Boom, boom, boom… mi corazón latía como si estuviese por escapar del pecho. Mi respiración era menos profunda con cada latido. Cada rincón de mi cuerpo temblaba y las lágrimas corrían por mis mejillas. Por años, la ansiedad fue mi compañera no deseada.
Siempre sentí una profunda vergüenza con respecto a esta lucha e hice todo lo posible por ocultarla. Pero la condena me gritaba por dentro: «si tu fe fuera más firme, no estarías luchando contra la ansiedad», «si las personas supieran de tu lucha, te verían diferente», «nadie entiende lo que estás viviendo». Era como una tormenta dentro de mí. Mentira tras mentira, mi ansiedad aumentaba y el temor me aislaba cada vez más.
Ansiedad: una espina en la carne
La Palabra de Dios fue mi roca y consuelo en medio de esta lucha. Cuando mis pensamientos salían de control, buscaba paz copiando las cartas del Nuevo Testamento palabra por palabra. La tormenta cesaba cuando hacía que mis pensamientos quedaran cautivos por la Palabra de Dios (2 Co 10:5).
Continué con esta práctica hasta llegar a un versículo que el Señor usó para cubrir mi vergüenza con Su gracia y llenar mi alma de esperanza:
Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca (2 Co 12:7).
Al apóstol Pablo le fue dada una «espina en la carne». Podríamos pasar mucho tiempo tratando de descifrar a qué se refiere esta expresión, pero la Biblia no lo aclara. Lo que sí nos dice es el propósito: «para que no me enaltezca».
¡Qué sorprendente! Pablo recibió esta espina para que pudiera mantener un corazón humilde que reconozca su debilidad y evitar la autoexaltación. El apóstol podía caer en la vanagloria con facilidad debido a que el Señor le había dado grandes revelaciones, que quedaron registradas en sus cartas del Nuevo Testamento.
Un corazón propenso a la vanagloria, ¿nos suena familiar? El Señor sabe que nuestros corazones se inclinan al orgullo y la autodependencia; a creer que podemos vivir y ser aparte de Dios. Este es el patrón que vemos desde la caída y que se repite en nuestras vidas.
Veo este orgullo muchas veces en mi vida. Lo veo en mis deseos de ser más, lograr más, alcanzar más y expandir mi conocimiento bíblico por pura vanagloria. Pero hay una «espina en mi carne» que hace mis pasos más inseguros y dependientes: la lucha contra la ansiedad.
Su gracia me basta
Pablo clamó al Señor rogando que le quitara la espina, pero la respuesta fue negativa. Por lo que sabemos de la vida del apóstol, podemos asumir que la respuesta de Dios no fue por falta de fe o por un pecado no arrepentido. Entonces, ¿por qué el Señor no quiso remover la espina en Pablo?
Dios le respondió: «Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Co 12:9). El Señor no le quitó aquella espina en la carne para que Pablo pudiera experimentar las profundidades de Su gracia y misericordia.
De la misma manera, sé que si no luchara contra la ansiedad, no correría a Jesús y me perdería la riqueza, profundidad, consuelo y belleza de Su gracia. Intentaría hacer todo por mí misma, aunque sea imposible, y no podría disfrutar de Su fidelidad y misericordia, que son nuevas cada mañana (Lm 3:22-23).
Traté de ocultar mi lucha contra la ansiedad por años, pero eso solo me llevó a mayor sufrimiento, vergüenza y desesperación. Hasta que comprendí, por medio de Su palabra, que no necesito esconderme. Aunque sufra ansiedad y depresión por el resto de mi vida, sé que puedo llegar al Padre por ayuda. Su gracia me basta. Él es suficiente en mi debilidad.
La ansiedad ya no me acusa ni me condena porque Jesús murió en la cruz por mí y está sentado en el trono intercediendo a mi favor (Ro 8:34). Esto me llena de gozo y confianza.
La lucha no terminó y no sé cuándo terminará, pero Dios ha mostrado Su gracia de muchas maneras: la ayuda de médicos es de gran bendición y hace que la ansiedad esté bajo control; la consejería bíblica me ayuda a llevar mis pensamientos cautivos a la obediencia de Cristo; compartir mi historia con mi iglesia local me permitió tener una comunidad que ora por mí y me alienta en mi caminar con el Señor.
Jesús, el médico de médicos, cuida de mí y me provee de Su gracia cada día. Por lo tanto, «con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí» (2 Co 12:9b).
FERNIE COSGROVE