Era la última vez que Pablo estaría frente a los ancianos de la iglesia en Éfeso. Su mensaje era una advertencia solemne. El ministerio de Pablo en Éfeso había tenido el suficiente éxito como para que se estableciera una iglesia e incluso los fabricantes locales de ídolos sintieran sus negocios amenazados (Hch 19:23-27). Entonces, ¿por qué su mensaje era sombrío?
Pablo anticipó que la iglesia sería atacada. Los «lobos feroces» invadirían desde fuera y desde adentro surgirían enseñanzas extrañas (Hch 20:17-38). Los peligros que advertía provenían en su totalidad de problemas doctrinales, hombres «hablando cosas perversas». Es por eso que sus estrategias para defender a la iglesia incluían impartir sana doctrina. Al igual que él había sido fiel al declarar «todo el consejo de Dios», Pablo esperaba lo mismo de los ancianos en Éfeso, encomendándolos a «Dios y a la palabra de Su gracia, que es poderosa para edificarlos».
El centro del método misionero de Pablo era la enseñanza continua y fiel de la Palabra de Dios como medio para edificar y proteger la iglesia. Si los misioneros —y los ancianos que dejamos atrás— queremos seguir el enfoque de Pablo, debemos recuperar la misma urgencia por la enseñanza.
Amplitud y profundidad bíblica
Los métodos misioneros más populares de hoy en día no se basan en un modelo similar de enseñanza exhaustiva. Más bien, enfatizan la importancia de la obediencia a la Palabra de Dios, creando una falsa distinción entre conocer y poner en práctica la verdad. A los misioneros se les dice que «la obediencia a la Palabra de Dios, más que el mero conocimiento de la Palabra de Dios, es el modelo normal de discipulado». Pero la obediencia a la Palabra de Dios fluye del conocimiento de Dios a través de Su Palabra.
Sin duda, el estudio de la Biblia no debería ser un ejercicio puramente cognitivo. Debe ser afectivo y transformador, más que estéril o académico. A través de Su Palabra, estamos llamados a conocer a Dios personalmente. Los que realmente le conocen, confían en Él. La obediencia sigue de forma natural.
El conocimiento de Dios y Su Palabra tampoco tiene por qué ser inaccesible. Las mayores verdades de la Escritura son sencillas («Dios es bueno» y «Dios ama a los pecadores»). Pero debemos mantener estas convicciones sencillas en medio de la complejidad de la vida real. Los misioneros necesitan una comprensión espiritual suficientemente profunda y un conocimiento de las Escrituras para responder a las tentaciones astutas del diablo. Deben ser capaces de responder a una amplia gama de preguntas difíciles de los jóvenes discípulos, como: «Si Dios es bueno, ¿por qué la vida es tan dolorosa?», o «Si Dios te ama, ¿no deberías poder vivir de una manera que te haga feliz?».
Esto se convierte rápidamente en algo práctico. Para responder a estas preguntas tan desafiantes y apremiantes, los misioneros deben pasar años dominando el idioma o los idiomas locales y aprendiendo la cultura de los no alcanzados. Cuando sea necesario, debemos traducir las Escrituras. También debemos pasar años enseñando esas Escrituras de forma exhaustiva y directa, como lo hizo Pablo.
Dispuesto a ser paciente
Este es el reto. No podemos tomar atajos cuando se trata de profundidad bíblica. Pablo enseñó deliberada, directa y repetidamente. Eso no quiere decir que siempre diera lecciones, sino que instruía y los efesios aprendían. Esto requirió un tiempo valioso. Pablo declaró todo lo que creía que era provechoso «públicamente y de casa en casa» durante tres años, noche y día, amonestando a todos en Éfeso (Hch 20:20, 31).
¿Por qué Pablo pasó tres años en Éfeso cuando, por ejemplo, solo estuvo tres semanas en Tesalónica? En realidad, es probable que hubiera permanecido en otras ciudades al menos tanto tiempo como en Éfeso si no hubiera sido expulsado por sus oponentes. Incluso en Éfeso pudo haber preferido quedarse más tiempo, pero acabó saliendo después de que estallara una revuelta.
Los misioneros de hoy —la mayoría de los cuales necesitarán un tiempo considerable para aprender los idiomas locales antes de poder enseñar como lo hizo Pablo— deben prever que pasarán mucho más de tres años en un lugar. No se trata de trabajar lentamente. El punto es impartir «todo el consejo de Dios».
Hoy en día, los enfoques misioneros populares nos dicen todo lo contrario. Algunos casi no mencionan la importancia de la adquisición del idioma y las traducciones. Algunos sugieren que el trabajo es básicamente sencillo; incluso los nuevos creyentes pueden plantar iglesias. Muchos asumen que la enseñanza cuidadosa y bíblica es innecesaria; el Espíritu Santo revelará lo que es necesario.
Estos enfoques innovadores son bien intencionados. Están diseñados para aumentar la velocidad a la que el evangelio puede moverse a través de las sociedades. De hecho, nos dicen que estos nuevos métodos ya han dado lugar a millones de iglesias y decenas de millones de bautismos entre los no alcanzados.
Lamentablemente, estamos descubriendo que, en muchos casos, estas cifras se han inflado mucho. Como lo sabía Pablo, el trigo crece entre la cizaña. Incluso los informes precisos pueden ser engañosos si no se hace un seguimiento a largo plazo. Esto no sugiere que todos los esfuerzos misioneros de hoy vayan a fracasar (¡Oremos por la gracia de Dios!), pero todas las iglesias estarán bajo ataque. ¿Cómo las preparamos para los lobos?
Redefiniendo la urgencia
Creo que la respuesta está en reorientar nuestra urgencia. En los tiempos de Pablo, solo una pequeña fracción del mundo había sido alcanzada. Aunque Pablo trabajó por el crecimiento numérico de la iglesia, este no era su único interés. En cambio, dedicó gran parte de sus esfuerzos misioneros en ayudar a las iglesias a conocer la Palabra de Dios y a defenderse de las falsas enseñanzas.
Dicho de otra manera, Pablo estaba más interesado en la seguridad del rebaño que en su tamaño. Después de todo, el tamaño de un rebaño no importa si está desprotegido cuando vienen los lobos. Así que Pablo enseñó a los creyentes de Éfeso noche y día durante años. Cuando tuvo que marcharse, encomendó esa misma responsabilidad a los ancianos que él mismo levantó. Pero incluso allí, Pablo siguió involucrado en la iglesia de Éfeso. Escribió una carta a la congregación. Visitó a los ancianos, advirtiéndoles de los desvíos doctrinales. También envió a Timoteo para que continuara el trabajo entre ellos, corrigiendo la falsa enseñanza y estableciendo líderes.
Creo que debemos imitar la paciencia y la perseverancia de Pablo en la responsabilidad misionera de enseñar. Muchos aún no han escuchado el evangelio y sentimos su necesidad con urgencia. Pero los nuevos creyentes también están en peligro. Si no sentimos una urgencia similar para defender a los nuevos rebaños, nuestro trabajo puede ser en vano.
MATT RHODES