Al finalizar el colegio secundario decidí que iba a estudiar una carrera universitaria en otra ciudad, lejos de casa. Estaba dispuesta a asumir el desafío de vivir a más de veinte horas de mi familia, amigos e iglesia para formarme como profesional. Sabía que era una decisión muy importante para mi futuro que demandaría todo mi esfuerzo para lograrlo. Pero Dios tenía otros planes para mi vida, los cuales comprendí cinco años después.
Me establecí en mi nueva ciudad e inicié mi aventura universitaria. Como mi familia no podía cubrir todos mis gastos, comencé a trabajar desde el primer año. Trabajé cuidando niños y limpiando casas, pues estas tareas se adecuaban a mis tiempos y posibilidades, pero en mi mente siempre resonaba la esperanza: «cuando consiga mi título, trabajaré en mi profesión y estaré mejor; por fin estaré completa».
¿Dónde está mi identidad?
Cuando estaba en mi cuarto año de carrera, cerca de terminar, el Señor me permitió participar de una conferencia sobre psicología y consejería bíblica. Estaba entusiasmada porque era el ámbito en que yo me estaba formando. Aquel evento fue un punto de inflexión en mi vida.
El Señor habló a mi corazón durante esos días y me mostró que el camino académico y profesional que había elegido no era lo que Él quería para mí. En un primer momento me sentí muy confundida y aturdida. ¿Puedes imaginarte? A punto de terminar la universidad e iniciar mi carrera profesional con la que había soñado y, de repente, me encuentro con una señal gigante que dice «Alto: prohibido pasar».
Siguieron varios meses difíciles para mí, de temor y ansiedad. Evaluaba la posibilidad de no dedicarme a la profesión en la que había invertido tantos años y con lo que había soñado desde el principio. Fue una lucha que me ayudó a ver que mi identidad y esperanza estaban en mi carrera, no en Dios. Mi futuro ya no estaba bajo mi control, sino que dependía de Su voluntad.
Pude finalizar mis estudios con éxito, pero todavía tenía que tomar una decisión: responder al llamado de Dios para mí y estudiar teología, pues a eso me estaba guiando el Señor, o convertirme en profesora. Lo que tenía en claro era que no iba a ejercer mi profesión, por la convicción personal que tuve del llamado de Dios. En términos humanos, podría parecer que estaba desperdiciando muchos años de estudio y un título universitario, pero mi corazón sentía paz.
Oré y busqué la guía del Señor y también la ayuda de otras personas maduras en la fe, pues «en la abundancia de consejeros está la victoria» (Pr 11:14). Creo firmemente que las decisiones importantes no se toman en solitario. Finalmente, decidí que iba a confiar en el llamado de Dios para mi vida.
Dios me dio un descanso difícil de explicar, una paz que sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7). Mi futuro estaba en Sus manos, ¿por qué habría de preocuparme? A pesar de las dificultades económicas que esta decisión podría traerme, el Señor trajo a mi mente esta promesa hermosa:
Por tanto, no se preocupen, diciendo: «¿Qué comeremos?» o «¿qué beberemos?» o «¿con qué nos vestiremos?». Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas (Mt 6:31-33).
Mi vida en Sus manos
Así trató el Señor conmigo, pero nunca me dejó sola. Cuando tomé la difícil decisión de no ejercer mi profesión universitaria, yo no tenía todo claro: no sabía exactamente cómo iba a solventar mi economía, suplir mis necesidades o pagar por mis estudios teológicos. Pero Dios, que guía mi vida, sí lo tenía todo bajo control.
Estoy en las manos amorosas del creador y sustentador de todo, no tengo nada de qué preocuparme (Pr 16:9). Desde aquel momento y hasta hoy, mi trabajo es darlo todo al Señor, ser fiel a su llamado, a lo que Él ha puesto en mi camino y recordar que no soy mi profesión, sino que soy hija de Dios. En Sus manos no hay decisiones desperdiciadas, pues todo obra para bien.
Si estás pasando por una decisión similar de renunciar a tus planes por el llamado de Dios, te animo a que recuerdes Quién es el que te llama y que puedas dejar tu vida en Sus manos. Que puedas decir: «Porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que Él es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día» (2 Ti 1:12b).