Ni provoquemos al Señor, como algunos de ellos lo provocaron, y fueron destruidos por las serpientes. Ni murmuren, como algunos de ellos murmuraron, y fueron destruidos por el destructor. Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos (1 Co 10:9-11).
Mi esposa y yo perdimos a nuestro bebé recientemente. Sienna tenía lo que se conoce como «embarazo molar», un defecto increíblemente raro en el que la placenta se desvía y no cumple su función de proporcionar nutrientes al bebé. Cuando le hicieron la ecografía de las trece semanas (yo estaba de viaje en Terranova en ese momento), el técnico no pudo encontrar ningún latido.
Estábamos devastados.
Nuestro primer hijo se había ido.
Donde esperábamos oír un latido, oímos un silencio ensordecedor.
Pero entonces, por si fuera poco, los dos nos contagiamos de COVID dos días después de enterarnos de que habíamos perdido a nuestro bebé. No la versión de COVID con tos leve, sino la versión de cinco días de fiebre, tos, dolores de cabeza, escalofríos, agotamiento y dolor. Para colmo de males, los médicos estaban preocupados por unas células extraídas de Sienna que parecían cancerosas.
Una prueba tras otra.
Un golpe desgarrador tras otro.
Esto nos llevó a una larga temporada de lamento para Sienna y para mí, pero especialmente para ella. Hubo momentos en los que sabíamos que nuestro hijo estaba con Jesús, pero no sentíamos que Jesús estuviera con nosotros. Todo tipo de pensamientos y emociones desalentadoras ocurren en el duelo, y hubo momentos en los que sentimos que «ahora solo tengo amistad con las tinieblas» (Sal 88:18 NVI).
Es por eso precisamente que tenemos el lamento en la Biblia.
El lamento puede ayudarnos a articular la soledad y la desesperación en tiempos de dolor, pero también nos mantiene aferrados a las verdades del carácter de Dios y Su palabra.
Sin embargo, durante esta temporada de lamento, estaba leyendo 1 Corintios 10 en mis lecturas bíblicas diarias. En este texto, Pablo está explicando cómo la historia del antiguo Israel está destinada a instruirnos para que NO sigamos sus pasos (v. 6).
A continuación, Pablo enumera varios ejemplos históricos de su desobediencia, y en cada ocasión dice que no debemos seguir ese ejemplo.
Es interesante que uno de los ejemplos que Pablo presenta de comportamientos que no debemos copiar es la «murmuración» de Israel (v. 10).
Esto me sorprendió, ya que me encontraba en una temporada de lamento. A menudo nos encontrábamos quejándonos de lo duro que era todo y de lo difícil que era esta temporada de prueba tras prueba. Compartimos a menudo cómo nos sentíamos abandonados por nuestro Buen Pastor, y nos sentíamos expuestos a los lobos que acechan y gruñen.
Esto me llevó a preguntarme: ¿cuándo el «lamento» se convierte en «murmuración»?
Al leer la historia de Israel, ellos a menudo murmuraban contra Moisés y Aarón. En los momentos en que la comida escaseaba, la comodidad estaba ausente y el peligro parecía inminente, Israel lamentaba haber salido de Egipto.
Y dijeron a Moisés: «¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que nos sacaras a morir en el desierto? ¿Por qué nos has tratado de esta manera, sacándonos de Egipto? ¿No es esto lo que te dijimos en Egipto: “Déjanos, para que sirvamos a los egipcios”? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto» (Éx 14:11-12).
Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos. Pues nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud (Éx 16:3).
¿Por qué nos trae el Señor a esta tierra para caer a espada? Nuestras mujeres y nuestros hijos van a caer cautivos. ¿No sería mejor que nos volviéramos a Egipto?» (Nm 14:3).
Las circunstancias desafiantes que encontraron en el desierto no los llevaron a confiar más en Dios, sino a una rebelión endurecida contra los propósitos de Dios.
En su dolor, proclamaron: «¡No queremos a Dios, queremos a Egipto!».
Aquí radica la diferencia entre el lamento y la queja.
La murmuración se produce cuando nuestro dolor y nuestra angustia no nos llevan a las promesas y al consuelo de Dios, sino que nos alejan de Él.
Cuando parece que el dolor y las aflicciones son nuestro destino, y una temporada de dificultades ha sido ordenada para nosotros, podemos ser tentados a desear las comodidades que una vez tuvimos más que los propósitos y las promesas de Dios.
En las largas y oscuras noches de sufrimiento, la comodidad y la facilidad pueden convertirse silenciosamente en ídolos a los que miramos en busca de esperanza. Anhelamos días más fáciles. Deseamos poder volver atrás. Nos enfadamos con Dios por todas las dificultades que estamos encontrando, y esto forma un corazón endurecido y una profunda falta de satisfacción solo en Dios y Sus propósitos.
Pero eso no es lamento, eso es murmuración.
Sí, el lamento dice: «Confiesa tu angustia. Confiesa tu dolor. Sácalo a la luz». Sin embargo, el lamento nos lleva a volver los ojos a Cristo, a los muchos consuelos que se nos han prometido a través del Espíritu Santo, y se nos recuerda la provisión y el contentamiento que viene en Cristo.
El lamento es lo que nos puede llevar a unirnos al apóstol Pablo (cuando escribe sufriendo desde la cárcel) y decir: «He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil 4:11-13).
Tal vez no te encuentres en una temporada de lamento, sino en una temporada de queja y murmuración.
¿Se ha dirigido tu esperanza hacia las comodidades que antes tenías, mientras tu corazón se enfría y se amarga hacia Dios? ¿Tus aflicciones han hecho que tus afectos cambien?
Hay un secreto para el contentamiento, y Pablo nos recuerda que se encuentra solo en Cristo.
Esta vida está llena de pruebas, sufrimientos y penas que nos llevarán a lamentarnos o a quejarnos. Debemos aprender a preguntar: «¿Hasta cuándo, SEÑOR?» (Sal 13:1), pero luego dejar que esa pregunta nos lleve a las promesas de Dios y no a la murmuración contra los propósitos de Dios.
En un giro irónico, el Señor mismo se lamenta de las quejas de Israel:
¿Hasta cuándo me desdeñará este pueblo? ¿Y hasta cuándo no creerán en Mí a pesar de todas las señales que he hecho en medio de ellos? (Nm 14:11).
En tiempos de prueba, no seamos murmuradores y olvidemos todas Sus muchas provisiones. En cambio, recordemos todas Sus promesas maravillosas y buenas, y que ellas nos impulsen a aferrarnos a la fuerza que solo Cristo provee.
ROB BROCKMAN