En una cómica escena de la película ¡Ralph, el demoledor!, Ralph asiste a un grupo de apoyo para villanos. Ralph es un gigante amable que hace de malo en el videojuego «Repara Félix Junior». Durante años, los villanos de otros juegos de la sala de recreativos han invitado a Ralph a asistir y unirse al grupo. Sin embargo, Ralph no lo ha hecho. Al contrario que ellos, no quiere ser el malo. Quiere ser bueno. Pero está atrapado en el papel de malo en el juego. Al final de la reunión de apoyo, los villanos se ponen en pie, se dan la mano y recitan el credo de los malos: «Soy un malo y eso es bueno. Jamás seré bueno y eso no es malo. No me cambiaría por nadie».
¡El credo es gracioso porque es ridículo! No obstante, sugiere algunas preguntas importantes. ¿Cuál es la diferencia entre el bien y el mal? ¿Quién lo decide? ¿Existe tal cosa como el bien o el mal o cada uno lo decide por sí mismo?
Quizás digas: «¡Espérate! Sin duda, todo el mundo conoce la diferencia entre el bien y el mal. Da igual que seas cristiano o musulmán, hindú o ateo, todos podemos ponernos de acuerdo en lo básico. El bien es tratar a todo el mundo igual, cuidando de las personas que están sufriendo, amando a las personas que son diferentes a nosotros y no haciendo daño a nadie. El mal es cosas como el racismo, el acoso, las guerras y matar bebés. ¡Es bastante simple!».
Creemos que todo esto es obvio, pero si retrocedemos en el tiempo hasta el momento en el que Jesús nació, descubriremos que no es tan fácil.
De nuevo en la Roma antigua
Cuando Jesús nació, no había cines. En cambio, había anfiteatros, espacios enormes al aire libre como estadios de fútbol donde miles de personas acudían a ver el espectáculo. Uno de los espectáculos de mayor éxito consistía en ver a gladiadores luchando unos contra otros. A las masas les encantaba verlo, del mismo modo que a la gente le encanta ver ahora partidos de fútbol o películas de acción. Sin embargo, en las luchas de gladiadores, la gente moría de verdad.
Imagina cómo te sentirías si fueses a un partido de fútbol y alguien muriese de verdad. Los árbitros pararían el partido de inmediato. No querrías volver a ver un partido de fútbol. Pero en la época de Jesús, la gente acudía a espectáculos así porque querían ver morir a otras personas. Pensaban que era divertido. Las personas que morían eran normalmente esclavos o prisioneros de guerra, así que no le importaban demasiado a nadie como para sentirse tristes por ellos.
En aquel tiempo, las personas no creían que las vidas de todos los seres humanos fueran valiosas. La gente se preocupaba por su familia y sus amigos y por los que eran iguales a ellos. Sin embargo, los esclavos, los prisioneros o las personas de otras nacionalidades no eran su gente, así que podían disfrutar viendo cómo morían, del mismo modo que quizás tú disfrutes viendo una batalla en una película de acción.
En aquel tiempo también, las personas estaban de acuerdo en que los hombres eran más importantes que las mujeres, que la esclavitud estaba bien y que los niños y los bebés eran una propiedad en lugar de personas con valor. Si tenías un bebé que no querías (sobre todo, si el bebé era una niña o tenía alguna discapacidad), no pasaba nada si lo abandonabas donde fuese para que muriera. No había ninguna ley en contra de estas prácticas. Los bebés eran una propiedad, así que podías deshacerte de ellos si así lo querías.
No es que la gente de aquella época no se preocupara por lo que estaba bien y lo que estaba mal. Los romanos en la Antigüedad tenían normas morales. Por ejemplo, valoraban el honor, la valentía en la batalla y la lealtad a Roma. Pero sus normas eran distintas a las nuestras porque sus creencias eran diferentes a las que tenemos. Si examinas la historia de cómo llegamos a creer que no está bien disfrutar viendo cómo matan a personas inocentes o que los hombres y las mujeres son igual de importantes o que deberíamos preocuparnos por los pobres o que no está bien abandonar a un bebé para que muera, la respuesta es una persona: Jesús.
Jesús hace que todas las vidas importen
Cuando algunos padres trajeron a sus bebés e hijos a Jesús, los discípulos les dijeron que se marcharan. Pensaban que Jesús era demasiado importante como para molestarle con bebés. Pero Jesús reprendió a sus discípulos. Tomó a los niños en brazos y los bendijo. De hecho, dijo que, si no tenemos fe como un niño pequeño, no entraremos en el reino de Dios (Mt 19:13-15; Mr 10:13-16; Lc 18:15-17). A Jesús le importan los bebés y los niños.
En la época de Jesús, las personas que tenían una enfermedad que se conoce como la lepra estaban obligadas a vivir lejos de todo el mundo porque se trataba de una enfermedad horrible y creían que era muy contagiosa. Nunca se te ocurriría tocar a una persona con lepra, porque podrías contagiarte. Pero Jesús tocó a personas con lepra y las sanó (Mt 8:1-4). A Jesús le importaban las personas enfermas y los marginados.
Jesús era judío y los judíos de la época de Jesús odiaban a los samaritanos. Sin embargo, Jesús sorprendió a sus oyentes contando una historia en la que un samaritano era el héroe (Lc 10:25-37), y Jesús se hizo amigo de una mujer samaritana que terminó hablándole a todos sus amigos acerca de Él (Jn 4:1-12). A Jesús le importaban las personas de razas y culturas diferentes.
Una y otra vez, Jesús se preocupó por las personas que no le importaban a nadie más: los enfermos, los pobres, gente de otras razas, mujeres, niños, personas que según otros eran demasiado pecadoras como para que Dios las amase. Se preocupó por ellas y las recibió con amabilidad. Y les dijo a sus seguidores que hicieran lo mismo. Por esa razón, los cristianos fueron los primeros en recoger a bebés que otras personas habían abandonado y cuidarlos. Por esa misma razón, los cristianos empezaron a preocuparse no solo por otros cristianos pobres, sino por los pobres que no eran cristianos.
El emperador del siglo IV, Juliano, escribió una carta quejándose sobre este hecho, porque ¡estaban dejando mal a los dioses romanos! Pero los dioses en las historias religiosas romanas no se preocupaban por los pobres, por lo que tampoco era de extrañar que sus seguidores no se preocupasen por ellos.
Incluso en la actualidad, Jesús es la razón por la que pensamos que está mal matar bebés u odiar a individuos de otras razas o descuidar a las personas enfermas o pobres, no es porque sea obvio. Las enseñanzas de Jesús han impactado profundamente en nuestra idea del bien y del mal. Y si sacamos a Jesús de la escena, dejamos de tener razones válidas para creer estas cosas.
El libro llamado Dominio: Cómo el cristianismo dio forma a Occidente, del historiador británico Tom Holland, demuestra —a partir de la historia— que fue el cristianismo el que nos dio nuestras creencias sobre el bien y el mal y que todos los seres humanos tienen el mismo valor. No obstante, Holland no es el único historiador no cristiano que ha argumentado esto.
En 2014, un historiador llamado Yuval Noah Harari publicó un libro de éxito en ventas titulado Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad. En este libro, dice que la idea de que los seres humanos tengan el mismo valor y de que existan tal cosa como los «derechos humanos» se debe a que es una invención del cristianismo.1 Harari, que habla desde el punto de vista de una persona que no cree en Dios, dice que los seres humanos «no tienen derechos naturales, de la misma manera que las arañas, las hienas y los chimpancés no tienen derechos naturales».2
Si el cristianismo no es verdad y no hay un Dios que nos haya creado a Su imagen y nos haya dicho que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, entonces Harari tiene razón: no tenemos ningún fundamento sobre el cual basar nuestra creencia de que todos los seres humanos son importantes y que deberíamos proteger los derechos humanos. Carecemos de cualquier fundamento para decir que el racismo está mal, ni para decir que no deberíamos abandonar a los bebés para que mueran. Si no hay Dios, estas cosas son solo preferencias y opiniones. No serían verdades universales con las que todo el mundo tiene que estar de acuerdo.
Si nadie tiene derecho a decir lo que está mal y lo que está bien, no solo para nosotros aquí, sino para las personas en todo el mundo, no importa cuáles sean sus creencias, su cultura o el momento en el que han vivido, entonces estamos atrapados en un mundo que es incluso peor que el mundo moral de ¡Ralph, el demoledor!, donde alguien que hubiese hecho algo terrible, simplemente podría decir: «Soy un malo y eso es bueno. Jamás seré bueno y eso no es malo. No me cambiaría por nadie».3 Estamos atrapados en un mundo donde ni siquiera hay bueno o malo ni correcto o incorrecto. No hay nada, excepto una indiferencia ciega y despiadada.
Sin embargo, si las afirmaciones de Jesús son verdad, si realmente es quien dice que es, entonces no es simplemente un individuo que vivió hace dos mil años y que nos dio algunas enseñanzas morales estupendas. También es el Creador del universo. Creó la ley de la gravedad y diseñó las leyes de moralidad. Cristo nos creó a ti y a mí, y es el único que tiene derecho a decir lo que está bien y lo que está mal.
REBECCA MCLAUGHLIN