Para tomar decisiones sabias debemos entender el llamado particular de Dios para nuestras vidas. ¿Pero cómo podemos identificar nuestro llamado? Hay dos verdades esenciales que debemos tener en cuenta: Dios usa tus dones y Dios usa tu pasado.
Dios usa tus dones y talentos
Dios normalmente nos llama a servir al mundo en áreas en las que Él mismo nos ha dado dones, pasión y habilidades «naturales» (quizás sería mejor llamarlas providenciales, es decir, dadas y supervisadas por Dios al momento de nacer). Eres creación de Dios y no un resultado del azar. Todo lo que eres fue creado por Dios; tu cuerpo, tu personalidad, tu cerebro, tus dones espirituales y aún tus habilidades naturales son parte de un diseño y plan divino.
No estaba oculto de Ti mi cuerpo,
Cuando en secreto fui formado,
Y entretejido en las profundidades de la tierra.
Tus ojos vieron mi embrión,
Y en Tu libro se escribieron todos
Los días que me fueron dados,
Cuando no existía ni uno solo de ellos (Sal 139:15-16).
Si lo meditas un momento, es absolutamente crucial tener en mente esta verdad al tomar decisiones. ¿Por qué? Porque Dios tiene un plan especial para tu diseño particular: ¡Él quiere redimir tus dones, habilidades y talentos para Su gloria! Como enseña Jesús en la parábola de los talentos (Mt 25:14-30), Él espera que hagamos un uso responsable, hábil y creativo de todo lo que nos ha dado.
Así que piensa antes de tomar una decisión: ¿Cómo te ha diseñado Dios? ¿Cuáles son tus fortalezas? ¿Tu inteligencia? ¿Tu habilidad con las manos, con la tecnología, con la música? ¿Tu facilidad para influenciar a otros? ¿Tu capacidad retórica? ¿Tu diplomacia? ¿Tu memoria? ¿Tu habilidad para ganar dinero? Piensa cómo podrías usar tus dones para Su gloria y Su reino. ¿Qué sería para ti ser un «buen siervo y fiel» según todo lo que has recibido?
Si eres joven y aún estás decidiendo tu futuro, ¿cómo podrías elegir una trayectoria de vida que no solo te dé de comer, sino que tenga el propósito más alto de servir a Dios y al mundo con tus capacidades? Si ya tienes tu trayectoria laboral trazada, ¿cómo podrías santificar tu trabajo y darle «un sentido de reino» a lo que haces?
Un patrón bíblico muy preciso para reconocer el llamado de Dios para tu vida es experimentar ira santa. Parafraseando a John Stott, el llamado de Dios comienza cuando sientes una santa insatisfacción con una situación que te duele y te gustaría que cambie.
Suele verse expresado con una queja interna que se lamenta diciendo: «¿Por qué nadie hace nada respecto a esto? ¿Por qué Dios no hace nada respecto a esto?». Claro que Él ha hecho algo, ¡te ha hecho a ti! Te ha permitido ver una necesidad y sentir el peso, la carga y el deseo de que la situación sea diferente. ¿Cómo puedes identificar el llamado de Dios? Tienes que preguntarte cuáles son las cosas que te duelen.
Dios usa tu pasado
Un segundo aspecto esencial a la hora de identificar tu llamado es que Dios suele redimir y utilizar nuestras debilidades y experiencias dolorosas. Pasamos por sufrimiento no solo para ser sanados por Dios, sino también para ser usados por Él. Como lo expresó el apóstol Pablo:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios (2 Co 1:3-4).
Es muy interesante que cuando Jesús describe en nueve ocasiones qué es ser un bienaventurado (Mt 5:3-12), la mayoría de las descripciones están asociadas con el dolor; el bienaventurado es pobre, llora, es humilde, tiene hambre, es perseguido, es insultado, etc. Pero, nota algo: en seguida se nos informa que todos ellos reciben algo. Es decir, estas personas no son bienaventuradas en sí mismas sino que ¡llegan a serlo!
Son pobres, pero reciben un reino; lloran, pero son consoladas, tienen hambre y sed, pero son saciadas; son perseguidos, insultados y dicen todo tipo de falsedad contra ellos, ¡pero se regocijan y se alegran! ¿Puedes verlo? Hay un proceso de sanidad hasta que llegan a ese estado de bienaventuranza.
Pero ¿para qué pasan por este proceso de sanidad? ¡Para ser sal y luz! Para ser capaces de producir un efecto transformador en las personas que los rodean. Ser bienaventurados es poseer una clase de bienestar que afecta a otros además de uno mismo. En otras palabras, el objetivo de Dios no es simplemente que lleguemos a estar sanos, sino que aprendamos a sanar; no es solamente que seamos libres de nuestro dolor, sino que recibamos una clase de sanidad que es capaz de calmar el dolor de otros.
Entonces, ¿por qué experimentamos tan poco del «consuelo de Dios»? Porque nuestra tendencia es huir del dolor o eliminarlo; no queremos enfrentarlo. Entonces, para evitar el dolor buscamos salidas paliativas, pero no verdaderamente sanadoras. Como ha escrito Henri Nouwen en su libro Reaching Out [Abriéndonos]:
Continuamente intentamos apoyarnos en personas o libros o sucesos o experiencias o proyectos o planes, esperando secretamente que esta vez será distinto y producirá sanidad. [Pero no lo hacen, al menos no por mucho tiempo]. Seguimos experimentando muchas clases de anestésicos, seguimos buscando «paralizadores psíquicos» [pero solo logran eso, anestesiarnos, pero no sanarnos].
Pero ¿qué es el «consuelo de Dios»? Déjame expresarlo de esta forma: el consuelo verdadero no es algo, sino Alguien. No es un concepto, una idea o una palabra de aliento. El consuelo de Dios es encontrar tu fuente de gozo en Dios mismo; poder disfrutar a Dios en medio de tu dolor y apreciar el valor del evangelio en medio de la tribulación. ¿Qué sucede cuando dejamos de huir tras «seudo-sanadores» y lo experimentamos a Él en medio de nuestras situaciones difíciles? Somos consolados y tenemos algo para dar.
Dios quiere redimir tu pasado. Tus cicatrices pasadas pueden ser una brújula para mostrarte cómo Dios te puede usar en el futuro.
NICOLÁS TRANCHINI