Desde Génesis hasta Apocalipsis, vemos el progreso del evangelio del reino de Dios (Lc 24:25-27). Con cada página que atraviesas durante tu lectura de la Biblia, la música del evangelio se intensifica para declarar que la humanidad caída tiene esperanza en el Rey que restaura.
El libro de Nehemías no es la excepción. ¿Podemos aprender de la vida de oración de Nehemías? ¡Claro! ¿Vemos principios valiosos de liderazgo en Nehemías? ¡Desde luego! Pero no pasemos por alto que Nehemías no es un libro aislado del resto de la Biblia.
La pregunta que más bien deberíamos hacernos primero es: ¿podemos admirar el evangelio de Dios en el libro de Nehemías? La respuesta es que no solo podemos, sino que también debemos hacerlo. Permíteme compartirte tres maneras en que este libro nos apunta hacia el evangelio del Rey Jesús.
Un libertador
El libro de Nehemías relata un periodo triste en la historia de Israel. El pueblo de Dios había sido capturado por el imperio de Babilonia. La indignación de Dios llegó a su límite —la rebeldía de Su pueblo era extrema— a pesar de que Dios envió advertencia del dolor inminente (Is 13). La disciplina de Dios, por lo tanto, llegó de la mano de Babilonia. Pero en Su amor y misericordia, Dios envió también palabras de esperanza.
Por medio de Jeremías, Dios prometió que el cautiverio duraría setenta años antes de que el pueblo regresara a Jerusalén otra vez. Dios lo prometió y, por lo tanto, así fue. Al término de este período, Dios volvió a rescatar a Israel de su cautiverio de la misma manera en que lo hizo de la mano de Moisés cientos de años atrás. En aquella ocasión, Moisés fue quien funcionó como el «libertador» del pueblo; en esta ocasión, fueron tres diferentes «libertadores»: Sesbasar, Esdras y Nehemías.
; 13). A su llegada, el pueblo estaba en apatía espiritual, con la ciudad construida a medias, la moral por los suelos y con su propósito como nación diluido entre placeres mundanos y sueños personales. Nehemías liberó al pueblo de su letargo espiritual y funcionó como precursor de nuestro Salvador.
Jesús llegó a un mundo de oscuridad y Su luz fue tal que alumbró «a todo hombre» (Jn 1:9). La función del gobernador Nehemías (Neh 5:14) era solo la sombra del Rey Jesús (Ap 1:5). Con su vida, Nehemías nos apunta hacia el dador de toda vida, el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29).
Un sacerdote
En el libro Nehemías tenemos registrado un avivamiento nacional como pocas veces se ha visto. Leemos el recuento de cómo el sacerdote Esdras subió a un estrado para predicar desde un púlpito hecho para ese fin (Neh 8). La predicación fue tal que la gente se arrepintió de sus pecados porque «Leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura» (Neh 8:8).
Esdras, junto con un grupo de levitas, inició este avivamiento nacional. En la soberanía de Dios, Esdras fue el encargado de leer…
… El libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley (Neh 8:3).
La función del sacerdote Esdras nos apunta a la función de Jesús, nuestro Gran Sumo Sacerdote (Heb 4:14). Esdras leía las palabras en la Escritura, pero Jesús es la Palabra. Esdras hablaba del Rey, pero Jesús es el Rey. Esdras era un sacerdote de entre muchos más, pero Jesús es el único y perfecto Sacerdote. Esdras presentaba a Dios sacrificios imperfectos, pero Jesús fue el único Sacerdote y también el sacrificio perfecto.
La función de Esdras como sacerdote nos apuntaba al rescate por medio de nuestro Gran Sumo Sacerdote. Ahora Jesús intercede por nosotros y nos presenta justos ante Dios (1 Jn 2:1, Ef 5:27). ¡Gloria a Dios por nuestro Sacerdote!
Una ciudad
El libro de Nehemías nos cuenta la reconstrucción de Jerusalén. La ciudad fue destruida en la conquista de Babilonia sobre Israel en el 587 a. C. Ahora era tiempo de reconstruirla. Fue una labor intensa que requirió de cada gramo de disciplina y fortaleza. Los trabajadores sostenían la espada con una mano y con la otra trabajan reconstruyendo el muro (Neh 4:17).
Después de meses de trabajo arduo, terminaron la obra, dedicaron las murallas y muchos se asentaron en Jerusalén, como en los viejos tiempos. Excepto que no todo fue igual que antes. Aunque Jerusalén fue restaurada, esta ciudad nunca recuperó la gloria de antaño. Jerusalén se vio envuelta otra vez en pecado. Sus habitantes deshonraron la ciudad vez tras vez. La sede del reino de Dios nunca recuperó su antiguo esplendor.
Sin embargo, la Jerusalén de Nehemías nos apunta a la Nueva Jerusalén de Jesús. Esta ciudad también tendrá puertas y muros (Ap 21:12), pero no será frágil y temporal como la antigua Jerusalén. La nueva ciudad será invencible. Jesús, el Cordero, caminará allí con nosotros. Dios será el templo y las puertas nunca serán cerradas (Ap 21:9-27). No habrá allí la tristeza por el pecado que sí hubo en la Jerusalén de Nehemías. La Nueva Jerusalén será la nueva sede del reino de Dios y nosotros reinaremos con Él desde allí y para siempre. De eso se trata el evangelio, del Rey y Su reino.
Proclamemos el evangelio
Las misericordias de Jesús son para siempre y no podemos más que rendirnos ante el Rey para ser súbditos amados, pero también amadores de nuestro Rey. Hemos sido escogidos, limpiados y pronto seremos plenamente glorificados por Él. Por lo tanto, habiendo sido bendecidos con las más hermosas bendiciones espirituales, vivamos piadosamente, anunciando que el Rey de Israel es el Rey del mundo. Proclamemos que el evangelio de Dios se revela solo en nuestro Rey Jesús.
Él es la máxima expresión del evangelio —nuestro Salvador, nuestro Sacerdote— y pronto, muy pronto, moraremos junto a Él en una ciudad no hecha por manos humanas. El futuro nos depara una ciudad como ninguna otra. La Nueva Jerusalén descenderá de los cielos y todo será hecho «muy bueno» otra vez. ¡Gracias, Señor Jesús!
JOSUÉ ORTIZ