El gozo cristiano es el deleite producido por el Espíritu Santo que experimentan todos los que han sido redimidos. Es el estado de satisfacción que proviene de poseer a Dios como nuestro tesoro más elevado.
El llamado al gozo es abrumador en las Sagradas Escrituras. El pueblo de Dios es exhortado a regocijarse de forma constante y de diversas maneras. En realidad, el gozo cristiano, lejos de ser una opción, es un deber para todo creyente: «Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!» (Fil 4:4).
En el Antiguo Testamento, los profetas y los salmistas hablaron y exhortaron al pueblo a la alegría. Llama la atención notar que casi todos los autores de las epístolas del Nuevo Testamento hablan del gozo cristiano. Pablo, Pedro, Juan y Santiago escribieron del gozo de distintas maneras.
Incluso nuestro Señor lo enfatizó durante Su ministerio terrenal: «cuando los insulten y persigan… por causa de Mí. Regocíjense y alégrense» (Mt 5:11-12); «Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto» (Jn 15:11); «su corazón se alegrará, y nadie les quitará su gozo» (Jn 16:22); «regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos» y «entra en el gozo de tu señor» (Mt 25:23). Más aún, uno de los evangelios afirma que el mismo Jesús se regocijó (Lc 10:21).
Una cosa es cierta: el gozo ocupa un lugar central para Dios y Su pueblo. Por eso es un llamado recurrente en la Biblia. Se pueden proponer tres razones del por qué las Escrituras hablan del gozo cristiano:
1) El gozo es la experiencia que tiene la mayor correspondencia con la realidad de nuestra salvación y comunión con Dios.
El deleite y la alegría son las emociones más congruentes con la realidad de ser salvos. El rey David testificaba de su liberación diciendo: «Tú has cambiado mi lamento en danza» (Sal 30:11); el profeta Isaías describía la redención como «Manto de alabanza en vez de espíritu abatido» (Is 61:3). El mismo ángel que anunció a los pastores el nacimiento del Salvador, afirmó: «les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo» (Lc 2:10).
Asimismo, el gozo es la realidad producida por la comunión con Dios. Es decir, la presencia de Dios es fuente de alegría y deleite. No podemos decir que tenemos comunión con Dios y vivir en amargura permanente o en tristeza inconsolable. La monotonía y el aburrimiento no son realidades que describen la presencia suficiente de Dios. Por eso el salmista decía: «En tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra hay deleites para siempre» (Sal 16:11).
Nuestra comunión con Dios en el cielo es descrita por Jesús como entrar en el «gozo de tu señor» (Mt 25:23), porque Él es y será nuestra única y verdadera satisfacción. En síntesis, el gozo cristiano es la emoción que describe mejor y le hace justicia a la realidad de ser salvos por Cristo y de conocerle.
2) Un cristiano gozoso es la mejor «propaganda» al mensaje del evangelio.
Cuando un creyente está satisfecho en Dios, está testificando al mundo que Él es suficiente para nosotros. El gozo de un cristiano es un testimonio poderoso de la satisfacción y la plenitud que solo Cristo puede producir. Martin Lloyd Jones decía: «los cristianos infelices son, para decir lo menos, una pobre recomendación de la fe cristiana».
Cuando estamos frente al mundo y tenemos contentamiento a pesar de la escasez, estamos demostrando que Cristo es nuestro mayor tesoro y que poseerlo es la razón de nuestro gozo. Al regocijarnos en la aflicción, estamos presentando una evidencia contundente del valor de Cristo. El gozo cristiano genuino hace más creíble el mensaje del evangelio o, por lo menos, no le pone tropiezos.
La falta de gozo que muchas veces se expresa en una falta de entusiasmo, en quejas, insatisfacción, en una frecuente tristeza y una constante amargura, puede ser de tropiezo para el mensaje del evangelio que precisamente ofrece el gozo de la salvación. ¡Que Dios nos guarde de semejante contradicción!
3) La falta de gozo puede llevarnos más fácilmente a la decadencia espiritual.
La falta de gozo es el trayecto más corto que conduce al pecado. Entramos en el peligroso terreno de la búsqueda de un gozo mundano cuando no nos deleitamos en Cristo. El Nuevo Testamento habla del peligro de «gozar de los placeres temporales del pecado» (Heb 11:25). El pecado ofrece un gozo, pero es tal gozo es temporal, engañoso y al final destructivo.
El corazón que no está satisfecho en Dios, buscará esa satisfacción en el pecado. Ese es el gran peligro de un cristianismo sin gozo, sin deleite ni satisfacción. La monotonía y la falta de deleite en el caminar cristiano pueden convertirse en la antesala de un pecado y en el comienzo de una vida que no glorifica a Dios.
Por esta razón, no debemos tomar la falta de gozo como algo ligero. Debemos ser cuidadosos y sagaces en velar por nuestros corazones. La constante frustración aún por las cosas más pequeñas, la murmuración, las quejas frecuentes y la falta de contentamiento son claros indicadores de la falta de gozo cristiano.
Debemos alarmarnos cuando se pierde el entusiasmo por congregarse, por leer las Escrituras, por el compañerismo con los hermanos y cuando la comunión con Dios ni el servicio ya no nos motivan. Esos son los peligrosos síntomas de la ausencia de gozo. No podemos tomar esas cosas con ligereza. Debemos despertar.
Cuidemos el corazón. Cuidemos el gozo. En Cristo tenemos la provisión completa para las necesidades más profundas de nuestro ser. En Él tenemos perdón de pecados, la nueva vida, comunión con Dios, el poder para una vida digna y la esperanza de la vida eterna. Tenemos todo lo que necesitamos para estar gozosos.
Tenemos a Cristo. ¡Gózate en Él!
GERSON MOREY