Siempre me ha gustado el tema de la organización, pero también puedo confesar que no por ello soy la persona más organizada del mundo. Y creo que con eso nos identificamos la mayoría. La idea de ser más organizadas nos cautiva, el problema es cómo lograrlo.
El espacio de este artículo, y el hecho de que no soy experta en la materia, limita lo que podemos tratar, pero me encantaría compartir contigo algunas cosas que he aprendido con los años y que pudieran ayudarnos a todas. Sin embargo, antes de seguir, es clave que entendamos algo.
Que seamos más o menos organizadas no nos define como mujeres. ¿Qué quiero decir? Que tú y yo somos más que el nivel de orden que logremos en nuestras casas. Nuestra identidad está en Cristo y en Su obra redentora a nuestro favor, no en lo que tú y yo podamos lograr o hacer dentro de las paredes de una casa o incluso en las de nuestro corazón.
Ahora bien, con esa verdad como fundamento, ¿cómo podemos organizarnos más y mejor, y por qué eso es importante? Vamos a contestar primero la segunda pregunta, y luego nos enfocaremos en el cómo del asunto.
El fundamento de nuestra organización
Vivir organizadamente es importante porque, en primer lugar, el tiempo no nos pertenece. Nuestros días son un regalo que Dios nos da (Sal. 118:24) y, como en todo lo demás, debemos honrarle al usarlo. Cuando vivimos sin orden, derrochamos tiempo. Piensa, por ejemplo, en el tiempo que se pierde buscando algo que está fuera de lugar; o las vueltas que damos en el supermercado cuando llegamos sin un plan. Por otra parte, el orden ayuda a hacer la vida en el hogar más placentera.
No es lo mismo caminar como quien realiza una carrera de obstáculos, que tener un espacio dedicado a cada cosa y saber que, si nos levantamos de noche, no estaremos chocando con un sinfín de objetos que quedaron regados en el suelo; o que, si llegara alguien de visita, sería difícil encontrar un espacio donde recibirle debido al desorden. Por supuesto, aquí entra la gracia que debes otorgarte si tienes niños pequeños o si hay un bebé recién nacido que apenas te deja tiempo para una ducha y comer.
Organización en la práctica
En mi caso particular, el desorden me estresa un poco, así que, por el bien de mi familia y el mío propio, trato de buscar orden y organización. Veamos entonces algunas ideas prácticas.
Usa un calendario. Ahora vivimos en la era digital y, si tienes un teléfono inteligente, tienes un calendario a la mano. Crea el hábito de incluir ahí todas las actividades, personales y familiares, desde citas médicas hasta cumpleaños, cenas y recitales de los niños en la escuela. Eso te ayuda a ver cómo están tus días, cuántas cosas son realmente necesarias y cuáles pudieran eliminarse para crear margen. A nosotras las mujeres nos cuesta mucho decir “no”, y eso nos deja sin espacio en a agenda para lo que en verdad importa, crea agotamiento y, como decía al principio, nos impide honrar a Dios con el uso sabio del tiempo. En mi caso, aunque uso el calendario digital, estoy probando uno convencional, impreso, para programar mejor mis semanas y tener un récord de planes y metas.
Haz una lista de tareas. ¿Sabías que quienes vivimos en este siglo tenemos un problema nuevo? Te hablo de la falta de concentración. ¿Lo has notado? Saltamos de una cosa a otra, de una red social a otra, de un artículo a otro en la red, de un correo electrónico a otro, pero no le damos la atención completa a casi nada. Aquí no podemos extendernos en el tema, pero hay algo que sí podemos hacer, y es esa lista. Cuando creamos este hábito, listando primero lo más importante que debemos completar en un día y enfocándonos en terminarlo antes de pasar a otra tarea, nos estamos ayudando y evitamos tener muchos proyectos comenzados y ninguno terminado.
Crea el hábito de hacer un pequeño recorrido por la casa temprano en la mañana (si el tiempo te lo permite y si no, en la noche), para recoger cualquier cosa que esté fuera de lugar. Obviamente, si el desorden se ha ido acumulando, la tarea será más ardua, pero una vez que haya orden, esto lo consideramos un trabajo de mantenimiento.
Si tienes hijos, enséñales desde pequeños a cooperar con el orden del hogar. Esa tarea parece eterna, pero créeme que poco a poco la van asimilando. Recoger los juguetes al terminar, guardar su ropa y zapatos, tender la cama, son quehaceres que según la edad pueden convertirse en su responsabilidad y así ayudarán a hacer de su espacio algo agradable.
Al menos una vez al año haz un inventario de tu clóset con la idea de reducir el contenido. Ten a mano dos bolsas, una para lo que ya está viejo o roto, y otra para lo que pudiera usar alguien más. Por ejemplo, esa blusa que hace meses que no te pones, es muy probable que no la vuelvas a usar. ¿Está en buenas condiciones? A la bolsa de donaciones y si no, a la otra bolsa. Tener demasiado muchas veces contribuye al desorden. Lo mismo debemos hacer con los armarios de nuestros hijos. Y esto aplica no solo a la ropa y los zapatos, también a muchos otros objetos que vamos acumulando. La realidad es que necesitamos mucho menos de lo que pensamos.
Hermana querida, la Palabra del Señor nos exhorta a ser hacendosas en nuestro hogar (Ti. 2:5), es decir, que seamos diligentes en nuestras tareas domésticas. Vivir con orden es parte de ese llamado. No se trata de tener una casa como de Pinterest ni de irnos al extremo de que parezca un museo y no un lugar real donde viven personas. ¡Cuidado! La casa también puede convertirse en un ídolo. Se trata más bien de crear un espacio acogedor y agradable, ordenado, donde también reflejemos el evangelio de Cristo.