En el sexto día de la creación, dijo Dios: «Hagamos al hombre» (Gn 1:26). Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza. El Creador también los bendijo (Gn 1:26-28) y, a pesar de haberlos creado «un poco menor que los ángeles» (Sal 8:5; He 2:5-9), los coronó de gloria y majestad para señorear sobre la grandiosa creación.
Al final del relato de la creación, la Palabra dice que «ambos estaban desnudos […] y no se avergonzaban» (Gn 2:25), dando a entender la pureza de la relación entre el hombre y la mujer, y la de ellos con toda la creación, como resultado de su relación directa con Dios. El hombre y la mujer eran la cúspide de la perfecta creación de Dios. Pero la serpiente era astuta.
La serpiente era astuta
El autor bíblico registra que «la serpiente era astuta, más que todas las bestias del campo que Jehová había creado» (Gn 3:1). Esto indica que la serpiente fue la antagonista, y el énfasis del pasaje es su astucia. El texto no se enfoca en definir a la serpiente como una bestia del campo, sino que no había nada creado con más astucia. Es decir, la serpiente fue más astuta que todo lo creado. Y no solo fue más astuta que todos los animales, sino que la narrativa muestra que aun fue más astuta que el hombre.
Si la historia en Edén hubiera terminado en el verso 13, la serpiente hubiera vencido. Su gran astucia fue necesaria porque la serpiente sabía que no era suficiente con solo comer del árbol. Sin embargo, para derrocar al hombre de su investida majestad, la serpiente sabía que las acciones de Adán y Eva debían ser voluntarias y en rebelión al Creador. Esta gran astucia se evidencia en sus tácticas:
Habló a la mujer. Determinó hablar con la mujer, a pesar de que el hombre estaba «con ella» (v. 6).
Menospreció la Palabra de Dios. Conocía la Palabra de Dios y la tergiversó. Dios había dicho: «De todo árbol del huerto podrás comer» (2:16), pero la serpiente dijo: «…de ningún» (3:1).
Menospreció el carácter de Dios. Les dijo: «Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos» (v. 5). Con esas palabras sugirió que Dios no les había dado toda la verdad, ni total libertad, ni plena experiencia, esperando que ellos menospreciaran en sus corazones la bondad de Dios y logrando sembrar la incredulidad dentro de ellos.
El astuto plan de la serpiente funcionó, y tan pronto cambió el corazón de Adán y Eva hacia Dios, vieron el árbol como algo magnífico. El verso 6 dice: «La mujer vio que era bueno para comer […] que tenía buen aspecto y era deseable». Tan pronto cayeron los dos pilares de su relación con Dios, esto es, Su palabra y Su bondad, los malos deseos de su mismo corazón se vieron arrastrados y seducidos. El deseo fue concebido y pecaron: ella tomó, comió y dio a su marido, que también comió.
La relación con Dios había sido quebrantada. Por el pecado cometido, sus ojos fueron abiertos y conocieron que estaban desnudos. Luego agregaron a su necedad haciendo lo que todo pecador intenta hacer: por miedo a ser condenados, se esforzaron por cubrir su pecado con delantales de hojas. El profeta Job resalta el error de este primer intento de «salvación por obras» cuando dijo: «¿Acaso he cubierto mis transgresiones como Adán?» (Job 31:33a). ¡Qué infantil! ¡Tratar de cubrir una condena cósmica con un par de hojas! Pero así somos.
Confrontados por Dios para misericordia
Ellos sabían lo que habían cometido y, cuando reconocieron la presencia de Dios, se escondieron (Gn 3:8). Sucedió casi como por instinto, pues evidentemente no confiaron en sus «maravillosos» delantales de hojas. Y es interesante notar una ilustración en su conducta, porque la narrativa muestra una representación física del problema espiritual: estando avergonzados y atemorizados porque habían roto la pureza de su relación con Dios, se cubrían y se escondían de Él. Entonces, fueron confrontados por Dios con Su presencia y palabra, por medio de varias preguntas: «¿Dónde estás? ¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del cual te mandé que no comieras? ¿Qué es esto que has hecho? (a la mujer)».
A cada pregunta dieron respuestas verdaderas de lo que había sucedido, si es que solamente contamos el sentido estricto de las palabras, pero entre líneas se justificaban: «la mujer que me diste […] me dio del árbol» y «la serpiente me engañó» (vv. 8-13). Este diálogo de confrontación revela dos verdades cruciales que existen a partir de ese día como resultado de la muerte del corazón (alma) y el cuerpo.
La primera verdad es que el corazón del hombre está muerto. Tan pronto entró el pecado, entró la muerte espiritual. A partir de ese momento sus deseos no serían para Dios, sino para la carne y el mundo. Ellos mismos lo demuestran, porque tan pronto encontraron placer en lo prohibido, pecaron tomando y comiendo, pecaron tratando de cubrir sus pecados, pecaron tratando de esconderse de la presencia de Dios, tuvieron pavor de confesarse ante Dios y pecaron tratando de justificar sus malos actos. Desde el momento de la caída, la humanidad ha sufrido una especie de «esquizofrenia moral».
La segunda verdad es que Dios ha sido misericordioso. Dios les había dicho: «El día que de él comas, ciertamente morirás» (2:17), pero algo ocurrió, porque eso no fue exactamente lo que sucedió. ¿Qué sucedió? A pesar de que lo justo era la muerte súbita del alma y del cuerpo, Dios, en su paciencia, aplazó la muerte del cuerpo dándole al hombre una promesa (Gn 3:15) y la oportunidad del arrepentimiento.
La paciencia de Dios se ve aún con mayor claridad cuando contrastamos el trato de Dios hacia la serpiente. Para el hombre hubo paciencia y misericordia, pero para la serpiente solo rigurosa condenación. Dios confrontó al hombre y le dio una promesa, pero a la serpiente le hizo inmediata condena y le dijo: «Maldita serás» (3:14). Dios «no perdonó a los ángeles que pecaron» (2 P 2:4; He 2:5, 16).
Finalmente, hay un contraste más a considerar que revela redención y esperanza. El contraste es entre Caín y Adán. Caín también fue confrontado y se le mostró paciencia, pero su reacción fue que «se levantó contra su hermano Abel y lo mató». Y luego cuando Dios le dijo: «¿Dónde está tu hermano Abel?». Caín mintió diciendo «no sé», y por tanto el Señor le dijo: «Maldito eres» (Gn 4:1-11).
En cambio, luego de que Dios diera la promesa a Adán y a Eva, la narrativa muestra evidencias de fe en ellos y aceptación de parte de Dios. En respuesta a la promesa de que un hijo de Eva (la simiente) destruiría a la serpiente, Adán «le puso por nombre Eva a su mujer, porque era la madre de todos los vivientes». Y en sustitución de los delantales de hojas que habían cocido para cubrirse, el Señor Dios les «hizo vestiduras de piel […] y los vistió» (Gn 3:20-21). Fueron vestidos por Dios como señal, hasta que llegara el día del cumplimiento de la promesa, el día en que la simiente habría de aplastar la cabeza de la serpiente mientras la serpiente habría de herirla en el calcañar, en la cruz. Y hasta ese día glorioso, la alabanzas y la esperanza de inmortalidad en el ser humano descansaban en la futura victoria del Mesías prometido.
Oskar Arocha