Muchos han dicho que «la doctrina no es importante» y otros toman versículos fuera de contexto para afirmar que «la letra mata». Sin embargo, en la Palabra vemos que Pablo pone un énfasis marcado en la importancia de la doctrina y la enseñanza bíblica (1 Ti 4:13-16).
De hecho, al mirar la historia de la iglesia, notamos que el protestantismo se apoyó en tres doctrinas fundamentales: la justificación por la fe, el sacerdocio universal del creyente y la infalibilidad de la Biblia. Estas tres doctrinas respondían a las necesidades de una época marcada por desviaciones doctrinales.
No obstante, hoy existe una doctrina que en algunos círculos hemos olvidado o simplemente no le damos el valor que le corresponde. Me estoy refiriendo a la doctrina de la incapacidad de la mente humana y la necesidad de la iluminación divina.
Pablo la expone claramente cuando escribe: «Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente» (1 Co 2:14). Para que alguien comprenda la verdad revelada en la Escritura, se requiere un acto de Dios igual de poderoso que el acto original que inspiró el texto.
Si bien tener la doctrina correcta es importante, no olvidemos que la obra de iluminación para el entendimiento es una obra del Espíritu Santo. Esta realidad de incapacidad personal puede dar una estocada mortal al orgullo humano que cree poder comprenderlo todo por sus propios medios. Creo firmemente que la predicación fresca sobre esta verdad vital podría resultar en un soplo fresco de Dios sobre una ortodoxia rancia y sofocante.
Una obra necesaria
La visita de la tercera persona de la Trinidad, invisible pero poderosa, cuando se predica el evangelio, es lo que necesitan las personas que asisten a nuestras iglesias. El Espíritu Santo viene a iluminar nuestros corazones en todos los aspectos del cristianismo. Derrumba toda altivez que puede levantar el hombre que desea entronarse en un lugar que no le corresponde y que solo le pertenece a la maravillosa obra guiadora a la verdad del Espíritu Santo a nuestro favor.
En ocasiones se escucha a un predicador con gran ortodoxia y una claridad meridiana, pero resulta que el oyente se va de la predicación con el corazón entumecido y sin mayor claridad. Tal vez no hubo oposición a la verdad, pero no hubo intervención divina para el entendimiento de esa verdad. El poder del Espíritu Santo no acompañó la predicación. El oyente no puede describir lo que sucedió: es como si hubiera estado escuchando un eco y no la voz, o viendo un reflejo y no la luz en sí. Estoy seguro de que en algún momento has estado en una situación similar.
Los cristianos debemos estar conscientes de la necesidad permanente de la obra del Espíritu Santo para arribar a la verdad liberadora de Dios en las Escrituras. Necesitamos reexaminar el hecho de que la doctrina correcta debe ir acompañada de la iluminación interior del Espíritu Santo. Necesitamos el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas y predicación de manera constante, pues nunca habrá un momento en nuestras vidas en que no necesitemos de la guía a la verdad del Espíritu Santo (Hch 1:7-8).
Dependiendo del Espíritu
Es interesante notar que la iglesia protestante empezó en muchos lugares con una Biblia y un himnario. Esa sencillez sigue siendo válida y es usada por misioneros en lugares remotos, confiando en la obra del Espíritu Santo para hacer nacer de nuevo a las personas y transformar vidas, ya que Él es el único capaz de hacer lo que el ser humano es incapaz de hacer por sus propios medios.
Es por todo esto que podemos unirnos en oración y confesar: «Señor, este es un pensamiento desafiante. Líbranos del error de predicar y enseñar en nuestras propias fuerzas sin la llenura del poder del Espíritu Santo, ya que el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios». Es evidente que cuando Pablo habla del hombre natural que no acepta la revelación de Dios (1 Co 2:14), se refiere a aquellos que no han nacido de nuevo por obra del Espíritu. Sin embargo, no olvidemos que nosotros, quienes nacimos de nuevo, podemos caer en el error de pensar que es en nuestra inteligencia conocemos a Dios y en nuestras fuerzas que se lleva a cabo el ministerio, no en el poder del Espíritu.
La advertencia a las iglesias mencionadas en Apocalipsis también aplica a nosotros: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (3:22). Considera cómo se siente el Espíritu Santo cuando no lo tomamos en cuenta y recuerda las palabras de Pablo: «Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención» (Ef 4:30).
El Señor le dejó claro a Zorobabel quién tiene el poder y cómo se hacía la obra de Dios: «“No por el poder ni por la fuerza, sino por Mi Espíritu”, dice el SEÑOR de los ejércitos» (Zac 4:6). En una visión anterior, Dios habló a Zorobabel sobre la necesidad de la pureza para el ministerio (cap. 3). Pero la pureza por sí sola no fue suficiente para llevar a cabo la obra de Dios: la obra de Dios también necesita recursos, pero no los de la fuerza o el poder humano. Depende por completo del Espíritu Santo.
No confiemos en nosotros mismos
Recordemos que el Espíritu Santo fue el soplo del Señor que obró en la creación (Gn 1:2), en el mar Rojo para abrirlo y cerrarlo (Éx 15:8, 10), y da vida a huesos muertos (Ez 37:1-14). Charles Spurgeon (en inglés) nos ayuda a entender la importancia de confiar más en Él y menos en nuestras propias fuerzas:
¡Oh, iglesias! Miren que no confíen en ustedes mismos; cuídense de decir: «Somos un cuerpo respetable», «Somos un número poderoso»… Cuídense de que no comiencen a gloriarse en su propia fuerza; porque cuando esto sea hecho, «Icabod» será escrito en tus paredes y tu gloria se apartará de ti [1 Sam 4:21-22]. Recuerden que el que estaba con nosotros cuando éramos pocos, debe estar con nosotros ahora que somos muchos, o de lo contrario debemos fallar; y el que nos fortaleció cuando éramos «pequeños en Israel», debe estar con nosotros, ahora que somos como «los miles de Manasés», o de lo contrario todo habrá terminado para nosotros y nuestro día habrá pasado.
La doctrina de la incapacidad de la mente humana y la necesidad de la iluminación divina es algo que no podemos darnos el lujo de olvidar, pues nos recuerda nuestra dependencia del Espíritu Santo para todo lo que emprendamos en el ministerio. Recordemos hoy y siempre esta maravillosa doctrina fundamental, sabiendo que siempre es un buen momento para arrepentirnos si hemos tratado de entender la Biblia y servir a Dios solo en nuestras propias fuerzas.