y no de atender las necesidades de los demás. El encargo de Pablo de utilizar nuestras habilidades viene directamente después de esta notable declaración de nuestra identidad:
Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros (Ro 12:4-5).
Las habilidades que Dios nos da no son principalmente para avanzar en nuestras carreras o desbloquear pasatiempos favoritos o darnos un sentido de éxito o realización; son para bendecir y apoyar al cuerpo de Cristo, la iglesia. Eres bueno en lo que eres bueno porque la iglesia lo necesita, de alguna manera o forma; es decir, porque la iglesia te necesita.
El mundo no piensa así. ¿Qué son los dones si no son míos para usarlos y gastarlos como quiera? Al igual que el niño de cinco años que revolotea sobre su multitud de carritos de cartón, examinamos nuestras habilidades, recursos y tiempo, y declaramos: «¡Mío!». Dios ve los dones de manera muy diferente. ¿Qué son los dones, pregunta, si mueren en las vides del yo? No, los dones solo se experimentan y disfrutan de verdad cuando los sostenemos con soltura y decimos a Dios alegremente: «¡Tuyo!».
El bulevar del orgullo
Más allá de un egoísmo que nos ciega a las necesidades de los demás, podemos malgastar nuestros dones porque pensamos demasiado en nosotros mismos. Un par de versículos antes, Pablo escribe:
Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno (Ro 12:3).
A veces los dones se echan a perder porque estamos demasiado centrados en nosotros mismos; otras veces se pierden porque pensamos que las necesidades que podríamos satisfacer son inferiores a nosotros. Asumimos que estamos demasiado dotados para un amor tranquilo, ordinario e ingrato. El orgullo nos infla la cabeza, nos saca de la realidad y hace que las necesidades reales parezcan pequeñas, incluso triviales, al lado de nuestras engreídas prioridades. Sin embargo, las capacidades dadas por Dios se ahogan en esa elevación. Respiran y florecen cuando están arraigadas en vidas reales y ordinarias con necesidades reales y ordinarias. Nuestros dones no alcanzarán las alturas de su potencial si nos negamos a usarlos de rodillas.
Pablo arroja un arma contra este orgullo que asfixia los dones en el versículo recién citado: piensa con sobriedad en ti mismo, dice, «según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno». Las habilidades que tienes son asignadas por Dios. Incluso la fe que tienes es asignada por Dios. Por eso Pablo dice en otra carta: «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Co 4:7). Cualquier cosa que hagas bien, recuerda, la haces bien solo por la creatividad y la generosidad de Dios.
El carril de la mundanalidad
Un tercer callejón sin salida podría ser el más frecuente y sutil: la mundanalidad. Desperdiciamos o utilizamos mal nuestros dones porque valoramos y damos prioridad a las mismas cosas que el mundo, en lugar de buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mt 6:33). Es demasiado fácil alinearse con las multitudes que se alejan despreocupadamente de la cruz. «Y no se adapten a este mundo», advierte Pablo, «sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto» (Ro 12:2).
¿Qué aspecto tiene el tipo equivocado de adaptación? Gastamos lo mejor de nosotros mismos en la oficina, en lugar de hacerlo en casa y en la iglesia. Nos entusiasmamos más con nuestras aficiones que con el cielo. Encontramos el mayor consuelo y «descanso» desplazándonos por las sobras de las vidas de otros en las redes sociales. Nos mantenemos al día con nuestras series y películas favoritas, pero nos cuesta encontrar tiempo para sentarnos, reunirnos con Dios y disfrutarlo.
Cuando nuestros corazones están en los lugares equivocados, no es de extrañar que nuestros dones —nuestro tiempo, nuestra atención, nuestros recursos, nuestras habilidades— constantemente aterricen también en los lugares equivocados (o no aterricen nunca). Quienes usan bien sus dones rechazan lo que el mundo les enseña a hacer con sus dones. Llevan y gastan sus dones donde Dios les guía a través de Su palabra, la oración y la comunión de otros creyentes.
El círculo de la pasividad
El último callejón sin salida a lo largo de este estrecho camino de fidelidad nos lleva de vuelta a Romanos 12:6: «Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos». Como una maleza especialmente fértil, la pasividad envenena los jardines de los dones.
¿Cuántas habilidades dadas por Dios se marchitan porque estamos demasiado preocupados o inseguros o perezosos para siquiera intentarlo? Tuvimos el impulso de servir de esta o aquella manera, pero lo fuimos posponiendo. Sabíamos que esa persona podría necesitar una llamada o una visita, pero asumimos que alguien más se acercaría. Oímos que la iglesia estaba buscando a alguien que cubriera esa necesidad, pero seguíamos encontrando excusas para quedarnos en el banquillo. Pablo dice a la iglesia —jóvenes y mayores, hombres y mujeres, nuevos creyentes y santos mayores, sanos y heridos, extrovertidos y tímidos, musicales y, bueno, no tanto— «Tienes habilidades (sí, incluso tú), así que úsalas». Encuentra alguna manera, cualquier manera, de utilizar lo que haces bien para cuidar a otra persona.
Tener este tipo de dones no significa que seas más dotado que los demás o que Dios no espere que todos enseñemos, sirvamos y exhortemos (también que demos y lideremos de diversas maneras); esto solo significa que hay evidencia de que Dios te ha dado mayores medidas de gracia en ciertas áreas para satisfacer las necesidades de los demás. «Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P 4:10). Sea cual sea la experiencia o la capacidad que Dios te haya asignado, empieza a utilizarla.
Espera, ¿cuáles son mis dones?
Sin embargo, es posible que algunos aún no sepan cuáles son sus dones. Tal vez nunca te hayas considerado alguien «con dones» y no puedas indicar ninguna habilidad o conocimiento en particular que consideres un don. ¿Cómo puede alguien empezar a descubrir sus dones?
En Romanos 12:6-8, Pablo nos da algunos ejemplos: Algunos tienen el don de enseñar, así que busca a quién enseñar, aunque sean tres o cuatro niños de seis años en la escuela dominical. Algunos tienen el don de servir, así que encuentra a quien servir, aunque sea ayudando en la casa de una viuda que se sienta a unas cuantas sillas de distancia. Algunos tienen el don de exhortar, de animar, de desafiar, de corregir, de inspirar, así que encuentra a alguien a quien exhortar, incluso si es a la persona que enseña fielmente a tres o cuatro niños de seis años.
Podríamos decir mucho más, pero puedes empezar con una simple pregunta: ¿Qué te gusta hacer bien que un ministerio o una familia de tu iglesia pueda necesitar? ¿Qué es lo que otras personas te agradecen que hagas? Podría ser enseñar o animar a maestros. Puede ser dirigir la música o preparar el equipo. Puede ser servir comidas o limpiar después. Puede ser la organización de grandes reuniones o la amistad con personas solitarias. Puede ser saludar a los invitados cuando llegan el domingo por la mañana u orar fielmente por otros miembros. Toda iglesia, por pequeña que sea, tiene necesidades reales y significativas. A veces las necesidades son aún mayores en las iglesias más pequeñas porque hay menos líderes y recursos. ¿Qué es lo que haces bien que responde a las necesidades de los demás?
Si tus dones se han desviado hacia un callejón sin salida y han comenzado a marchitarse, no es demasiado tarde para revivirlos y ponerlos en práctica. Deja de lado el orgullo, el egoísmo, la mundanalidad y la pasividad que devoran lo que Dios te ha dado. Libera tus dones de los callejones sin salida que los suprimen. Identifica algo que haces bien por la gracia de Dios, y pídele que te ayude a encontrar una necesidad que puedas suplir.
MARSHALL SEGAL