Recuerdo el día en que el Departamento de Protección Infantil recibió una alerta sobre una bebé que había sufrido heridas graves y sospechosas. Para garantizar su seguridad, se realizó una intervención legal para reubicar a la bebé con una familia de acogimiento.
Esta intervención fue solo el primer paso. Seguirían meses de tratamiento médico, evaluaciones sobre la condición de los padres biológicos y múltiples audiencias para presentar evidencia delante del Tribunal.
Finalmente, el juez determinó que los derechos de los padres biológicos estaban anulados. Comenzaba el proceso de adopción.
Un nuevo comienzo
Llegamos a la audiencia final luego de un camino largo de casi tres años. Esta vez era muy diferente a todas las anteriores; en vez de un aire sombrío, había un ambiente de júbilo. La bebé, ya convertida en una niña, se presentaba delante del juez lista para convertirse en miembro de una nueva familia. Apenas podía contener mis lágrimas de felicidad.
Varias cosas significativas sucedieron en aquella audiencia: repasaron la historia trágica de la niña que desencadenó este proceso. Luego se pronunciaron los derechos y obligaciones de la adopción, le dieron a la niña un nombre nuevo, sellaron sus papeles y le otorgaron un nuevo certificado de nacimiento.
Aquel día marcó un nuevo comienzo para la niña. Su pasado ya no la define. El camino por delante no será fácil, pero tiene una identidad nueva y puede disfrutar de ser miembro de una familia que la ama y la cuida.
Una adopción maravillosa
Gracias a que pude acompañar este caso de adopción, entendí un poco más sobre el valor de lo que Dios hizo por nosotros y lo maravilloso de que podamos ser llamados Sus hijos.
Nosotros también nos encontrábamos en una situación trágica: muertos en nuestros delitos y pecados (Ef 2:1). No podíamos salvarnos por nuestra propia cuenta, sino que es necesario que alguien intervenga a nuestro favor. Pero a diferencia de la bebé que había sufrido bajo el maltrato de sus padres biológicos, nosotros éramos culpables de nuestra propia condición.
Pero Dios, en Su gracia y misericordia, envió a Su hijo para rescatarnos. Jesús cargó con nuestra maldad y pagó por nuestras culpas, de modo que los creyentes fuimos declarados justos gracias a Su sacrificio en la cruz y recibimos vida eterna (Ro 6:23).
Eso no fue todo. Dios sanó las heridas causadas por el pecado en nuestra vida pasada (Is 53:5) y nos dio una nueva identidad como hijos Suyos. ¡Somos adoptados como hijos de Dios! Tenemos una familia nueva y somos coherederos con Cristo (Ro 8:17, 29; 1 Jn 3:1-2).
Ya no somos lo que una vez fuimos. Nuestro pasado no nos define, sino la sangre del Señor Jesucristo, quien dio Su vida en nuestro lugar, resucitó y está sentado a la diestra del Padre (Ro 8:34). «Las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas» (2 Co 5:17).
Me maravillo al reflexionar sobre la belleza de la adopción.
Una nueva familia
Esto no significa que no habrá pruebas o luchas, pero al igual que aquella niña puede disfrutar del cuidado de una nueva familia, nosotros también podemos estar seguros.
No caminamos solos. El Padre nos ama y cuida; Jesucristo intercede delante del Padre por nosotros, como un hermano mayor; El Espíritu Santo permanece con nosotros y nos guía y nos fortalece a cada paso; y en la iglesia encontramos hermanos y hermanas en la fe que nos alientan en nuestro caminar para que podamos vivir nuestra identidad como hijos de Dios. ¡Qué maravillosa es nuestra adopción!
FERNIE COSGROVE