Después de más de cuatro décadas en el ministerio, he visto cómo otros pastores han caído presa de diversos peligros que les cuesta su ministerio y, en ocasiones, sus familias. Las buenas intenciones con las que empezamos la obra pastoral no pueden hacerse en modo piloto automático. El adversario no muestra misericordia para con nosotros en ámbitos de debilidad o descuido, sino que más bien los explota para destruirnos a nosotros y a las iglesias que servimos (1 P 5:8).
Reconocer los peligros y los riesgos en nuestro camino provee una de las mejores formas de entrar en la batalla espiritual. Aunque cada cristiano enfrenta peligros espirituales, los pastores parecemos afrontar algunos exclusivos de nuestro ministerio.
Los peligros personales pueden expandirse a nuestro ministerio y viceversa. Pero, con el fin de entenderlo, consideraremos lo siguiente como peligros personales:
1) Descuidar la santidad personal
Dado que el Señor es santo, Pedro escribe: «sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir (1 P 1:15-16; 2:11-12). La santidad sigue a la unión con Jesucristo (Ro 6:5-7). Sin embargo, esto no es una llamada a la pasividad, sino más bien la urgente razón de luchar activamente para no dejar que el pecado reine en nosotros (Ro 6:12-14).1 Robert Murray M’Cheyne declara: «La mayor necesidad de mi gente es mi santidad personal».2 Aunque solo sea por su gente, es su mayor necesidad en su vida personal.3
2) Dejar que las ofensas se enconen
El ministerio pastoral proporciona un laboratorio de oportunidades para la ofensa. También lo hace un pecador que vive en un hogar con otros transgresores. Seguir amargado, enfurecido por algo que se ha dicho, alimentando una mirada de enfado o enojo por un acto de descuido amarga el corazón contra los demás. Debemos «quitar de nosotros» la amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y la malicia, respondiendo, como personas perdonadas, con amables y tiernos actos de perdón (Ef 4:31-32). No lo denomine mal humor, llámelo por su nombre verdadero: pecado que necesita arrepentimiento. Acuda a Cristo a diario, a lo largo del día, para mantener el corazón libre de amargura (1 Jn 1:7-9). Perdone a los demás como aquellos que son perdonados por Dios.
3) Postergar el desarrollo en la disciplina personal
Debemos disciplinarnos con respecto a la piedad (1 Ti 4:7). Una vida de disciplina significa que hemos prestado atención a ordenar nuestra vida delante de Dios para que Él tenga la preeminencia en todas las cosas (Col 1:18). Descuidar la disciplina es contraproducente (Pr 15:32). La disciplina implica desarrollar buenos hábitos para cultivar la vida espiritual, refrenando los deseos, haciendo un buen uso del tiempo, centrándose en las prioridades y resistiendo en los días difíciles (Pr 12:1; 13:18). No sucede de la noche a la mañana, pero tampoco ocurrirá sin la atención debida a los detalles necesarios para un caminar saludable y un ministerio fiel.
4) Descuidar la salud física
Malaquías reprendió a los sacerdotes que ofrecieron sacrificios deficientes y deformes sobre el altar (Mal 1:6-14). Si hemos de ser «sacrificios vivos» (Ro 12:1), no cabe duda que aunque la vida física nunca toma prioridad sobre la espiritual (1 Ti 4:7-8), tampoco debe darse esto por sentado. Dios nos ha dotado de nuestro cuerpo, de modo que debemos cuidarlo manteniéndonos en forma, comiendo bien, haciendo ejercicio y durmiendo lo suficiente. De otro modo estaremos engañando a nuestras familias, a nuestras congregaciones y a nosotros mismos cuando no nos encontremos en la clase de salud física necesaria para mantener un programa intenso.4
Hágase un chequeo médico anual. Converse con su médico sobre qué tipo de ejercicio es adecuado para su edad, para su condición física y para su salud. A continuación, realícelo. Trabaje los hábitos de comer y dormir que le capaciten para maximizar cada día para la gloria de Dios. Esté dispuesto a recibir ayuda en cualquier ámbito necesario para permanecer en buena salud.
5) Dar el matrimonio por sentado
Sea intencional con su matrimonio. Un auto en punto muerto irá bien cuesta abajo, pero eso no durará mucho. Dejar que su matrimonio se deslice por inercia, aceptando lo que venga, equivale a permitir que funcione en punto muerto. Busque formas de servir a su esposa a diario. Podría ser ayudando con las tareas domésticas, con los niños u ofreciéndose voluntariamente a ir al supermercado. Sea creativo. A su esposa le encantará verle buscar formas de servirla intencionadamente. Se sentirá amada por su generoso servicio.
6) Descuidar el tiempo con sus hijos
La sencilla exhortación de Pablo: «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten», exige que valoremos nuestra forma de relacionarnos con nuestros hijos (Col 3:21). En ocasiones, nuestra ausencia, mientras hacemos cosas buenas, les revela bastante sobre nuestra preocupación por sus luchas y sus retos. Tómese tiempo para involucrarse en sus intereses (deportes, música, actividades al aire libre). Ayúdeles con sus tareas escolares.
Deles espacio para hablar, incluso para quejarse, y preste un oído atento sin reacciones ásperas. Ejerza autocontrol cuando corrija y discipline. Pida disculpas cuando les haya fallado en algún sentido. En resumen, los pastores deben comportarse como cristianos en todas las cosas respecto a sus hijos.5
7) Descuidar el tomarse tiempo libre
Cuando los Doce regresaron de su primer ministerio en solitario, Jesús escuchó sus informes y, a continuación, se «retiró» para que pudieran descansar (Lc 9:10).6 Llámele retirarse o tomarse un día libre. Jesús sabía que no podrían mantener un ritmo intenso sin tomarse un descanso para relajarse. Los pastores tampoco pueden. Deben priorizar el tomar un día libre de las tareas ministeriales. Yo llevo treinta años descansando los lunes, y he descubierto que esto me renueva la energía para la semana. La congregación respeta ese tiempo, de modo que rara vez me piden que ministre los lunes (aunque estoy dispuesto a hacerlo cuando sea necesario).
Programe las vacaciones con antelación y, cuando lo haga, asegúrese de que el púlpito y otras responsabilidades estén cubiertas con alguien de la iglesia o con un invitado. Considere que tomarse un respiro también es administrar bien su tiempo.
8) Pasar demasiado tiempo en las redes sociales
Resulta asombroso ver cuánto tiempo se puede malgastar cada día añadiendo nuevas publicaciones e interactuando con amigos sobre lo que otro ha publicado. Puede, de repente, llevarle una, dos o cuatro horas al día, que deberían dedicarse a otras cosas. Limite sus redes sociales. Disciplínese para encontrar un tiempo de descanso en el que comprobarlas (tenga en mente que esto puede ser también destructivo para la vida familiar).
Manténgase lejos de las páginas que lo llevan a tomar parte de argumentos innecesarios (2 Ti 2:14-19). Evite quedarse tiempo donde las incitaciones a pensamientos o actos pecaminosos lo tentarían (1 Ti 6:3-16). Use a compañeros de rendición de cuentas para garantizar que ejerce una buena moderación en el uso de las redes.7
En resumen
El adversario común de todos los creyentes apunta cuidadosamente sus dardos de fuego a los pastores, sabiendo que, cuando ellos sucumben a la tentación, a la indisciplina, a la permisividad o a la amargura, afectará a toda la congregación. Reconocer los peligros personales y del ministerio permite que el pastor intensifique la oración, la aplicación de la Palabra y la rendición de cuentas para evitar caer en trampas colocadas por el adversario. La importancia eterna de la obra del pastor le insta a la fidelidad en todas las cosas.
PHIL A. NEWTON