¿Quién eres tú? ¿Qué le da a un ser humano su identidad? ¿Sobre qué base construyes tu sentido del yo? Tu respuesta, verdadera o falsa, define tu vida.
Las formas erróneas de definir quiénes somos surgen naturalmente en nuestros corazones, y el mundo que nos rodea predica y modela innumerables identidades falsas. Pero Jesús traza y recorre un camino muy diferente y contracultural para que sepas quién eres. Tu verdadera identidad es un don de Dios, un descubrimiento sorprendente y luego una decisión comprometida.
¿Cuáles son las formas en que los seres humanos toman su identidad de fuentes erróneas? Tal vez construyes un yo producto de los cargos y logros que figuran en tu currículum. Puede que te identifiques por tu linaje o tu etnia, por tu historial laboral o por las escuelas a las que has asistido, por tu estado civil o por tu papel como padre. Tal vez te definas por tus inclinaciones políticas o por el objeto de tus anhelos sexuales. Tal vez te consideres representado en una categoría de Myers-Briggs o en un diagnóstico psiquiátrico. Tu sentido del yo puede estar basado en el dinero (o en su carencia), en los logros (o en los fracasos), en la aprobación de los demás (o en su rechazo), en tu autoestima (o en el odio a ti mismo). Tal vez pienses que tus pecados te definen: enfadado, adicto o un ansioso complaciente con las personas. Tal vez las aflicciones te definan: la discapacidad, el cáncer o el divorcio. Incluso tu identidad cristiana puede estar anclada en algo que no es Dios: el conocimiento bíblico, los dones o la denominación de la iglesia a la que perteneces.
En cada caso, tu sentido de identidad se desprende del Dios que realmente te define.
El modo en que Dios evalúa a un ser humano es contrario a nuestras opiniones y estrategias instintivas. Aquí hay seis realidades básicas para orientarte:
Tu verdadera identidad es quien Dios dice que eres. Nunca descubrirás quién eres mirando en tu interior o escuchando lo que otros dicen. El Señor tiene la primera palabra porque te hizo. Él tiene la palabra diaria porque tú vives delante de Su rostro. Él tiene la última palabra porque administrará tu «revisión integral de vida» final.
Tu verdadera identidad te conecta inseparablemente con Dios. Todo lo que aprendes sobre quién es Dios —Su identidad— se correlaciona específicamente con algo que eres tú. Por ejemplo, «tu Padre conoce tu necesidad» significa que siempre eres un hijo dependiente. «Jesucristo es tu Señor» significa que siempre eres un siervo.
Quién es Dios también se correlaciona con la forma en que expresas tu identidad principal a medida que se desarrollan tus diversos roles en la vida. Por ejemplo, la Biblia dice que la compasión de Dios por ti es como la de un padre con sus hijos (Sal 103:13). En el fondo, siempre serás un niño dependiente, pero a medida que creces a imagen de Dios, te vuelves cada vez más capaz de cuidar de los demás de manera paternal.
Tu sentido instintivo de la identidad está sesgado. En el acto de suprimir el conocimiento de Dios (Ro 1:18-23), un corazón caído suprime el verdadero conocimiento de sí mismo. Cuando nos olvidamos de Dios, nos olvidamos de quiénes somos.
Una identidad verdadera y duradera es un don complejo de la gracia de Cristo. Él da una nueva identidad en un acto de misericordia. Luego, Su Espíritu la convierte en una realidad viva a lo largo de toda la vida. Lo conocerás como realmente es cuando lo veas cara a cara y sabrás plenamente quién eres (1 Co 13:12).
Tu nueva y verdadera identidad te conecta con los demás hijos de Dios en un llamado común. No es individualista. Eres un miembro del cuerpo vivo de Cristo.
Ahora considera algunos de los detalles. No los pases por alto. Estas verdades nunca te cautivarán si simplemente las tratas como descargar información.
Todos los dones buenos, empezando por la vida misma, vienen de Dios. Nunca serás independiente. El Señor sostiene nuestra vida físicamente. Toda palabra que sale de la boca de Dios da vida. Además, Jesucristo es el pan de vida. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Yo soy dependiente de Él».
Nuestra dependencia como seres creados se ve agravada, complicada e intensificada por los pecados y los sufrimientos. Conocernos de verdad es conocer nuestra necesidad de ayuda. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Soy pobre y débil».
El Señor es misericordioso con los extraviados. Redime al pecador, al descuidado y al ciego. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Soy pecador, pero soy perdonado».
Dios es nuestro Padre. Nos adopta en Cristo y, por el poder del Espíritu, nos da un corazón como el de un niño. Necesitamos de Su paternidad todos los días. Necesitamos un cuidado tierno, una instrucción paciente y una disciplina constructiva. La fe conoce y abraza esta identidad fundamental: «Soy hijo de Dios».
El Señor es nuestro refugio. Nuestras vidas se ven asediadas por una serie de problemas, amenazas y decepciones. No somos lo suficientemente fuertes como para hacer frente a lo que se nos presenta. La presencia de Dios es el único lugar seguro. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Soy un refugiado».
El Señor es nuestro pastor. Él dio Su vida por las ovejas. Él guarda nuestra salida y nuestra entrada. Necesitamos que nos cuiden y nos supervisen continuamente. La fe conoce y abraza esta identidad fundamental: «Soy una oveja de su rebaño».
Cristo es Señor y Dueño. Nos compró con un precio; le pertenecemos. Necesitamos que alguien nos diga qué hacer y cómo hacerlo. La fe conoce y abraza esta identidad fundamental: «Soy un siervo, comprometido de por vida».
El Señor está casado con Su pueblo. Él nutre y cuida pacientemente a Su esposa, el cuerpo vivo de Cristo. Necesitamos un esposo fiel, amable, protector y generoso. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Me someto a Jesús».
Dios escudriña el corazón de cada ser humano. Vivimos ante sus ojos. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Soy un hombre temeroso de Dios».
Nuestro Dios es bueno, poderoso y glorioso. Es digno de nuestra confianza, estima, alegría y gratitud. La fe conoce y abraza esta identidad central: «Soy un adorador».
Podríamos seguir. El patrón es obvio. Cada aspecto central de la identidad de un ser humano expresa alguna forma de humildad, necesidad, sumisión y dependencia ante el Señor. Nuestra cultura y nuestros corazones podrían afirmar que la masculinidad significa ser independiente, seguro de sí mismo, orgulloso, fuerte, asertivo, decisivo, de mente estricta, obstinado y sin emociones. Pero Jesús es el verdadero hombre y no tiene miedo de la debilidad, la humildad y la sumisión. Vino como un niño indefenso y en peligro. Se hizo dependiente, pobre, afligido, sin hogar, sumiso: un siervo obediente al que se le encomendó una labor. Se convirtió en un simple hombre y murió en dolor, entregando Su espíritu en las manos de Dios, dependiendo por fe en el poder del Espíritu para resucitarlo. Siente todas las emociones expresadas en los Salmos.
Sin embargo, Jesús también es fuerte. Es un líder, maestro y Señor. Habla con autoridad decisiva. Ayuda a los débiles. Perdona a los pecadores. Tiene misericordias que ofrecer. Se enfrenta a la hostilidad de los seres humanos con valor y claridad. Vive con determinación. Sale a buscar a sus ovejas perdidas. Hace las cosas que Dios hace.
¿Cómo estas dos cosas encajaron en la vida de Jesús y cómo encajan en la nuestra? Este es el modelo: La identidad central como ser humano lleva al llamado a actuar como Dios. La debilidad lleva a la fuerza. El servicio lleva al liderazgo. Muertes a resurrecciones. Nunca funciona al revés. Cuando tu identidad central es mansa y humilde —como la de Jesús— entonces tu llamado se desarrolla a Su imagen de amor determinado, sabio y valiente. Te vuelves como Dios.
El orden importa. Te vuelves generoso y misericordioso con los demás al recibir continuamente misericordias generosas. Aprendes a proteger a los demás encontrando refugio en el Señor. Te conviertes en un buen padre viviendo como un hijo bien cuidado por tu Padre. Te conviertes en un líder magistral viviendo como un siervo bien dirigido. Te conviertes en un maestro sabio siendo un aprendiz bien enseñado. Aprendes a ser un esposo amoroso al ser desposado por Cristo. Te conviertes en un pastor que cuida a los demás viviendo como una oveja bien pastoreada por tu Pastor. Te conviertes en un consejero sorprendentemente bueno al ser bien aconsejado por tu Admirable Consejero.
Por supuesto, en gran parte de la vida, funcionamos en papeles en los que otros están por encima de nosotros y vivimos en una dependencia y sumisión honorables. «Sométanse, por causa del Señor, a toda institución humana» (1 P 2:13). Los líderes de una esfera se someten en otras esferas. El pastor de su iglesia está sometido a las autoridades de gobierno de la misma. Un padre de familia debe honrar a su propia madre y a su propio padre. Cuando tu identidad principal está en Cristo, das fruto tanto si te llama a servir como líder o te llama a servir como siervo.
Finalmente, considera que todos tus llamados actuales llegarán un día a su fin. Cuando envejezcas, seas frágil e indefenso, te convertirás en el cargo y la responsabilidad de otra persona. Pero tu verdadera identidad es imperecedera. Seguirás permaneciendo en Cristo. Cuando Él se manifieste, aparecerás con Él en la gloria (Col 3:4).
DAVID POWLISON