No soy lo que podrías llamar un amante de los animales. Salgo a cazar y consumo carne. No se me derrite el corazón al ver gatos o perros bonitos. No estoy a favor de las mascotas domésticas y ciertamente no me refiero a los perros de mi familia como «bebés peludos». (Sí, perdí la batalla sobre tener mascotas en casa). Pero me intrigan las últimas palabras del discurso final que Dios dice a Jonás: «¿y no he de apiadarme Yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de 120,000 personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también muchos animales?» (Jon 4:11).
¿Y también muchos animales? ¿Debemos preocuparnos por los animales?
Si la ciudad de Nínive hubiera sido destruida, los animales también habrían muerto. El sufrimiento de los animales debería haber despertado la compasión del corazón de Jonás, pero no lo hizo. Si compartimos la apatía de Jonás, necesitamos una teología más bíblica sobre los animales.
Breve teología de los animales
¿Cómo podemos resumir lo que la Biblia enseña sobre los animales?
1. Dios se preocupa por los animales.
Los creó deliberadamente y se mostró satisfecho con lo que hizo (Gn 1:20-25). Dada su extravagante diversidad, complejidad, inteligencia y habilidades, es evidente que Dios hizo a los animales para que fueran algo más que sirvientes de los humanos. Los hizo como expresiones de Su belleza y bondad. Los animales alaban a su Creador: «Alaben al Señor desde la tierra, monstruos marinos y todos los abismos… Las fieras y todo el ganado; reptiles y aves que vuelan» (Sal 148:7, 10). No debemos considerar a los animales como simples mercancías. Aunque la imagen de Dios distingue a los seres humanos, la verdad de que los animales son creados por Dios, cuidados por Él e invitados a alabarle debería dejar claro que están revestidos de valor.
2. Dios comisiona a las personas como administradores de sus animales.
Dios llamó a la humanidad a ejercer el dominio sobre Su creación (Sal 50:10-11; Gn 1:28). Una de las primeras tareas que Dios encomendó a las personas fue la de conocer y nombrar a Sus criaturas. Adán y Eva no solo cultivaron la tierra (Gn 2:5), sino que cultivaron toda la creación y fueron responsables, como dice Anthony Hoekema, «de desarrollar todas las potencialidades que se encuentran en la naturaleza».
Más adelante, Dios dio a Israel leyes sobre el cuidado de los animales. Según las Escrituras, los animales tienen derecho a descansar (Dt 5:14; Lv 25:6-7) y a comer su parte justa de la cosecha (Dt 25:4). Las personas piadosas cuidan de sus propios animales (Pr 12:10), de los animales de su prójimo (Dt 22:4) e incluso de los animales de sus enemigos (Éx 23:4-5). Cuando deshonramos a los animales, distorsionamos nuestra responsabilidad de administración ordenada por Dios.
3. Dios conecta el destino de los animales con el destino humano.
Al crear a los seres humanos y a los animales terrestres en el mismo día, y a ambos del polvo de la tierra (Gn 1:24; 2:7), Dios reveló lo que Herman Bavinck llamó «la existencia de un estrecho parentesco entre el hombre y el animal». Lamentablemente, este parentesco significa que los animales cargan con la maldición del pecado humano (Ec 3:19). El diluvio es un trágico recordatorio de esta realidad. En términos más positivos, después del diluvio Dios unió a los animales y a los humanos en un pacto; prometió no volver a destruir la tierra con un diluvio (Gn 9:9-11). Aún ahora, junto con toda la creación, los animales gimen por la llegada de cielos nuevos y tierra nueva (Ro 8:22).
Lecciones de la teología animal
Si no podemos hablar de una teología de los animales, nos estamos negando a iluminar con la luz de la Palabra de Dios una enorme esfera de la realidad. Pero cuando examinamos lo que Dios dice sobre los animales, surgen tres implicaciones prácticas.
1. Debemos recibir a los animales como buenos regalos.
Los animales pueden ser domesticados para que sirvan de compañía y para otras actividades honorables (2 S 12:3; Mr 7:28; Stg 3:7). Las Escrituras aprueban el uso de animales para reducir el esfuerzo humano (Dt 22:10; 25:4); el propio Jesús montó sobre un asno (Mr 11:7). Dios permite amablemente que las personas coman (o no coman) animales y utilicen productos animales (Gn 3:2; 9:3; Pr 27:27; Ez 16:10). Sin embargo, Abraham Kuyper señala: «Es solo porque Dios nos da los animales y además nos da permiso para sacrificarlos y comerlos, es que nosotros, como seres humanos, tenemos derecho a usar a los animales de esta manera». Los animales tienen valor, pero no son sagrados. Aun así, el hecho de que Dios nos proporcione animales para nuestro florecimiento debería llevarnos a alabarle.
2. Debemos honrar el valor de los animales.
La cuestión no es si tenemos dominio sobre los animales, sino cómo vamos a ejercer ese dominio (Gn 1:26). La mayordomía no es un cheque en blanco. Como explicó Kuyper: «La opinión comúnmente aceptada de que la gente puede hacer con un animal lo que quiera solo porque es un animal debe… ser resistida por todos los cristianos porque los animales no son suyos, sino que pertenecen a Dios».
Esto significa que es un pecado maltratar a los animales. «Dominio», explicó John Stott, «no es otra palabra para dominación, y menos aún para destrucción». Charles Spurgeon fue más allá:
Hay que enseñar a los niños a evitar todo lo que se acerque a la crueldad; hay que denunciar con prontitud la destrucción gratuita de los nidos de los pájaros, el apedreamiento de las aves, el apaleamiento de los burros, las molestias a las gallinas y un centenar de pequeñas crueldades a las que a menudo se anima a los niños.
Spurgeon no solo se preocupaba por los animales. Reconocía que la crueldad afecta al carácter. No es de extrañar entonces que abolicionistas cristianos como William Wilberforce y Hannah More también hicieran una vigorosa campaña contra la crueldad hacia los animales. El maltrato a los animales revela nuestra necesidad del Salvador. Y el cuidado de los animales es una marca de piedad: «El justo se preocupa de la vida de su ganado, pero las entrañas de los impíos son crueles» (Pr 12:10).
3. Debemos estudiar a los animales.
Por último, la Biblia anima a mirar a los animales porque ilustran diligencia (Pr 6:6-8), colaboración (30:27) y destreza (30:28). Los animales también nos enseñan el gran valor de una persona (Mt 6:26), sobre la omnipresente providencia de Dios (Sal 36:6; Job 38:39-41) y sobre el carácter de nuestro Salvador (Mt 23:37; Jn 1:29; Ap 5:5). Agustín creía que «el conocimiento de las formas y el significado de la vida animal era una necesidad intelectual». El hombre más sabio del mundo habría estado de acuerdo (1 R 4:33).
Entonces, los animales no eran un punto desechable en el argumento de Dios para que Jonás mostrara compasión por Nínive. Dios espera que una teología bíblica de los animales reoriente el corazón de Su pueblo para que refleje mejor el Suyo.
WILLIAM BOEKESTEIN