Este es el mandamiento que el Señor dio a Moisés sobre el día de expiación:
«Ustedes tendrán esto por estatuto perpetuo para hacer expiación por los israelitas, por todos sus pecados, una vez cada año». Tal como el Señor lo ordenó a Moisés, así lo hizo (Lv 16:34).
El día de la expiación era considerado el día principal en el calendario de sacrificios de Israel (Lv 16).
En primer lugar, Aarón, el sumo sacerdote (y sus descendientes en el puesto), solo debía acercarse al propiciatorio en el lugar santísimo después de hacer expiación por él y su familia con una ofrenda por el pecado de un becerro: «Entonces Aarón ofrecerá el novillo como ofrenda por el pecado, que es por sí mismo, para hacer expiación por sí mismo y por su casa» (16:6).
Aarón tuvo que hacer una nube de incienso para protegerse de contemplar la presencia santa y morir. Además, debía tomar su dedo y rociar un poco de sangre del toro sobre el propiciatorio siete veces.
Y tomará un incensario lleno de brasas de fuego de sobre el altar que está delante del Señor, y dos puñados de incienso aromático molido, y lo llevará detrás del velo. Pondrá el incienso sobre el fuego delante del Señor, para que la nube del incienso cubra el propiciatorio que está sobre el arca del testimonio, no sea que Aarón muera (16:12-13).
En segundo lugar, Aarón tenía que hacer una ofrenda por el pecado de dos machos cabríos. Aarón mató el primer macho cabrío como ofrenda por los pecados del pueblo y roció su sangre sobre el propiciatorio para hacer expiación por la morada de Dios, con su altar y lugar santo contaminados por el pecado de Israel. Esto santificó el tabernáculo (o templo) y permitió que Israel se acercara a Dios el próximo año (vv. 15-16). Aarón puso ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesó sobre él los pecados del pueblo y lo envió al desierto llevando los pecados del pueblo (vv. 20-22).
El simbolismo muestra claramente el sacrificio sustitutorio, ya que los dos machos cabríos eran partes inocentes que sirvieron como sustitutos del pueblo pecador.
En tercer lugar, Aarón tuvo que ofrecer un holocausto de dos carneros, uno por él y otro por el pueblo (vv. 24-25). Por lo tanto, el día de la expiación respondió al gran problema del pecado y la impureza de los israelitas, que los contaminaba tanto a ellos como a la morada de Dios.
En el Nuevo Testamento, la expiación es el acto que Dios efectuó para lidiar con el pecado y traer perdón. El pecado rompió la relación entre Dios y los seres humanos, pero la muerte de Cristo trajo restauración. Los sacrificios del Antiguo Testamento trajeron perdón porque estaban expectantes del sacrificio de Cristo por el pecado realizado una sola vez y para siempre (Jn 1:29; Heb 9:15). Pedro enseña: «también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 P 3:18).
Los reformadores Lutero y Calvino en el siglo XVI enseñaron tanto las posturas de la sustitución penal como la de Christus Victor sobre la expiación. La postura de Christus Victor sostiene que Cristo, nuestro vencedor, en su muerte y resurrección derrotó a nuestros enemigos: el pecado, la muerte, el infierno y Satanás.
Christopher Morgan Robert A. Peterson