Una de las cosas que más me gusta hacer mientras limpio la cocina o hago otras tareas de la casa es llamar a mi mamá. Se ha convertido en un patrón, tanto que cuando llamo, ella me dice en broma: «Debes estar limpiando la cocina».
En una conversación reciente, le confesé que he estado luchando como esposo. Le expliqué que no había logrado comprender del todo cómo luce la verdadera masculinidad. Durante la mayor parte de mi vida, había asumido que si me ocupaba de mí mismo —trabajando, pagando mis facturas, comprando mi comida y encontrando un refugio adecuado— estaba cumpliendo con el llamado de Dios a la masculinidad.
A medida que crecía en mi comprensión de la masculinidad bíblica, descubrí que la verdadera masculinidad exigía más de mí. Como hombre soltero, no había puesto en práctica lo que sabía que requiere el matrimonio. En secreto, pensaba que el matrimonio me cambiaría milagrosamente y me haría un mejor hombre. No bebí de la fuente de la verdadera masculinidad como soltero, así que ahora estoy bebiendo a borbotones desde una gran manguera como nuevo esposo. Ahora estoy aprendiendo de la manera más difícil sobre el elevado y arduo llamado de la masculinidad.
La entrega y sacrificio de Jesús
La vida de Jesús encarnó la verdadera masculinidad. ¿Cómo no iba a hacerlo? Sin duda, podríamos enumerar una larga lista de características que Jesús encarnó y que lo convirtieron en un hombre verdadero. Sin embargo, dos rasgos dignos de mención son Su entrega y sacrificio.
Las enseñanzas de Jesús en los evangelios están empapadas de estos temas. Cuando le preguntaron: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?», Jesús responde:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas (Mt 22:36-40).
Además, Jesús no solo nos enseñó a amar al prójimo, sino a amar y orar por nuestros enemigos (Mt 5:44). Es más fácil sacrificarse y actuar desinteresadamente hacia aquellos que consideramos dignos de nuestro afecto, amor y recursos, pero la verdadera masculinidad se muestra cuando nos sacrificamos libre y desinteresadamente por los indignos.
Junto a sus enseñanzas, Jesús añadió un testimonio insuperable de Su entrega y sacrificio: la creciente humildad de Su vida, incluso hasta la muerte. A lo largo de Su ministerio, renunció desinteresadamente a Su tiempo, energía y recursos por el bien de los demás. Pablo escribe que Cristo «se despojó a Sí mismo» y asumió «forma de un siervo». Pablo nos exhorta a adoptar esta mentalidad: «Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús» (Fil 2:5-8). El estilo de vida de Cristo es un modelo no solo para los casados, sino también para la forma en que deben vivir los hombres (y mujeres) solteros.
La mejor muestra de la entrega y el sacrificio de Jesús fue cuando fue libremente a la cruz por el bien de Su novia, por obediencia a Su Padre y por el gozo puesto ante Él. Nuestro perfecto Salvador murió por una novia que, sin lugar a dudas, había demostrado que no era digna de tal sacrificio. Lo cual presenta un hermoso cuadro de cómo los esposos pecadores deben amar y apreciar a sus esposas.
Los hombres de verdad dan libremente
Muchos manifiestan una enorme desconexión entre lo que dicen y hacen. Sin embargo, como podemos ver, la vida de Jesús encarnó Su enseñanza de forma completa y perfecta. A diferencia de nosotros, Jesús comprendió mejor que nadie las implicaciones de Sus enseñanzas y nunca recortó las distancias por comodidad y conveniencia personal.
Aprendemos de Jesús que la verdadera masculinidad no consiste simplemente en mantener nuestras cosas limpias y ordenadas. La verdadera masculinidad significa ir más allá de nosotros mismos para amar a nuestro prójimo, el cual es cualquiera que conozcamos que tenga alguna necesidad. Los verdaderos hombres dan libremente su tiempo, sus recursos, su atención, su energía y su apoyo emocional a los que lo necesitan sin tener en cuenta lo que puedan recibir a cambio.
Para el hombre cristiano soltero, esto significa dar libremente de su tiempo y sus recursos mostrándose hospitalario, ofreciéndose como voluntario en la iglesia, atendiendo a los necesitados, visitando a los enfermos y ayudando a los ancianos. Tiene implicaciones aún para la administración de su dinero. ¿Podrías dar más a la causa de Cristo ya que tus gastos actuales son menores? ¿Cómo puedes honrar a tus padres en esta etapa? Podrías comprobar con más regularidad si tienen alguna necesidad que puedas satisfacer.
Para el hombre casado, su prójimo más cercano es su mujer y sus hijos. La masculinidad significa inclinarse en su matrimonio y en su familia. Significa proveer para ellos física, financiera, emocional y espiritualmente. Significa amar humildemente a su esposa, incluso en los momentos en que siente que ella es especialmente indigna de ese amor, y amar a sus hijos cuando parecen ser los que menos lo merecen. Los hombres de verdad honran a su padre y a su madre, y están deseosos de «recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios» (1 Ti 5:4).
El gran llamado de la masculinidad
La primera vez que llamé a mi mamá mientras lavaba los platos, se sorprendió porque sabía que los actos así no eran naturales. Siempre he sido rápido para pensar en mí mismo y lento para pensar en los demás. Pero su reacción al verme limpiar la cocina, que fue divertida en el momento, me anima hoy. Me recuerda que, aunque el camino hacia la masculinidad ha sido lento y difícil, he crecido, aunque el crecimiento parezca insignificante. Su asombro me recuerda que Dios está obrando.
La verdadera masculinidad es un llamado difícil e incómodo, ya sea que estés soltero o casado. El papel de liderazgo que Dios ha dado a los hombres no es una oportunidad para ser servido, sino un llamado a servir de forma sacrificial. En un mundo que ofrece gratificación inmediata —en términos financieros, emocionales y sexuales— la masculinidad cristiana puede parecer poco atractiva e incluso sin sentido por momentos. ¿Por qué vivir de forma desinteresada y sacrificada cuando puedo hacer lo contrario y disfrutar de un placer instantáneo? Cuando la sociedad nos dice que el liderazgo equivale a un privilegio, ¿por qué aferrarse a la visión bíblica del liderazgo como sacrificio?
Los verdaderos hombres se niegan a sí mismos los placeres carnales para tener un verdadero gozo en Jesús. Ya sea que estés casado o soltero, si no estás sirviendo a tu prójimo de manera desinteresada y sacrificial, no estás caminando plenamente en la masculinidad bíblica. Los niños dicen: «Soy responsable de mí mismo». Los hombres dicen: «Soy responsable por mi prójimo». Los niños son obligados a dar, pero los hombres dan libremente porque se les ha dado libremente. Los niños esperan que su esposa o su madre laven los platos, pero los hombres se apresuran a tomar la esponja y el jabón. En última instancia, la masculinidad significa servir a los demás tanto o más que a uno mismo.
Aunque las recompensas temporales no siempre son inmediatas, las eternas valen la pena. Dios Padre demuestra que sí recompensará a los obedientes y fieles, como lo hizo con Su desinteresado y sacrificado Hijo:
Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:9-11).
PHILLIP HOLMES