1 Reyes 19.11-13
En el Cantar de los Cantares, la novia dice: “Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado que llama: ‘Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía’” (Cnt 5.2). Dios se acerca a nosotros de manera parecida. Habla, llama y busca entrar en nuestras vidas.
Sin embargo, nuestros inquietos corazones tienden a divagar, y nuestras mentes se distraen con las muchas voces que compiten por la atención. ¿Alguna vez se aparta usted del vocerío y trata de distinguir el sonido del Amado, que toca y llama a nuestro corazón?
El Señor Jesús afirmó que sus ovejas conocen su voz (Jn 10.4), pero ese reconocimiento se adquiere mediante el hábito de escuchar durante toda la vida. En el Salmo 46.10, se nos exhorta a estar quietos y conocer que el Señor es Dios. Para hacerlo, primero debemos dejar de lado las ruidosas distracciones de este mundo. Elías es un buen ejemplo: mientras estaba en el monte Sinaí, esperaba que la presencia de Dios estuviera en el viento, el fuego y el terremoto, pero no sucedió nada hasta que hubo silencio. Entonces oyó una voz.
Debemos desarrollar el hábito de aquietarnos para escuchar al Señor. ¿Podemos decir a nuestro Esposo que nuestros corazones están escuchando en silencio, incluso cuando dormimos?