La teología es el estudio de Dios, de todo lo que tiene que ver con Él y Su doctrina. Sin embargo, la palabra teología solía intimidarme y me hacía creer que estaba reservada para hombres vestidos de traje y corbata, encerrados en el aula de una institución académica y sumidos en lecturas tan complejas que no eran accesibles para gente común y corriente como yo. Quizás te estás identificando conmigo.
Tristemente, por varios años estuve en un círculo donde se igualaba el conocimiento profundo de Dios en Su Palabra a «un corazón insensible a las cosas del Espíritu». ¡Vaya locura! Aunque eso es conversación para otro día, el tiempo pasó y el Señor abrió mis ojos a tantas verdades bíblicas, hasta el punto que mi cabeza parecía explotar.
La teología comenzó a cautivarme cada vez más mientras estaba en ese proceso. La idea de conocer más y mejor a mi Creador y Salvador se instaló en mi mente y, con el tiempo, me empujó hasta el aula de un seminario. Entendí que este estudio me ayudaría a «manejar con precisión la palabra de verdad» (2 Ti 2:15).
Todavía recuerdo mi primera clase tratando de comprender lo que el profesor decía, asustada ante la idea de escribir ensayos sobre temas tan profundos pero, al mismo tiempo, fascinada por lo que estaba aprendiendo. Si algo me llevé de aquel encuentro fue esta idea: «el estudio de la teología debe provocar en nosotros una mayor adoración a Dios».
Es justo en este punto donde creo que la mayoría erramos al pensar en la teología. Creemos que es acumular conocimientos para meramente alimentar el intelecto y luego usar palabras o frases que pocos entienden, en sermones o enseñanzas, pero que nos hacen parecer muy cultos y entendidos en la materia.
No quisiera que se malinterprete lo que acabo de decir. Cuando estudiamos, acumulamos conocimiento. Este conocimiento afina nuestro intelecto y ejercita nuestra mente, pero si solo se queda en el nivel intelectual, tenemos un problema. De hecho, la historia cuenta entre sus filas a hombres y mujeres que embriagaron de teología su mente, pero sus corazones quedaron intactos.
Ese es el punto de esta reflexión que, dicho sea de paso, me llena de eterna gratitud hacia el profesor en aquella primera clase que recibí. El conocimiento sobre Dios que podamos adquirir, aunque siempre será limitado, no tiene como objetivo convertirnos en libros ambulantes. En cambio, es útil para levantar nuestra mirada y postrarnos en adoración al Dios que hizo los cielos y la tierra y que entregó a Su hijo para nuestra salvación (Jn 3:16).
El problema radica en que los seres humanos tenemos la tendencia de irnos a los extremos y este caso no es la excepción. Algunos rechazan totalmente la idea de estudiar teología, por razones similares a las que acabo de describir, mientras que otros creen que su conocimiento teológico es todo lo que importa. En este último caso, lo que finalmente sucede es que el creyente termina con un corazón y mente desconectados y la teología no afecta la vida cotidiana.
He estado pensando mucho en esto, ahora que soy alumna de seminario y que estudiar la Biblia es además parte de mi trabajo como escritora. De nada vale que llenemos nuestra cabeza de teología y conocimiento si el corazón no se transforma en el camino. Por ejemplo, si una mayor comprensión de quién es Dios y de Su carácter no me lleva a buscar más la santidad, y que mi vida sea cada vez más un reflejo de Cristo, todo ese conocimiento es inútil, vano, y eso sí lleva al legalismo y a una falsa apariencia de piedad. Si conocer sobre el amor perfecto de Dios como uno de los atributos de Su carácter no provoca en nosotros el deseo de amar a Dios sobre todas las cosas y la obediencia para amar y servir a los demás, el conocimiento no tendrá valor alguno.
Estoy convencida de que nuestras iglesias se beneficiarían muchísimo si sus miembros estuvieran mejor preparados en teología. Creo que eso haría el trabajo de los pastores mucho más fácil, porque cuando nuestra base teológica es sólida y sana, podemos enfrentar la vida con la mirada puesta en la verdad y por ese tamiz pasar todas las decisiones, observar el mundo que nos rodea y procesar lo que nos sucede. Un mejor conocimiento de quién es Dios nos ayuda en la labor de padres, maestros y líderes en cualquier capacidad, e incluso afecta la manera en que nos relacionamos con los demás dentro y fuera de nuestras congregaciones.
Vivimos en tiempos privilegiados porque la preparación teológica ya no se limita a las aulas de un seminario, sino que está al alcance de un clic o en la librería más cercana. Podemos tomar cursos en línea y participar en estudios presenciales o a distancia, formales o más casuales. ¡Creo que siempre que exista la oportunidad, y sea el momento adecuado, debemos dar el paso de estudiar teología! Pero no olvidemos la meta. No agarremos el libro ni tomemos el curso solo para sonar más inteligentes o para sentirnos a la altura de otros. Esa motivación es errada y hasta pecaminosa.
Si vamos a estudiar teología, hagámoslo para que el asombro por Dios crezca y podamos deleitarnos más en Él. Hagámoslo para servirle mejor y servir mejor a quienes nos rodean. A fin de cuentas, de eso se trata nuestro paso por aquí: amar a Dios y amar a nuestros semejantes (Mt 22:37-40). Ese debe ser el resultado de una buena teología.
WENDY BELLO