Desde el momento en que nacemos comienza una cuenta regresiva de nuestra vida. Cada tictac del reloj nos acerca un paso más a nuestra inevitable cita con Dios. Cada uno de nosotros estará de pie frente a Él antes de entrar a nuestro destino eterno.
Desgraciadamente, algunos estarán decepcionados por lo que habrán de recibir. El mismo Jesús advirtió: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre ...? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt 7.22, 23).
El único camino para la salvación eterna es la fe en Jesús. En realidad, nuestro pecado nos ha separado del Padre celestial. Pero el Hijo de Dios ofrece la solución a este problema universal: Cristo tuvo una vida perfecta, y luego murió como un pecador en la cruz para pagar la deuda que cada uno de nosotros tenía (Ro 6.23). Después de tres días se levantó de la tumba, derrotando así la muerte y el mal. Al aceptar su sacrificio a nuestro favor, ya no tenemos que vivir apartados de Dios.
Para recibir este maravilloso regalo, debemos simplemente creer en Jesús y en lo que Él hizo. Como resultado, nos convertimos en nuevas criaturas (2 Co 5.17), y pasamos a tener una relación personal imperecedera con nuestro Padre celestial.
¿Sabe usted con seguridad dónde pasará la eternidad? Es posible que crea que dispone de tiempo suficiente para pensar en este importante asunto después, pero déjeme darle un buen consejo: no espere un minuto más para resolver esta cuestión, porque es posible que ese “después” nunca llegue. Arrepiéntase de su pecado hoy, y obedezca a Jesús.