Sucedió una vez más.
El martes 24 de Mayo, a las 11:32 a. m., un jóven de 18 años de ascendencia hispana entró a Robb Elementary School, una escuela primaria en Uvalde, Texas, y disparó con su rifle semiautomático, quitándole la vida a 19 niños y dos maestras. 21 personas en total. Una tragedia total.
Sucedió una vez más.
Esta es la peor masacre escolar de los últimos diez años en Estados Unidos. La matanza toca en lo profundo de nuestra sensibilidad, en especial por tratarse de niños indefensos que en su mayoría no pasaba los diez años de edad. Como siempre, estas tragedias gatillan un debate interminable sobre la posesión de armas, al que se agrega la delicada cuestión del racismo.
Aunque la iglesia tiene algo que decir al respecto, debemos discernir lo que es apropiado para el momento. Si nuestra respuesta a estos eventos es la misma que ofrece el resto de la sociedad, entonces no tenemos nada diferente que aportar y perderemos la oportunidad de ser escuchados y ofrecer esperanza.
En esta hora, nuestro llamado es más elevado y nuestra responsabilidad va en otra dirección. Por eso me gustaría señalar dos aspectos a considerar mientras procesamos las noticias de esta tragedia.
Una respuesta apropiada
El primer aspecto tiene que ver con la necesidad de una respuesta inicial apropiada de parte de la iglesia ante la injusticia y el dolor. En cada evento trágico, tenemos la responsabilidad y oportunidad de reaccionar de manera consistente con la realidad que enfrentamos. Esto se trata de 21 vidas perdidas, una comunidad conmocionada, y familias y padres desconsolados por la partida temprana de sus hijos.
La respuesta adecuada comienza con un lamento genuino. La iglesia debe lamentar, mostrar pesar ante este hecho y expresar compasión por todos los afectados. Es una ocasión para «llorar con el que llora», como escribió Pablo (Ro 12:15). La empatía es un rasgo que debemos procurar, porque fuimos redimidos por un Salvador que supo empatizar con nuestra miseria y desgracia (Heb 4:15-16).
El lamento es una respuesta preliminar crucial por dos razones. La primera, porque sin el lamento corremos el riesgo de perder nuestra sensibilidad ante las distintas expresiones de maldad y terminemos por normalizar, al menos en nuestra conciencia, lo que no está bien.
Tristemente, masacres como estas son frecuentes en Estados Unidos. Cuando permanecemos pasivos e indiferentes, sin mostrar el rechazo y lamento apropiados, nuestra «percepción espiritual», por decirlo de una manera, se va cauterizando hasta quedar incapaz de compadecerse ante el dolor de un mundo perdido. Nuestra empatía se verá reducida y nuestra capacidad de ofrecer una respuesta de esperanza quedará socavada.
La segunda razón para expresar nuestro lamento tiene que ver con honrar la secuencia bíblica para ofrecer consuelo oportuno. A veces saltamos de la tragedia al consuelo, sin dar espacio para la tristeza. El camino cristiano para responder al dolor y la muerte incluye transitar por el lamento.
No todo comienza lanzando versos bíblicos para tratar de dar sentido a la tragedia. El evangelio de Cristo y la providencia divina son verdades preciosas que serán el fundamento de la paz y consuelo en el dolor, pero debemos evitar la aplicación insensible de «dosis de Escritura».
Esta manera de aplicar la verdad bíblica no se corresponde con la forma en que nosotros mismos lidiamos con las tragedias, pero sobre todo, no es consistente con la sensibilidad ante el dolor que nuestro Señor modeló en los evangelios (Jn 11:35). Dejemos espacio al pesar, la consternación y la pena. Hagamos una pausa para expresar un lamento bíblico cuando el mal golpea de forma tan vil.
Las familias e iglesias cristianas debemos fomentar y modelar esta actitud. Nuestras congregaciones deben elevar oraciones por los parientes afectados y cantar salmos de lamento. Cada hogar debe reunirse alrededor de la mesa para que los padres puedan ofrecer una reflexión bíblica, ponderar estas tragedias y orar juntos.
La enseñanza sobre el sufrimiento
El segundo aspecto que quiero señalar tiene que ver con nuestra responsabilidad frente a los niños, adolescentes y jóvenes, pues fue un adolescente quien le arrebató la vida a una veintena de niños. Esta masacre es, en cierto sentido, un llamado para pensar en la niñez y adolescencia cristiana.
Quizá la mayoría de nuestros hijos no tendrán que sufrir un tiroteo en su salón de clase, pero con seguridad todos ellos enfrentarán situaciones difíciles, desafiantes e incluso trágicas. No podemos dejar que nuestra juventud crezca desconectada de una comprensión correcta de la realidad del mal, el dolor y la injusticia que son moneda corriente del mundo caído.
Más allá de nuestros intentos por proteger a nuestros niños de la maldad de este mundo, no podemos ser ingenuos pensando que los podremos blindar por completo. Debemos aceptar el hecho de que el dolor, la injusticia y el sufrimiento los afectarán de alguna manera, tarde o temprano.
Aquí es donde surge un desafío, porque todos los seres humanos interpretamos el mundo que nos rodea. También nuestros hijos harán una lectura de la desgracia. La visión que tengan del dolor determinará la manera en que respondan ante ello.
Los padres y las iglesias debemos instruir a nuestros hijos en todo el consejo de Dios. Nuestros jóvenes deben cultivar una cosmovisión bíblica que incluya una comprensión de la aflicción y lo que significa vivir en un mundo caído. Debemos recordarles una y otra vez: «En el mundo tendrán aflicción» (Jn 16:33 RVC).
Si descuidamos esta tarea, nuestra jóvenes quedarán vulnerables e indefensos ante las desgracias. La iglesia debe guardarse de esa sobreprotección enfermiza que caracteriza la crianza en nuestra sociedad. Solo forjará una generación de ciudadanos débiles y endebles, sin argumentos para explicar el sufrimiento e incapaces de enfrentar el mundo.
Es posible que desgracias como estas sucedan nuevamente. Por eso la iglesia debe llorar con los que lloran y practicar el arte del lamento, para que la esperanza del evangelio sea recibida y apreciada correctamente. También preparemos nuestra futura generación para el sufrimiento, ayudándoles a dar sentido a la realidad y enseñándoles el poder, la suficiencia y la gloria del evangelio en las tragedias que vendrán.
GERSON MOREY