Parece que cada semana sale a la luz otra iglesia que ha fallado en manejar cuidadosamente los casos de abuso. Al considerar la mejor manera de responder a tal pecado en nuestras filas, muchos se preguntan sobre la enseñanza bíblica que debe informar nuestro cuidado. Una pregunta que surge repetidamente, por supuesto, es si el abuso físico alcanza el umbral de permisibilidad para el divorcio.
Para poner mis cartas sobre la mesa, mi respuesta corta a esta pregunta es sí.
Por supuesto, soy de los que piensan que hay razones bíblicas permitidas para el divorcio, aunque sé que muchos hermanos y hermanas de buena fe ven los mismos datos bíblicos y llegan a conclusiones diferentes (respecto a cuáles son las razones o incluso si el divorcio está permitido en cualquier circunstancia). No obstante, creo que las Escrituras limitan la permisibilidad del divorcio (aunque no en todos los casos exigen la necesidad del mismo) a los casos de infidelidad sexual, que en mi opinión incluye las circunstancias de abandono. En mi opinión, el abuso físico/sexual entra en la categoría de infidelidad sexual.
Ahora la respuesta más larga, y cómo estoy llegando a estas conclusiones:
La enseñanza bíblica sobre el divorcio
La enseñanza directa en las Escrituras sobre la perspectiva del divorcio se limita a unos pocos textos, pero su número no debe ser malinterpretado como falta de claridad. Aunque los asuntos exegéticos relacionados con la interpretación de estos textos ha dado lugar a una variedad de opiniones evangélicas a lo largo de los años, se puede argumentar razonablemente, a partir de los principales textos relevantes, que la Biblia enseña que el divorcio está permitido (aunque no necesariamente promovido y nunca ordenado) en casos muy específicos relacionados con la «inmoralidad sexual» o el abandono.
La primera referencia a considerar la encontramos en el Antiguo Testamento:
Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si sucede que no le es agradable porque ha encontrado algo reprochable en ella, y le escribe certificado de divorcio, lo pone en su mano y la despide de su casa (Dt 24:1).
La comprensión de este pasaje depende del significado de la frase «algo reprochable», la cual se traduce más literalmente como «la desnudez de una cosa». El significado es directamente el de fornicación —la infidelidad sexual física de una persona casada con una persona fuera del matrimonio— pero el rango semántico puede incluir actos como «revelar la propia desnudez», e incluso el incesto, la pedofilia u otras inmoralidades sexuales.
Jesús alude a este pasaje, donde él dice lo siguiente en respuesta a la pregunta de los fariseos sobre el divorcio: «Pero Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su mujer, salvo por infidelidad, y se case con otra, comete adulterio» (Mt 19:9). La frase traducida aquí como «infidelidad» corresponde a la frase en Deuteronomio «algo reprochable», y la lectura natural de este pasaje es que Jesús está diciendo básicamente: «Quien se divorcia de su cónyuge, a menos que sea por inmoralidad sexual, comete adulterio».
Otro texto a considerar viene de la pluma del apóstol Pablo, quien responde a una pregunta implícita sobre el divorcio entre creyentes y aparentes incrédulos:
A los casados instruyo, no yo, sino el Señor: que la mujer no debe dejar al marido. Pero si lo deja, quédese sin casar, o de lo contrario que se reconcilie con su marido, y que el marido no abandone a su mujer. Pero a los demás digo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una mujer que no es creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y la mujer cuyo marido no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido. Porque el marido que no es creyente es santificado por medio de su mujer; y la mujer que no es creyente es santificada por medio de su marido creyente. De otra manera sus hijos serían inmundos, pero ahora son santos. Sin embargo, si el que no es creyente se separa, que se separe. En tales casos el hermano o la hermana no están obligados, sino que Dios nos ha llamado para vivir en paz (1 Co 7:10-15).
En este texto, Pablo está ampliando lo que Cristo enseñó en Mateo 19 y sus paralelos sinópticos (así como también en Mateo 5:32), sin modificar las palabras de Jesús ni contradecirlas. Más bien, Pablo incluye aquí el «abandono» y otros «casos semejantes» (v. 15) como una forma de infidelidad sexual. Podemos razonar así debido a su amonestación anterior en 1 Corintios 7:1-7 respecto a los «derechos conyugales».
En resumen, los principales textos bíblicos que hablan de divorcio (y recasamiento) hablan de la permisibilidad del divorcio en el caso estrecho de «inmoralidad sexual» y que, en tales casos, la parte ofendida queda «libre».
Sin embargo, no todo lo permisible es provechoso (1 Co 6:12). En ningún texto bíblico se promueve el divorcio, mucho menos como mandato. El diseño original del matrimonio está destinado a la permanencia de este lado de la eternidad, por lo que incluso el divorcio permisible no siempre es sabio o necesario. El impulso de todo cristiano en un matrimonio quebrantado debe ser buscar la reconciliación si es posible, con la ayuda del Espíritu y la visión del evangelio.
El significado teológico del matrimonio
La razón por la que incluso el divorcio permisible no es siempre ni frecuentemente aconsejable, es la misma razón por la que el divorcio solo es permisible por razones muy limitadas en primer lugar. Los fariseos provocaron que Jesús tratara el tema del matrimonio, divorcio y recasamiento con una pregunta sobre la posibilidad de divorciarse «por cualquier motivo» (Mt 19:3). Jesús corrige rotundamente esa fraseología atroz y malinterpretada de la tradición mosaica. Lo hace primero, no enseñando inmediatamente sobre los motivos permitidos para el divorcio, sino reafirmando la santidad del matrimonio:
Jesús les respondió: «¿No han leído que Aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra, y dijo: “Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”? Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe» (Mt 19:4-6).
Hay al menos dos textos del Antiguo Testamento a los que se hace referencia aquí. En Génesis 1:27 se detalla el origen del hombre y la mujer, quienes fueron creados para complementarse mutuamente. Génesis 2:24 habla de la institución del pacto matrimonial, donde el hombre está llamado a dejar su familia, unirse a su mujer y buscar una relación de «una sola carne» con ella. Las palabras de Jesús en Mateo 19:6, aunque no son una cita directa, pueden corresponder a la imagen de la «violencia» hecha a un «vestido» (¿separación?) en relación con el divorcio.
Las palabras de Pablo en 1 Corintios 7 exhortan aún más a los creyentes casados a tratar de mantener la relación si es posible. Argumenta que incluso la unión desigual de un creyente con un incrédulo puede resultar en un testimonio vital del evangelio. Pero el interés principal de Pablo es que se mantenga el propósito de Dios para el matrimonio. De hecho, Dios diseñó el matrimonio para que fuera una imagen de Su relación con Su pueblo. Pablo también nos dice en Efesios 5:22-23:
Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, así como también Cristo a la iglesia; porque somos miembros de Su cuerpo. Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido.
El retrato del amor conyugal que se ofrece aquí, y la imagen bíblica del pacto matrimonial en múltiples textos, demuestran el hermoso reflejo que hay en el matrimonio, de Dios y Su pueblo y de Cristo y Su Iglesia. El matrimonio está destinado a dar testimonio de la unión que Cristo disfruta con los creyentes y del modo en que Él ha servido y se ha sacrificado por ellos. Además, la razón por la que el matrimonio tiene vocación de permanencia en este lado del cielo es porque es una imagen del compromiso duradero de Cristo con Su Esposa, a la que nunca dejará ni abandonará (Heb 13:5).
El divorcio se ha permitido, dice Jesús, por la dureza de los corazones, pero «no ha sido así desde el principio» (Mt 19:8). No, el propósito original del matrimonio era un hermoso reflejo del amor eterno de Dios.
Por supuesto, no disfrutaremos del matrimonio en el cielo, dice Jesús en Lucas 20:34-26, porque no necesitaremos el matrimonio en el cielo. El matrimonio es un don para este tiempo, como algo que nos señala hacia aquel tiempo, y cuando Aquel que es señalado finalmente haya consumado Su reino, ya no necesitaremos la señal. Pero hasta ese día, los hombres y las mujeres se casan y se dan en casamiento, principalmente como testimonio de la gracia de Dios con nosotros. Por eso el matrimonio debe ser tenido en la más alta estima (Heb 13:4) y se debe hacer todo lo posible para mantener el pacto.
Ya que el matrimonio es un don sagrado dado por Dios para mostrar Su gloria y Su gracia, ciertamente es algo de peso contemplar la disolución del pacto que une al hombre y a la mujer. Es por ello que las razones para el divorcio permisible en las Escrituras no son ilimitadas.
Razones bíblicas para el divorcio
La idea moderna del «divorcio sin culpa» o de las «diferencias irreconciliables» no existe en la visión teológica del matrimonio de la Biblia. Algunas tradiciones rabínicas pueden haber explotado una interpretación de los motivos permisibles que implican «cualquier asunto», pero esto ni siquiera se desprende de los estatutos del Antiguo Testamento, y mucho menos de la aclaración de Jesús o la exposición de Pablo.
Dado que el matrimonio debe ser tenido en la más alta estima, el divorcio no debe ser nuestro primer impulso, incluso en los casos permitidos. Como se ha dicho anteriormente, el divorcio nunca se promueve ni se ordena. Sin embargo, está permitido en ciertos casos. A partir de los textos bíblicos examinados anteriormente, podemos dividirlos en dos grandes categorías: «inmoralidad sexual» y abandono. (Como ya he dicho, el abandono es en sí mismo un tipo de inmoralidad sexual, ya que se trata de una infidelidad corporal. La fidelidad sexual, considérese, no es simplemente una cuestión de relación física, sino de compromiso, cuidado y edificación).
Sin embargo, los asuntos son más complejos que eso, puesto que la palabra que Jesús utiliza para referirse a la «inmoralidad sexual» en Mateo 19:9 es tan indistinta desde el punto de vista semántico como el «algo reprochable» en Deuteronomio 24:1 del que está citando. La palabra griega que está detrás de la fraseología de Jesús es porneia, que tiene un significado notoriamente maleable. Porneia es, de hecho, una palabra del tipo «contenedor», que abarca todo tipo de inmoralidades sexuales.
La inclusión que hace Pablo del «abandono» en 1 Corintios 7 puede parecer distinta a primera vista, pero también incluye una curiosa frase a continuación, «en tales casos», que también puede ampliar la comprensión del abandono o indicar que está citando el abandono como un tipo de inmoralidad sexual o motivos similares permisibles para el divorcio.
Dada la naturaleza de estas dos excepciones principales para el divorcio en el Nuevo Testamento, es razonable incluir el abuso físico y sexual, e incluso el uso habitual e impenitente de la pornografía, como motivos permisibles para el divorcio.
El abuso físico constituye un tipo de «inmoralidad sexual» (porneia), porque es una infidelidad corporal directa y pecaminosa. Es una violación de la norma marital de Efesios 5 tanto como tener relaciones sexuales con alguien fuera de la relación. Es una destrucción del propio cuerpo y de la dignidad, y por tanto una destrucción del voto de proteger, cuidar y nutrir.
Del mismo modo, el uso obsesivo de la pornografía puede constituir el tipo de lujuria que Jesús equipara con el adulterio (Mt 5:28), y el usuario impenitente y habitual está en efecto engañando a su cónyuge igual que si tuviera relaciones físicas fuera del matrimonio. De hecho, el uso de la pornografía es una inmoralidad sexual cometida fuera del vínculo matrimonial.
Por estas razones, es sensato suponer que la Biblia permite el divorcio solo por motivos de «inmoralidad sexual» o abandono y que, por implicación, hay una gama limitada de actividades, incluyendo el abuso y el uso de la pornografía, que pueden calificar como uno o ambos de los anteriores. En resumen, el abuso sexual o físico del cónyuge es inmoralidad sexual y, por lo tanto, es una razón bíblica para el divorcio.
Jared C. Wilson es Profesor Asistente de Ministerio Pastoral en Spurgeon College, autor en residencia en Midwestern Baptist Theological Seminary, editor general en For The Church, y autor de numerosos libros y estudios bíblicos.