V. 15. Después que Dios hubo formado a Adán, lo puso en el huerto. Así toda jactancia quedó
excluida. Solamente el que nos hizo puede hacernos felices; el que es el Formador de nuestros
cuerpos, y el Padre de nuestros espíritus, y nadie sino Él, puede proveer plenamente para la felicidad
de cuerpo y alma. Aún en el mismo paraíso el hombre tenía que trabajar. Ninguno de nosotros fue
enviado al mundo para estar ocioso. El que hizo nuestras almas y cuerpos, nos ha dado algo con qué
trabajar; y el que nos dio esta tierra por habitación, nos ha dado algo sobre qué trabajar. Los hijos y
herederos del cielo, mientras están en el mundo, tienen algo que hacer por esta tierra, la cual debe
tener su cuota de tiempo y preocupación de parte de ellos; y si lo hacen mirando a Dios, y le sirven
tan verdaderamente en ello como cuando están de rodillas. Observe que el llamamiento del
agricultor es un llamado antiguo y honorable; era necesario hasta en el paraíso. Además, hay
verdadero placer en las tareas a las que Dios nos llama y en las que nos emplea. Adán no hubiera
podido ser feliz si hubiera estado ocioso: sigue siendo la ley de Dios que aquel que no trabaja no
tiene derecho a comer, 2 Tesalonicenses 3:10.