«¿Todavía sigues creyendo en esas tonterías? Estamos en el siglo XXI; la ciencia ya ha demostrado que lo que la Biblia dice no es cierto».
¿Cómo responderías a tu amigo si te hace una pregunta como esta? Quizá te paralices, con la mirada perpleja y sin saber qué responder. Tal vez desees huir de la conversación y la incomodidad te obligue a cambiar de tema. Podría ser que tu reacción sea de lucha; empiezas a atacar a los científicos y los acusas de caer en engaños, rebelión y ambición.
Es bastante probable que ninguna de estas respuestas sea satisfactoria para tu amigo (ni para ti). Afortunadamente, no tenemos que quedarnos paralizados, huir o pelear. Lo primero que necesitas para responder esta pregunta es darte cuenta de que, en realidad, no es una muy buena pregunta.
Preguntas malas, respuestas pobres
Cuando alguien pregunta si la ciencia contradice la Biblia, está implicando una mentira que es preciso derrumbar: que la ciencia es un ente que hace declaraciones definitivas sobre el universo. Esta «ciencia», entonces, pretende colocarse junto a la Biblia para retar su autoridad.
Aunque no podemos negar que algunos críticos de la religión conciben a la ciencia de esta manera, debemos decir que es un error. La ciencia no es algo o alguien que ofrece absolutos sobre el cosmos que aceptas o rechazas. No. La ciencia es una herramienta para obtener conocimiento a través de la experimentación y la observación. Es un proceso. Un método. El método científico. ¿Has oído hablar de eso? ¿Sabes cómo funciona?
En términos generales, para emplear el método científico debemos observar un fenómeno natural, formular hipótesis (explicaciones tentativas acerca de por qué ocurre lo que ocurre), poner a prueba esas hipótesis a través de experimentos y analizar los datos para llegar a conclusiones que pueden inspirar nuevas hipótesis.
Primero que nada, nota que el método científico trata con fenómenos naturales, por definición. Decir: «¡La ciencia demuestra que Dios no existe!» es equivalente a estudiar la pecera de tu casa y decir: «¡Mi análisis demuestra que los tiburones blancos no existen!». Que tu estudio se limite desde el principio al mundo natural no es razón para afirmar que el mundo sobrenatural no existe, por muy buenos que sean los datos obtenidos a través del análisis.
El segundo punto es crucial para comprender por qué «¿la ciencia contradice la Biblia?» es una mala pregunta. El método científico no es solo obtención de datos, sino también interpretación de datos. Un científico no solo te dirá lo que es —el resultado del experimento— sino también intentará determinar su significado. ¿Y sabes qué? Los científicos muchas veces están en desacuerdo respecto al significado de los resultados.
Existen ciertas interpretaciones de datos que cuentan con tanta evidencia que los científicos prácticamente han llegado a un consenso (como, por ejemplo, la teoría atómica y las leyes de la termodinámica),[2] pero hay otras interpretaciones que se siguen desarrollando y muchas que se han desechado conforme se reúne evidencia nueva (por ejemplo, muchas ideas de Freud han sido desacreditadas por la investigación empírica de la psicología contemporánea).[3]
Pero es importante resaltar que, incluso cuando existe consenso científico, esto no significa que todos los científicos interpretan los datos de la misma manera o que el consenso es indiscutible. En la ciencia, de hecho, jamás se habla de una verdad absolutamente demostrada. Nada es intocable.
Entonces, puede ser engañoso decir que «la ciencia afirma» esto o aquello. Pero ¿sabes?, decir que «la Biblia afirma» esto o aquello también puede serlo. Resulta que, así como los científicos, los teólogos no siempre llegan a un consenso.
Déjame explicarte a qué me refiero para evitar confusiones. La Biblia, a diferencia de la ciencia, sí es una autoridad que hace declaraciones definitivas acerca del Universo. Sin embargo, antes de poner la Escritura en conflicto con «la ciencia», debemos destacar que las declaraciones definitivas más importantes de la Biblia son, en su mayoría, de índole espiritual.[4] La Palabra no fue escrita para satisfacer nuestras curiosidades científicas, sino para contar la historia del Dios creador que rescató a pecadores de la muerte a través del sacrificio de Jesús en la cruz.
Por supuesto, esto no significa que la Biblia no hable sobre fenómenos naturales. Después de todo, aunque el protagonista de la Biblia es Dios (quien es sobrenatural), el escenario de la narrativa bíblica es el mundo natural. ¿Cómo luce esto? Con frecuencia vemos a Dios interviniendo en las leyes naturales.[5] Al mismo tiempo, la Biblia enseña cómo Dios gobierna las leyes naturales y las usa para cumplir sus propósitos perfectos. Todos los cristianos están de acuerdo en que Dios obra en todo tiempo. En lo que no están tan de acuerdo es en la manera precisa en que Dios obró. ¿Fue un proceso milagroso o un proceso natural bajo Su control soberano?
A algunos cristianos quizá les parezca extraño pensar en todo esto. «¡La Biblia es nuestra máxima autoridad! ¿Por qué no habría consenso entre los teólogos ortodoxos?». El caso es el mismo que en el de la ciencia: observamos la Biblia pero también interpretamos la Biblia. Hay interpretaciones muy claras en las que todos los cristianos están de acuerdo (Jesús resucitó milagrosamente) y otras en las que no tanto (Dios creó el universo en seis días de veinticuatro horas). Como nos recuerda el matemático y apologista John Lennox, «es la Escritura la que tiene la autoridad final, no nuestro entendimiento de ella».[6]
Intérpretes falibles
¿Qué pasa cuando el consenso científico y el consenso teológico no concuerdan? Para muchos cristianos, la respuesta es asumir que los teólogos tienen razón. Para muchos no cristianos, la respuesta es asumir que los científicos tienen razón. Ninguna respuesta automática es sabia. Como explicaba el pastor R. C. Sproul:
Si una teoría de la ciencia —la revelación natural— está en conflicto con una teoría teológica, esto es lo que tengo por seguro: alguien está equivocado. No salto a la conclusión de que debe ser el científico. Puede ser el teólogo. Pero tampoco salto a la conclusión de que debe ser el teólogo. Bien podría ser el científico. Tenemos seres humanos falibles interpretando la revelación natural infalible, y seres humanos falibles interpretando la revelación especial infalible.[7]
La verdad es una, de eso no hay duda. Nuestra búsqueda de la verdad, sin embargo, no siempre es tan sencilla como nos gustaría.
Abracemos con firmeza las verdades centrales de la Escritura. Cuando la ciencia tenga algo que decir respecto a un tema que se menciona en la Biblia, escuchemos con humildad y valor, distinguiendo la evidencia de la interpretación, que muchas veces puede estar influenciada por cosmovisiones contrarias a Dios.
Dice el necio
La Biblia cuenta la historia más grande de la humanidad. Las verdades del evangelio, —verdades por las que vale la pena morir— son intocables para la ciencia. Cuando alguien afirma con seguridad que «la ciencia contradice la Biblia» no está esgrimiendo un argumento sofisticiado, sino dando una versión moderna del «dice el necio en su corazón: No hay Dios» (Sal 14:1).
Me atrevo a decir que la mejor respuesta a la pregunta de si la ciencia contradice la Biblia no es una respuesta, sino más preguntas: ¿Qué te lleva a pensar eso? ¿En qué aspectos exactamente crees que la evidencia científica desafía la Escritura? ¿Cuáles pasajes son los que te resultan más problemáticos? ¿Has considerado interpretaciones alternativas?
Dios permita que el luchar con la verdad nos lleve a encontrarnos con la Verdad.
ANA ÁVILA