Cuando los impíos se levantan, los hombres se esconden;
Pero cuando perecen, los justos se multiplican (Pr 28:28).
Uno de los propósitos del libro de Proverbios era entrenar a los jóvenes para ejercer con sabiduría posiciones de liderazgo en el pueblo de Israel. Esta formación ética era fundamental y es notable su importancia hoy a la luz de la forma en que vemos fallar al liderazgo contemporáneo, producto de que hemos exaltado las personalidades altisonantes y las credenciales por encima del desarrollo y la madurez del carácter.
La gran mayoría de nuestros líderes no merecen un pedestal en un parque como motivo de agradecimiento por sus innumerables servicios a la patria, sino un veredicto nefasto en los libros de historia como resultado de sus actos corruptos. No me refiero solo a la necedad de los líderes políticos, sino a todo el espectro del liderazgo, que va desde el mismo presidente y los líderes políticos de distintos niveles, hasta líderes religiosos y de toda la gama de servicios en una comunidad. En todos los niveles se presentan casos dolorosos que traen consigo un enorme costo económico, social y moral, porque cuando el liderazgo cae, las repercusiones de esa caída es sentida por todos los que están bajo su esfera de influencia.
No quisiera que esta reflexión se convierta en una charla de café en donde despotricamos de los líderes y nos elevamos como jueces perfectos del mundo. La necedad en el liderazgo nos afecta a todos porque somos parte del problema. Entonces, empecemos por nosotros, los liderados.
Uno de los deportes favoritos en la población es quejarnos de los líderes elegidos luego de que votamos por ellos y les entregamos el poder en las urnas. El maestro de sabiduría tiene estas palabras para nosotros: «Los que abandonan la ley alaban a los impíos, pero los que guardan la ley luchan contra ellos» (v. 4). Tenemos que preguntarnos con sinceridad si es que las personas que elegimos nos engañaron o simplemente elegimos con descuido y sin reflexión. Abandonar la ley de Dios puede sonar demasiado duro, pero muchas veces la olvidamos o dejamos de tener en cuenta y terminamos alabando (y eligiendo) a los necios.
En el mismo sentido, pareciera que lo único que realmente nos corresponde es elegir y luego dejar que los gobernantes elegidos hagan lo que quieran o tengan que hacer, mientras permanecemos como espectadores pasivos. Parece que nuestra responsabilidad es solo «elegir bien». Sin embargo, el maestro de sabiduría no solo lamenta que alabemos a necios, producto del olvido de la ley, sino que también dice claramente: «los que guardan la ley luchan contra ellos». Tenemos la responsabilidad de promover la verdad, de actuar con justicia y evitar el mal y sus perversidades. ¡Esa es parte de la respuesta práctica y sabia que se niega a permitir que el mal abunde, destruya y cause sufrimiento!
Una de las mayores mentiras que muchas veces nos creemos es que un gobernante necio no hará mucho daño. El maestro de sabiduría tiene palabras fuertes para desmentirnos: «Cual león rugiente y oso agresivo es el gobernante perverso sobre el pueblo pobre» (v. 15). Es interesante que el proverbio no se construye sobre un ejemplo o el otro, sino sobre ambos. El gobernante perverso, que causa daño de forma intencional, es comparado con la furia animal de un león hambriento y un oso que arremete con violencia. Ambos animales son temidos por su crueldad y fortaleza mortal. No menospreciemos nuestra responsabilidad de considerar el carácter de un líder al momento de elegirlo. Desestimar su carácter es como dejar suelto a un león hambriento y a un oso furioso por las calles.
Otros aspectos negativos de un liderazgo necio son su inestabilidad, corta duración y abundancia de corrupción. El maestro de sabiduría dice: «Por la transgresión de la tierra, muchos son sus príncipes; pero por el hombre entendido y el de conocimiento permanece estable» (v. 2). La «abundancia de príncipes» no es una señal de prosperidad, sino de inestabilidad política y social. El quebrantamiento de las leyes y la ausencia del imperio de la ley en general siempre propiciará un sinnúmero de líderes volátiles y efímeros que solo dejarán una estela de mayor desorden a su paso.
En ese sentido, la estabilidad no es un asunto meramente institucional, como si las instituciones per se proveyeran estabilidad. El tamaño de la oficina, el cuero del sillón o la elegancia del escritorio nunca ocuparán el lugar del tamaño del carácter del que los ocupa. Las instituciones solo serán fuertes y estables si su liderazgo es sabio y «entendido», es decir, personas que saben distinguir lo bueno de lo malo, que actúan con sabiduría y consideran los asuntos con cuidado para el bien común. La crisis institucional no es administrativa ni operativa, sino que tiene su fundamento en una crisis de carácter en su liderazgo.
El maestro de sabiduría también dice: «Cuando los justos triunfan, grande es la gloria, pero cuando los impíos se levantan, los hombres se esconden» (v. 12). Es interesante la oposición que presenta este proverbio. Por un lado, el triunfo de los justos genera una gloria grande. Esto quiere decir que los resultados de sus acciones tienen peso, son permanentes, beneficiosas y evidentes para todos. Por otro lado, cuando los necios o malvados se levantan… ¡Todos salen huyendo! No hay expectativa de éxito alguno, nada duradero. Lo mejor es huir o esconderse para salvar la vida.
Hay un aspecto que el maestro de sabiduría señala y que es importante considerar aún varios milenios después de que fueron escritos. Se refiere a la falta de carácter del liderazgo al enfrentar la tentación por el dinero: «El hombre fiel abundará en bendiciones, pero el que se apresura a enriquecerse no quedará sin castigo» (v. 20). La fidelidad, la paciencia, el dominio propio y el contentamiento son expresiones saludables de una vida llena de sabiduría. Cuando un líder no fortalece un carácter fiel con esas virtudes, la tentación por el enriquecimiento apresurado e ilícito tocará las puertas tarde o temprano y no quedará sin castigo.
Por eso debemos recordarnos y recordarle a los líderes con frecuencia que «Mejor es el pobre que anda en su integridad que el que es perverso, aunque sea rico» (v. 6). Andar en «integridad» implica mantenernos de una sola pieza, sin resquebrajaduras ni debilitamientos en nuestros principios y convicciones. Para el Señor es mejor un pobre con carácter sólido que un perverso rico. No nos equivoquemos, no solo se trata de un fajo de billetes o alguna joya costosa, sino que «raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Ti 6:10). Un líder necio puede oprimir a sus liderados solo para satisfacer su codicia, querrá mantenerse en el poder para seguir corrompiéndose, pero al final no perdurará porque, «Al príncipe que es gran opresor le falta entendimiento, pero el que odia las ganancias injustas prolongará sus días» (v. 16).
Finalmente, es momento de decirle a un líder que debe fortalecer su carácter para vencer las tentaciones del poder. Pero también debe saber que no se trata de su propia fortaleza, sino de una dependencia profunda del Señor, tal como lo enseñó el autor de Hebreos:
Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé» de manera que decimos confiadamente: «El Señor es el que me ayuda; No temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?» (Heb 13:5-6).
JOSÉ «PEPE» MENDOZA