Mi esposa y yo le damos tantas gracias a Dios porque hemos podido visitar diferentes lugares de América Latina enarbolando la bandera del evangelio, haciendo discípulos, plantando iglesias o ayudando a otros a plantar iglesias en diferentes culturas y contextos. Estas experiencias nos dieron la oportunidad de aprender del ejemplo de hermanos fieles. Sin embargo, también nos permitieron ver un aspecto poco saludable dentro de las iglesias que merece una reflexión detenida: cuando surgen diferencias entre jóvenes y mayores.
La arrogancia de los jóvenes
Las redes sociales han permitido una gran difusión y fácil acceso a las opiniones de muchos jóvenes. Lamentablemente, también ha quedado expuesta muchas veces una arrogancia excesiva en debates teológicos sobre la naturaleza de la salvación, la iglesia o los eventos futuros, por nombrar algunos ejemplos. Son temas tan importantes como polémicos que se defienden con la pasión que caracteriza a la juventud.
Aunque es saludable tener una variedad de perspectivas, se pueden cometer imprudencias cuando se tiende a señalar los errores del pasado o del presente. La arrogancia resulta dañina para todo el pueblo de Dios, pero mucho más para quien escribe sus opiniones con esta actitud dañina.
Muchos jóvenes podrán estar bien preparados académicamente, pero todavía les resta mucho camino por delante en sus vidas para alcanzar la madurez de su carácter. Aunque puede ser edificante compartir conocimiento en las redes sociales, no deben olvidarse de mostrar humildad cuando abordan temas que aún los teólogos y estudiosos bíblicos más dedicados no han zanjado por completo.
Saber expresar opiniones con elocuencia no equivale a tener un carácter cristiano bien formado y maduro. «No seas sabio a tus propios ojos; teme al Señor y apártate del mal» (Pr 3:7).
La inflexibilidad de los mayores
Por otra parte, también me ha tocado ser testigo de la inflexibilidad de las personas mayores, que no están interesadas en cambiar su manera de pensar ni adaptarse a los tiempos que corren, claro está sin comprometer las verdades bíblicas.
Tal vez no sean dados a expresar sus opiniones en redes sociales, pero eso no los hace mejores. Se han vuelto inflexibles con el paso de los años, llegando a «idolatrar» las tradiciones como, por ejemplo, el uso exclusivo de una versión de la Biblia o de bancos de madera en la iglesia, aunque ya se estén cayendo a pedazos o sean demasiado incómodos.
Son como personas que no quisieron seguir aprendiendo porque consideran que «ya saben todo lo que necesitan saber». Los cristianos de cualquier edad debemos evitar tanto la arrogancia como la falta de flexibilidad. Estamos llamados a ser diferentes al mundo en nuestro trato mutuo y combatir contra nuestra naturaleza pecaminosa que nos quiere arrastrar a ser y actuar como el resto del mundo y de maneras contrarias a la Biblia.
Renovando nuestras mentes
¿Dónde está el problema de estos dos extremos? Como algunos han señalado: el corazón del problema es el problema del corazón.
Tenemos responsabilidades mutuas dentro del cuerpo de Cristo, tanto los mayores en guiar a los más jóvenes, como los jóvenes en obedecer con respeto. Debemos dialogar sobre nuestras diferencias de una manera amorosa, respetuosa y paciente.
Un discípulo de Cristo debe demostrar que su corazón, mente, voluntad, afectos, relaciones y propósitos han sido transformados por el evangelio. Como nos anima el apóstol Pablo:
Si en verdad lo oyeron y han sido enseñados en Él, conforme a la verdad que hay en Jesús, que en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4:21-24).
Yo creo firmemente en el poder transformador de la Palabra de Dios. ¿Has tenido una actitud arrogante o inflexible? No sé de qué lado de la vereda te encuentras, pero estoy seguro de esto: Tanto tú como yo necesitamos ser renovados a la semejanza de Cristo.
Necesitamos quitarnos la arrogancia y la inflexibilidad porque son vestimentas del viejo hombre y debemos vestirnos con la justicia y santidad de la verdad (Ef 4:24). Debemos orar para que el Señor nos ayude a renovar nuestra manera de pensar y actuar para que lleguemos a ser discípulos dignos de Cristo. Evitemos caer en cualquier extremo, sea la arrogancia o la inflexibilidad y que podamos ser personas humildes que buscan el crecimiento de la iglesia y la gloria de Dios.
CARLOS LLAMBÉS