Al final de un curso de teología que yo estaba enseñando (felizmente, ahora no estoy seguro de dónde era), incluí la siguiente pregunta en el examen:
«Aprendí que hay camino para el infierno desde la misma Puerta del Cielo, lo mismo que desde la Ciudad de Destrucción» (John Bunyan, El progreso del peregrino). Analice.
Algunos estudiantes, percibiendo de manera acertada que probablemente se esperaba un análisis de la doctrina de la perseverancia, ¡afirmaron que el autor de esta cita obviamente era arminiano!
La experiencia me enseñó dos lecciones sensatas:
1) Hay muchos cristianos que nunca han leído El progreso del peregrino (¡Bunyan, desde luego, era calvinista!).
2) Probablemente estos estudiantes nunca habían tomado los «pasajes de advertencia» de la Escritura con toda la seriedad teológica.
Tales pasajes de advertencia casi sirven de signos de puntuación en la carta a los Hebreos, que había sido escrita para alentar a los cristianos a seguir corriendo la carrera de la fe y no volver atrás (Heb 12:1-2; 13:22). Es una carta que habla de manera muy específica sobre el peligro de la apostasía: «Hermanos, cuiden de que no haya entre ustedes ningún corazón pecaminoso e incrédulo, que los lleve a apartarse [gr. apostēnai] del Dios vivo» (Heb 3:12).
Entre otras declaraciones significativas están Hebreos 2:1-4; 3:7-15; 4:1-11; 6:1-12; 10:26-39; y 12:14-29.
¿Cómo debemos entender esta enseñanza sobre la apostasía y el significado e implicaciones de la perseverancia en la Biblia?
1) Dios persevera
Primero, deberíamos considerar como un principio bíblico establecido que Dios persevera en la salvación de Su pueblo escogido.
Sostener otra postura lleva a conclusiones doctrinales peligrosas. Por ejemplo, rechazar que Dios persevera en la salvación de Su pueblo no solo niega la doctrina de la perseverancia de los santos —con su corolario, la eterna seguridad de los creyentes—, sino que priva de su significación a varias doctrinas bíblicas fundamentales. Estas doctrinas incluyen la elección, la predestinación y la obra permanente del Espíritu (Filipenses 1:6 y 2:12-13 se vuelven pálidos y decaídos bajo esta perspectiva).
Además, las oraciones de Cristo se caen a pedazos ante el trono de Dios (contrario a Juan 17:11); Su asimiento de Sus ovejas se paraliza de manera misteriosa (contrario a Juan 10:27-30). Además, la posibilidad de seguridad sobre la salvación futura se fundamentaría irónicamente en la incertidumbre. ¿Dónde quedaría entonces la confianza en las verdades que afirma Romanos 8:29-39?
2) Los creyentes debemos perseverar
Segundo, necesitamos reconocer que la doctrina de la perseverancia significa que los propios creyentes deben efectivamente perseverar, a menudo frente a presiones abrumadoras para que desistan. La perseverancia es suavizada por la gracia, pero no por ello queda libre de esfuerzos. Hay tentaciones que afrontar; hay pecado interior que resistir; y las artimañas del diablo aún deben detectarse y se debe llevar la armadura de Dios a fin de vencerlo. Puede que incluso tengamos que resistir hasta el punto de derramar nuestra sangre (cp. Heb 12:4).
Pero estas son precisamente las características de la verdadera fe. El mensaje de Hebreos es, por lo tanto: asegúrense de que su fe sea así. Esta es la cuestión central de la descripción de los grandes héroes de la fe en Hebreos 11, que lleva hasta Cristo, el gran Héroe de la fe en 12:1-2.
3) La perseverancia se basa en la gracia, no en las experiencias
Tercero, necesitamos darnos cuenta de que las experiencias espirituales no son idénticas a la gracia salvadora.
Este principio subyace en Hebreos 6:4-12, el cual a menudo se cree que prueba fuera de toda duda que un cristiano verdadero puede cometer apostasía. En efecto, los versos 4-6 son descritos como la descripción más clara de un cristiano verdadero en todo el Nuevo Testamento: ser iluminado, gustar del don celestial, participar del Espíritu y gustar de la bondad de la Palabra de Dios y los poderes del mundo venidero.
Pero lo impactante de las experiencias descritas en estos versos no es tanto lo que dicen como lo que omiten. Nada se dice aquí sobre la confianza en Cristo, sobre el arrepentimiento, sobre cargar la cruz o sobre amar al Señor Jesucristo y a nuestros hermanos creyentes.
En efecto, estos versos podrían haberse escrito sobre Judas Iscariote. La luz de Cristo entró en su vida. Él gustó del don celestial y participó de las experiencias del Espíritu con los demás apóstoles (p. ej., Mt 10:1-3). Se expuso a las bondades de la Palabra de Dios durante varios años. Los poderes del mundo venidero se liberaron a su alrededor en las sanidades y el ministerio salvador de Jesucristo. Pero Judas nunca fue limpiado por Cristo y no había sido elegido para salvación aunque sí como apóstol, según el Evangelio de Mateo (cp. Jn 13:10-11; 13:18). Mucho antes de su traición, Jesús sabía que Judas era «un diablo» (Jn 6:70). ¡En él no había fe! Al final, no había arrepentimiento, solo remordimiento (Mt 27:3).
El autor de Hebreos de hecho les dejó clara esta distinción a sus primeros lectores. Cuando las personas que han tenido estas experiencias espirituales «se apartan» (Heb 6:6), dijo él, es imposible que los restauremos. En contraste, les dijo a sus lectores: «con respecto a ustedes estamos convencidos de cosas mejores, que tienen que ver con la salvación» (Heb 6:9). Estos creyentes tenían fe en la esperanza del evangelio y habían mostrado el amor que es el fruto central del Espíritu. Esto indica que la salvación real y duradera era de ellos.
4) Los creyentes debemos comprender la gracia
El mensaje es claro. No se debe confundir las grandes experiencias con la gran gracia. Algunos lo han hecho y han tenido un naufragio espiritual. Más bien, como nos aconseja el autor, estemos en guardia contra el descuidar la gracia (2:3); tengamos cuidado de que nuestro corazón no se endurezca por el engaño del pecado (3:13); procuremos no caer presas de la desobediencia (3:18; 4:6) y que no nos falte la fe (4:3). Tengamos cuidado de incurrir en una actitud despreocupada hacia la importancia de la comunión (10:25); cuidémonos de pecar de manera deliberada (10:26); no retrocedamos ante las dificultades (10:38); y no «rechacemos al que habla» mediante la poderosa Palabra de Dios (12:25).
Hay un camino al infierno desde las puertas del cielo. Lamentablemente, algunos no han llegado por el camino de la gracia, la fe y el arrepentimiento. Puede que se hayan engañado a sí mismos. Es por eso que Hebreos toca la nota del examen personal. Asegúrense de que su profesión de fe implique la posesión de Cristo.
Nadie que oiga la voz de Cristo, escuche con fe, y lo siga puede perecer jamás (Jn 10: 27-30). Podemos tropezar, pero Él nos guardará de caer de manera permanente (Jud v. 24). Porque contamos con su propia promesa: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera» (Jn 6:37).
SINCLAIR B. FERGUSON