Podrías pensar, ya que soy pastor, que mis conversaciones más frecuentes con las personas son sobre las luchas en sus relaciones, el matrimonio o la soltería, lo cual es cierto. Tengo muchas conversaciones al respecto. También tengo conversaciones sobre las luchas espirituales de las personas, sus dudas, su angustia existencial. Pero mi conversación más común con la gente en realidad se centra en la economía. Un domingo, por ejemplo, una anciana de nuestra iglesia compartió conmigo su preocupación de convertirse en una carga financiera para su familia. «Básicamente, me preocupa quedarme sin dinero», me confió. «No estoy segura de que vaya a tener suficiente dinero para la duración de mi vida. Me voy a quedar sin dinero y no quiero ser una carga para mi familia».
Para mí, estas conversaciones tienen sentido porque nos despertamos cada mañana frente a un mundo económico. Tal vez como nunca antes en la historia de la humanidad, hasta donde sabemos, vivimos en una economía global que impacta nuestras vidas de maneras poderosas. Los últimos informes de trabajo y estadísticas de vivienda, todos esos datos se observan en nanosegundos en todo el mundo. Hay muchas, muchas presiones, no solo a nivel nacional, sino también mundial.
EL MUNDO NECESITA MÁS QUE EMPLEOS
Hace varios años leí un artículo en The Atlantic, Un mundo sin trabajo (en inglés), de Derek Thompson. Él hace este tipo de pronóstico sobre el crecimiento rápido de la inteligencia artificial y la robótica, escribiendo: «Esto ejercerá una presión lenta pero continua a la baja sobre el valor y la disponibilidad del trabajo». Explica lo que la tecnología está haciendo al trabajo humano, tanto los aspectos positivos como negativos, en términos de cómo está alterando diferentes segmentos de la sociedad. La tecnología no solo da forma a nuestra cultura, sino que también al trabajo en sí mismo. Una de las cosas que escucho cada vez más hoy en día no es solo «¿Importa mi trabajo?», sino también: «¿Habrá trabajo para mí? ¿Cómo agrego valor? ¿Puedo convertirlo en un salario digno?».
Estas preguntas no son nuevas, pero son convincentes en todos los segmentos de la sociedad. La necesidad humana de seguridad nunca termina. Como seguidores de Jesús, ¿estamos escuchando el grito contemporáneo del mundo en este momento? Creo que la brecha entre la fe y nuestro trabajo, entre nuestra adoración y el mundo, tal vez sea más grande de lo que imaginamos
LA VISIÓN DE JESÚS SOBRE EL FLORECIMIENTO HUMANO
El evangelio habla a cada rincón de la vida. Entonces, ¿Cómo informa la fe cristiana nuestro pensamiento, nuestras oraciones y nuestras prioridades cuando se trata de la economía global? ¿Cómo informa sobre la oportunidad económica para los demás? Tu trabajo importa, sí, no solo a Dios, sino que también le importa al prójimo. Es posible que en nuestra falta de pensamiento y compromiso con los desafíos económicos de nuestros días, que son masivos, nos quedemos con una comprensión empobrecida de nuestras implicaciones en eso. ¿Qué significa amar a Dios y amar a tu prójimo? ¿Significa amar a nuestro prójimo en el sentido de darle sopa cuando está enfermo? ¿Significa cortar el césped cuando están de vacaciones? Sí, estas son cosas buenas. Pero Jesús tenía más en mente cuando nos dijo que la voluntad de Dios para nuestras vidas como portadores de la imagen de Dios, en redención, es amar a Dios y amar a nuestro prójimo de una manera perfecta.
El gran mandamiento habla del trabajo colaborativo que estamos llamados a hacer todos los días en nuestro mundo moderno. ¿Qué pasaría si el amor al prójimo alimentara el florecimiento económico, no solo de nuestro vecino local, sino también de nuestro vecino global? Jesús habló poderosamente acerca de la vida económica. Sabemos que habló mucho sobre el dinero, el trabajo y la economía en el primer siglo. Jesús pasó la mayor parte de su vida en este planeta devastado siendo carpintero, haciendo cosas. Eso tiene implicaciones increíbles para lo que hacemos. No debería sorprendernos que las historias de Jesús estén incrustadas en su mundo vocacional como carpintero y en la vida económica del primer siglo.
EL BUEN SAMARITANO: UN EJEMPLO A SEGUIR
En Lucas 10, la historia del buen samaritano, Jesús ejemplifica cómo el amor al prójimo es simplemente una extensión del amor familiar. Jesús es explícito en que el samaritano hace aún más en la historia, más de lo que jamás imaginarías o esperarías. Ofrece primeros auxilios, lo cual es una expectativa. Pero como el padre generoso en la parábola del hijo pródigo, hace incluso más que ofrecer primeros auxilios. El empresario samaritano garantiza el pago de lo que el hombre robado y herido necesitará en esta crisis. Si miras la cantidad de cambio al posadero, sabrás que es mucho dinero. En la historia de Jesús, hay un contraste fascinante entre la insensibilidad de los líderes religiosos y la compasión de este hombre de negocios.
Lo que a menudo perdemos de vista es otro contraste. El contraste se establece entre la injusticia económica de los ladrones y la generosidad económica y la compasión del empresario samaritano. Jesús hace todo lo posible en la historia para describir no solo esta compasión del samaritano, sino también su generosidad económica. El samaritano no solo tiene compasión, sino que también tiene la capacidad económica.
¿De dónde vino esa capacidad económica para ayudar a su vecino necesitado? La capacidad económica en ese siglo, y en el nuestro, proviene de la administración diligente del trabajo y las finanzas dentro del sistema económico de agregar valor a los demás. Así es como sucede. El evangelio nos da poder para tener amor al prójimo y transforma no solo nuestro trabajo, sino también nuestra vida económica. El evangelio no solo aborda nuestro mayor empobrecimiento que es claramente el espiritual, el empobrecimiento relacional. El evangelio también hace presión de maneras poderosas sobre las realidades económicas y el empobrecimiento económico.
El evangelio nos obliga a vivir de tal manera que honre a Dios, que hagamos un trabajo honesto, obtengamos un beneficio honesto, cultivemos la capacidad económica, para que podamos servir a los demás en sus necesidades económicas. Lo que creo que Jesús está diciendo, en cierto sentido, es que los mejores trabajadores son los mejores vecinos. ¿Cómo podemos ser generosos y cuidar a nuestro prójimo, ya sea a nivel local o global, si no tenemos nada con lo que podamos ser generosos? Todos estamos llamados a ser generosos con nuestro tiempo, talento y tesoro. Estamos llamados a ser generosos al compartir el evangelio, por supuesto, en el lugar de trabajo con nuestros vecinos. Pero también estamos llamados a ser generosos con nuestros recursos financieros. Ellos provienen de un trabajo diligente y una gestión financiera sabia. La capacidad económica importa, y no solo sucede. Se cultiva. Está nutrida. Está dirigida.
LA PROXIMIDAD INVOCA LA RESPONSABILIDAD ECONÓMICA
Necesitamos saber quién es nuestro prójimo. Nuestro vecino no es solo con quien trabajamos y aquellos que están cerca de nosotros, nuestros vecinos son aquellos que la sociedad dice que no son nuestros vecinos. La proximidad exige responsabilidad. Nos implica en un mundo globalizado. Cuando pienses en ayudar a tu prójimo, debemos pensar primero en el trabajo y en cómo el trabajo crea valor, cómo aporta capacidad, no solo para proveernos, sino también para acompañar a los pobres y los de escasos recursos. El trabajo nunca es una empresa solitaria. No puedes ayudar bien a tu vecino si no entiendes bien la economía. Vivimos en un mundo económico. Estamos unidos a través de la vida económica. El florecimiento humano y el florecimiento económico van de la mano.
EL SAMARITANO MÁS GRANDE Y EL FUTURO DE LA IGLESIA
Jesús es, en última instancia, el samaritano amoroso. No solo arriesgaría Su vida, sino que la pondría en la cruz por ti y por mí, porque todos somos esa persona golpeada y abandonada en el camino. Necesitamos ese amor paternal, esa compasión. Y necesitamos el sacrificio y su capacidad que satisfagan nuestras necesidades. Jesús, una vez más, tenía tanto la compasión como la capacidad. Jesús es el único y verdadero buen prójimo, y demuestra Su fiel trabajo no solo en el taller de carpintería, sino también en Su muerte expiatoria sacrificial en la cruz.
¿Qué significa esto para nosotros? El mundo está luchando contra la injusticia económica, clamando por el florecimiento económico. El mundo siempre necesita amor, amor dulce. Jesús es el máximo amante de nuestras almas. Lo señalamos. Pero el mundo también necesita empleos. Necesita vitalidad económica. Y el mundo está pidiendo eso a gritos. ¿Qué estamos haciendo? ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Estamos comprometidos no solo a alimentar la compasión semejante a la de Cristo, sino también a trabajar para nutrir y expandir nuestra capacidad para ayudar?
Un economista de Harvard, Raj Chetty, en un artículo del Wall Street Journal, describió la mayor necesidad, escribiendo que «la mayor necesidad en muchas de nuestras comunidades son las escuelas locales vibrantes y las iglesias locales vibrantes». ¿Recuerdas a mi amiga mayor, preocupada por no ser una carga para su familia? Sus preocupaciones, aunque válidas, no tienen por qué ser el final de la conversación. Es una de las oportunidades más asombrosas para el evangelio, en un momento en que la iglesia está marginada de muchas maneras, para que las iglesias desempeñen un papel vital en nuestras comunidades. La enseñanza de Jesús sobre el gran mandamiento nos obliga a pensar no solo en nuestra compasión sino también en nuestra capacidad, acerca de cómo podemos nivelar la sabiduría económica para el bien de nuestro prójimo.
POR TOM NELSON