En la trilogía de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien, el joven hobbit Pippin observa la profundidad y la gama de emociones en el rostro del antiguo mago Gandalf:
Pippin miró con cierto asombro el rostro que ahora estaba cerca del suyo… Al principio solo vio líneas de preocupación y tristeza, pero a medida que miraba con más atención, percibió que debajo de todo eso había un gran gozo: una fuente de alegría suficiente para hacer reír a un reino, si brotara.1
En Gandalf —y en otros personajes de Tolkien, como Bárbol y los elfos— vemos lo que Ralph C. Wood llama «el comportamiento esencial tolkieniano: una actitud sombría ante el estado del mundo, pero con un gozo supremo que no puede ser apagado».2
Lo que Pippin vio en Gandalf también describe el comportamiento esencial cristiano: Nuestras emociones deben hablar, de manera profunda, tanto de la tristeza de este mundo caído como del gozo del evangelio. La mujer cristiana madura emocionalmente no está feliz todo el tiempo; no es una persona irritantemente optimista, que «siempre hace limonada con los limones que le da la vida».
El carácter emocional que buscamos es polifacético, y refleja toda la gama de emociones piadosas: desde el dolor sincero por el pecado hasta la esperanza sincera por el cielo, desde la ira justa por la injusticia hasta el afecto genuino por nuestro prójimo. Debemos estar, como dijo Tolkien, «tristes, pero no infelices», y como describió el apóstol Pablo: «entristecidos, pero siempre gozosos» (2 Co 6:10). ¿Cómo podemos llegar a ese estado? ¿Qué hace falta para conseguir un comportamiento emocional «sombrío» ante la vida en este mundo caído, pero saturado de «un gozo supremo»?
Para responder, queremos destacar los medios de gracia que Dios nos ha dado para ayudarnos a conseguir una madurez cristiana duradera.
La gama completa de emociones humanas se muestra de forma más hermosa y perfecta cuando miramos a Jesucristo. La misión principal de nuestro Salvador en la tierra fue buscar y salvar a los perdidos, y uno de los resultados de Su misión salvadora es que Dios está ahora trabajando para conformarnos a la imagen de Su Hijo, incluyendo nuestras emociones. «Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo» (Ro 8:29). Dios nos está formando a la imagen de Cristo, estamos destinados a ser como Él, pero también debemos trabajar para alcanzar esa meta (Col 1:29).
Como cristianas, debemos cultivar activamente emociones como las de Cristo en nuestras vidas. Y para hacer eso, debemos mirar a Cristo; debemos enfocarnos en la imagen del Hijo de Dios a quien estamos siendo conformadas. ¿Cómo logramos eso? Estos son algunos consejos:
Presta atención a lo que la Biblia enseña
La próxima vez que leas los evangelios, busca la frecuencia con la que las emociones de Jesús eran exactamente lo contrario a las de todos los que le rodeaban. Verás que las emociones de nuestro Señor eran casi siempre sorprendentes e inesperadas.
Cuando los discípulos trataron de impedir que los niños se acercaran a Él, «se indignó y les dijo: “Dejen que los niños vengan a Mí”» (Mr 10:14). Aunque el ciudadano judío promedio no se inmutaba ante los mercaderes y cambistas del templo, Jesús volcó sus mesas y los expulsó a latigazos en celo por la casa de Su Padre (Jn 2:17). Quizá lo más sorprendente de todo sea el agradecimiento de nuestro Señor cuando ofreció el pan y el vino en la última cena, símbolos de Su muerte y sufrimiento (Lc 22:19-20).
Identifica el propósito en el comportamiento de Cristo
Las emociones de Jesús eran radicalmente diferentes porque siempre apuntaban a agradar a Su Padre celestial. Jesús amaba hacer la voluntad de Su Padre, se airaba ante cualquier cosa que ofendiera a Su Padre y reflejaba perfectamente la misericordia de Su Padre. «Vemos en Jesús la mezcla más exquisita de compasión, simpatía, dolor, frustración e ira. La mente y corazón de Jesús estaban en perfecta armonía con la mente y el corazón de Su Padre», escribió Clifford Pond.
¿Y qué de nuestras emociones? ¿Están en armonía con la mente y con el corazón de Dios? ¿Es su objeto la gloria de Dios? Las emociones piadosas estarán en sintonía con complacer a Dios, lo que significa que con frecuencia sorprenderán al mundo que nos rodea.
Ten presente que Cristo no ocultó sus emociones
Muchos suponen que la madurez emocional significa menos altibajos, que nuestro objetivo es sentir menos en lugar de sentir más. Pero cuando observamos las emociones de Jesús, vemos que Él fue un hombre de sentimientos profundos e intensos. Él se «conmovió profundamente» y deseó «intensamente» (Jn 11:33; Lc 22:15); Su alma estuvo «muy afligida» y Él «se regocijó mucho» (Mt 26:38; Lc 10:21). Jesús no intentó ocultar sus emociones fuertes. Él ofreció «oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas» (Heb 5:7) y, como describió B. B. Warfield, mostró una «abierta euforia de gozo».4
Por lo tanto, cuanto más se parezcan nuestras emociones a las de Cristo, más profundamente sentiremos: Experimentaremos un amor más profundo por nuestros hermanos cristianos, un mayor odio contra el mal, una simpatía y una compasión más fuertes por los pecadores que perecen y un gozo más ferviente en el Señor. Así que pregúntate: ¿Siento más profundamente las cosas de Dios que antes? La respuesta será una medida de nuestra madurez emocional.
Imita el comportamiento de Cristo
Además, las emociones de Jesús siempre le movían a actuar. Tuvo «compasión» de las multitudes y por eso les dio de comer (Mt 14:14). Sintió «compasión» por los dos ciegos y les devolvió la vista (Mt 20:34). Y lo más importante de todo es que Jesús, «por el gozo puesto delante de Él, soportó la cruz» (Heb 12:2).
A veces sentimos emociones correctas —tal vez cuando leemos la Palabra de Dios cada mañana o escuchamos el sermón del domingo— y dejamos que los sentimientos nos envuelvan y luego se desvanezcan. Pero nuestros sentimientos piadosos están destinados a movernos a la acción. La compasión por los demás debe desbordarse en actos de generosidad. El amor por nuestros hermanos y hermanas en Cristo debería llevarnos a orar por ellos. El dolor por nuestros pecados debe llevarnos a arrepentirnos.
Reconoce tu necesidad permanente de Cristo
Observamos en nuestro Señor el glorioso panorama de las emociones humanas sin pecado (p. ej., Mt 8:10; Mr 3:5; Lc 10:21). Al considerar las emociones de nuestro Salvador, vemos dónde nos quedamos cortos, sin duda; pero también vemos la belleza por la que nos esforzamos y en la que estamos siendo transformados: emociones profundamente intensas que están en armonía con la voluntad de Dios y que nos mueven a la acción piadosa.
Lo maravilloso de todo es que cuando miramos a Cristo, nuestro Salvador, estamos siendo transformadas a Su imagen. Recuerda esta hermosa promesa: «Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu» (2 Co 3:18).
CAROLYN MAHANEY
• NICOLE WHITACRE