Hay ciertos artículos que cuesta escribir, y este será uno de esos. Un tema que hace un par de décadas ni siquiera hubiera cruzado la mente de la mayoría. Sin embargo, ahora no podemos seguir evadiéndolo.
El tema de la pornografía ya no es exclusivo del mundo no cristiano. Es sabido que, tanto fuera como dentro de la iglesia, este pecado se ha propagado como plaga. Honestamente, es una plaga peor que la del coronavirus porque enferma el alma. Pero la razón por la que traigo el tema hoy es porque hace unos años la pornografía era un mal casi exclusivamente masculino. No era un problema femenino. En la cultura actual, tanto hombres como mujeres luchan con ella. Antes de que termines de leer este párrafo y pienses que este asunto no te afecta, te pido, por favor, que sigas leyendo. Nuestras hijas, sobrinas, nietas, amigas, y hermanas de la iglesia pudieran estar sumergidas en esta batalla sin atreverse a decirlo. O quizá eres tú misma y no sabes qué hacer.
Mi especialidad no es la consejería, de modo que estas palabras serán solo un llamado de alerta y una invitación a buscar ayuda si sabes que la necesitas.
Debemos partir sentando una verdad: la pornografía es un pecado. Es un problema del corazón. Como todo pecado, requiere confesión y arrepentimiento. Como todo pecado, no está fuera del alcance de la gracia de Dios. Recuerda, la luz de Cristo es más poderosa que las tinieblas de cualquier pecado.
¿Cuál es el problema con la pornografía y por qué resulta tan dañina? No tendría espacio para abarcarlo todo, pero veamos algunos aspectos.
Empecemos señalando que las imágenes de este tipo muestran a otros seres humanos que fueron creados a imagen de Dios. Verlos como un objeto cuyo fin es producir deseos sexuales a través de ideas fantasiosas de placer denigra la creación de Dios, es pecado.
Hace muchos años escuché que un “pastor” solía aconsejar a los matrimonios que tenían problemas en su intimidad que vieran películas de corte pornográfico. ¡No podía creer lo que me contaban! Sin dudas, este “pastor” había creído una mentira ¡y la estaba compartiendo con otros! Contemplar imágenes de este tipo indefectiblemente tiene la meta de producir dichos deseos desordenados. Sin embargo, Jesús dijo: “Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5:28). Desde luego, aplica a la inversa también. La lujuria, o los deseos no controlados por el Espíritu, no es un problema de unos pocos. Este es un pecado que heredamos y está presente en cierta medida en el corazón de todos.
La pornografía crea un sentido falso de placer porque Dios creó el sexo para ser disfrutado entre dos, un hombre y una mujer, unidos en el pacto del matrimonio. Cualquier otro tipo de placer sexual propiciado por la pornografía es, al final, engañoso. No satisface realmente y es pecado. En el caso particular de la mujer, la pornografía lleva a imaginar cierto comportamiento en los hombres que es solo una falacia cinematográfica y que luego dañará toda relación al crear expectativas irreales y distorsionadas.
La pornografía ha dado alas a una cultura de perversión sexual que persigue arrancar la belleza de lo que Dios creó para el matrimonio y presentarlo simplemente como algo que podemos disfrutar cuándo, cómo y dónde queramos, sin importar nada más. La pornografía es una adicción que, como toda adicción, poco a poco destruye nuestra mente, nuestras relaciones y acaba por arruinar la vida.
Con la llegada de Internet, los teléfonos inteligentes y las redes sociales, este mal cada vez más se asemeja a un monstruo voraz, insaciable, que no tiene fronteras de ningún tipo.
No estamos exentas de vernos tentadas a caer en este pecado. Las revistas, los afiches en las tiendas (piensa en cierta Victoria, por ejemplo), las vallas en las carreteras, los comerciales en la televisión, todos estos anuncios nos muestran una cultura sexualizada, todos buscan atraer nuestros ojos para llegar a nuestro corazón. Si no somos cuidadosas, podemos caer en la trampa. Podemos creer la mentira de que “una mirada o una lectura no me va a dañar”.
Te pregunto, ¿con qué llenas tu pensamiento? Nuestras mentes tienen una capacidad de imaginación maravillosa, tanto para lo bueno como para lo malo. A veces no es necesario ver la imagen porque basta con la descripción. ¿Qué ves en la televisión, el cine, Netflix, etc.? Si una película tiene clasificación R por escenas sexuales, ¿por qué has de verla? Leí en una ocasión, no recuerdo la fuente, que olvidar una imagen nos toma al menos 20 años. ¿Te imaginas? Una sola imagen. Piensa ahora cuántas imágenes pueden bombardear nuestra mente a lo largo de un día, una semana, meses, años…
¿Qué hacer entonces si lo que nos rodea es prácticamente una invitación a aceptar la pornografía como una norma? Tenemos que ser proactivas. Te doy algunas ideas:
1) Huye de lugares y situaciones que puedan provocarte a mirar lo que no debes. “¿Puede un hombre poner fuego en su seno sin que arda su ropa? ¿O puede caminar un hombre sobre carbones encendidos sin que se quemen sus pies?” (Pr 6:27-28).
2) No te entretengas con pensamientos que puedan llevarte a la lujuria. Reemplaza esos pensamientos con lo que nos enseña Pablo: “todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten” (Fil 4:8).
3) Ocupa tu tiempo con actividades que te acerquen más a Cristo y no te inviten a alejarte de Él: tiempo en oración, lectura de la Biblia, libros edificantes para crecer en el conocimiento del Señor y su Palabra. Mientras más llena esté mi mente y mi vida de Él, menos espacios estarán disponibles para el enemigo, sus planes y mis propios deseos lujuriosos: “¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando Tu palabra […] En mi corazón he atesorado Tu palabra, para no pecar contra Ti” (Sal 119:9, 11).
4) Usa filtros en tus dispositivos electrónicos que te ayuden a mantener a raya sitios e información no deseados y provocativos. “El que confía en su propio corazón es un necio, pero el que anda con sabiduría será librado” (Pr 28:26)
5) Si ya te encuentras batallando con esto, ¡corre a buscar ayuda! Esta batalla no es para llaneros solitarios. “Y si alguien puede prevalecer contra el que está solo, dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente” (Ec 4:12).
6) Si ya has caído, este pecado no es imperdonable. ¡Confiésalo al Señor y pide su ayuda! Cristo murió por esto también, ¡y venció! “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Jn 1:9).
Un último consejo: si tienes hijos, conversa con ellos acerca de este tema. No una, ni dos, ni tres, sino muchas veces. Háblales claramente del plan de Dios para la sexualidad y por qué todas estas distorsiones son un producto de la caída, del pecado que mora en todo ser humano y el poder que tienen para destruirnos.
Mi oración es que este artículo sea de ayuda, aunque sea como punto de partida. Si sabes de alguien que pudiera necesitar leerlo, ¡por favor, compártelo!