REBECCA MCLAUGHLIN
«¿Por qué Jesús no tuvo ninguna mujer como discípula?». Mi hija de nueve años, Eliza, siempre hace las preguntas más difíciles, y las hace con rapidez. Muchas veces, cuando comienza su inquisición, empiezo con un «no estoy muy segura». Parte de mi trabajo como madre es ser honesta cuando no sé. Pero cuando me hizo esta pregunta, me limité a sonreír y decir: «Sí, sí tuvo».
Eliza tenía una buena razón para su pregunta. Las doce tribus de Israel comenzaron con los doce hijos del nieto de Abraham, Jacob, y Jesús escogió a doce hombres judíos como sus «apóstoles», señalando un nuevo comienzo para el pueblo de Dios (Mt 19:28; Lc 22:30). Marcos describe a los apóstoles de la siguiente manera: «Designó a doce, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, y para que tuvieran autoridad de expulsar demonios» (Mr 3:14-15). A partir de aquí, cuando Marcos utiliza la palabra «discípulos», suele referirse a estos doce apóstoles.
Las mujeres discípulas de Jesús
Pero Lucas explica que los doce eran un subgrupo de los discípulos de Jesús. Después de una noche de oración, Jesús «llamó a Sus discípulos y escogió doce de ellos, a los que también dio el nombre de apóstoles» (Lc 6:13). Entonces, ¿qué pasa con el grupo más grande de discípulos que viajaban con Jesús? Lucas deja claro que este grupo más numeroso incluía a muchas mujeres.
Después de contar una historia en la que Jesús perdona a una mujer visiblemente pecadora y la elogia por encima de un hombre religioso engreído, Lucas escribe:
Poco después, Jesús comenzó a recorrer las ciudades y aldeas, proclamando y anunciando las buenas nuevas del reino de Dios. Con Él iban los doce discípulos, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes; Susana y muchas otras que de sus bienes personales contribuían al sostenimiento de ellos (Lc 8:1-3).
Lucas señala que muchas de las mujeres que viajaban con Jesús habían sido sanadas por Él, ya sea física o espiritualmente, y que Su ministerio era sostenido económicamente por Sus seguidoras. Esto es significativo. Lucas suele centrar nuestra mirada en los pobres y marginados. Pero aquí tenemos una visión de las mujeres adineradas que se sintieron atraídas por Jesús, tan cautivadas por Él, que dejaron sus casas y lo siguieron a dondequiera que fuera. Los autores de los evangelios nombran a las personas para indicar que son testigos oculares. Cuando Lucas nombra a estas tres mujeres en particular, probablemente está señalando que se encuentran entre los testigos en cuyo testimonio se basa para su relato de la vida de Jesús.
María Magdalena
María Magdalena es la primera y se ha convertido, sin duda, en la más famosa de las discípulas de Jesús. En lugar de distinguirse de todas las demás Marías por la referencia a un esposo o a un hijo, se le identifica como procedente de su ciudad natal, al igual que a Jesús se le llama a veces «Jesús de Nazaret».
No sabemos el estado civil de esta María ni si tenía hijos. No sabemos qué aspecto tenía ni nada sobre su historia sexual. La idea de que era una prostituta transformada se introdujo siglos después de su muerte. Todo lo que Lucas nos dice es que Jesús expulsó de ella a siete demonios. María Magdalena había sido completamente asolada por las fuerzas espirituales del mal, la última persona que podríamos esperar que fuera reclutada para el equipo principal del Hijo de Dios. Pero a Jesús le gusta escoger a las personas más improbables, y esta María no solo viaja con Jesús durante Su ministerio, sino que también desempeña un papel fundamental al testificar de la resurrección de Jesús.
María Magdalena pasó de ser un parque de juegos para los demonios a ser una pieza clave en el plan de Dios para cambiar el mundo. ¿Cómo vemos a Jesús a través de sus ojos? Lo vemos como Aquel que transformó completamente su vida, Aquel que la sacó de un foso demoníaco y la puso en pie como una discípula devota.
Juana
La segunda mujer que Lucas menciona, «Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes», es mucho menos famosa hoy que María Magdalena. Se podría leer el Evangelio de Lucas diez veces y no recordarla. Pero Juana habría quedado grabada en la mente de los primeros lectores de Lucas por su estatus y su conexión con el hombre que encarceló y decapitó a Juan el Bautista.
Este Herodes no es el rey Herodes el Grande, que gobernaba cuando nació Jesús, sino uno de sus hijos, Herodes Antipas, que gobernaba en Galilea durante el ministerio de Jesús. Lucas nos cuenta que cuando Herodes Antipas se entera de la existencia de Jesús, quiere conocerlo: «A Juan yo lo hice decapitar; ¿quién es, entonces, Este de quien oigo tales cosas?» (Lc 9:9). ¿Cómo sabe Lucas la reacción de Herodes? Muy probablemente a través de Juana. Como mayordomo de la casa de Herodes, Chuza debía tener un alto rango en la corte de Herodes Antipas. Su esposa tendría acceso a las charlas de la corte, y el que abandonara las comodidades de la corte para viajar con un rabino controvertido causaría revuelo.
De hecho, la decisión de Juana de convertirse en discípula de Jesús es poco menos que peligrosa. Herodes está intrigado por Jesús, pero también quiere matarlo (Lc 13:31). Como miembro de la corte de Herodes, Juana corre un tremendo riesgo al dejarlo todo para seguir a Jesús, y la visión única que Lucas tiene sobre el pensamiento y el comportamiento de Herodes bien puede ser gracias a ella.
Unidas a la misión de Jesús
El elevado estatus social de Juana también deja claro que las mujeres que viajaban con Jesús no estaban incluidas solo para realizar tareas domésticas. De hecho, Richard Bauckham sostiene que es «bastante erróneo suponer que a las mujeres [en Lc 8:1-3] se les asigna, dentro de la comunidad de los discípulos de Jesús, el tipo de papeles específicos de género que las mujeres desempeñaban en la situación familiar ordinaria». Una mujer del estatus de Juana habría tenido sirvientes en casa para cocinar y limpiar para ella. Más bien, las mujeres ricas entre los discípulos de Jesús financiaron su misión.
Por supuesto, esto no significa que nunca se hayan ensuciado las manos. Jesús enseñó a Sus seguidores una y otra vez que servir a los demás es inherente al discipulado. Incluso se puso sobre sus rodillas y les lavó los pies (Jn 13:1-17). Pero el hecho de que Lucas nombre a Juana, en particular, debilita la idea de que las mujeres fueron traídas para mantener la casa de los hombres.
¿Cómo vemos a Jesús a través de los ojos de Juana? Lo vemos como Aquel que elige a personas de la corte de Sus enemigos para servir en Su reino. Lo vemos como Aquel por quien hay que sacrificar todo estatus, dejar atrás a todos los amigos de las altas esferas, Aquel en quien debemos gastar nuestro dinero, Aquel por quien debemos arriesgarlo todo.
¿Tenía Jesús mujeres como discípulas? Sí, absolutamente. Las mujeres que menciona Lucas en Lucas 8:1-3 están entre «las que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra» (Lc 1:2). Dos mil años después, dondequiera que se lean los evangelios en todo el mundo, se cuentan sus historias.