«Mamá no es genial».
Uno de mis hijos hizo este comentario mientras estábamos reunidos una noche alrededor de la mesa. Inmediatamente me sentí obligada a demostrar lo contrario y procedí a compartir historias «geniales» de mi vida. Le dije: «¿Te he contado la vez que…?» y él me miraba sin impresionarse y se encogía de hombros. El resto de la familia se reía de mis esfuerzos por elevarme a los ojos de mi hijo.
Pronto se me acabaron las historias y me sentí desinflada, condenada a llevar el título de «mamá no genial».
Lo que olvidé en ese momento fue que mi labor como madre no es ser «genial» a los ojos de mis hijos. Mi labor no es brillar con luz propia ni mucho menos. Más bien, mi labor es dirigir a mis hijos hacia otra persona: Dios.
Reflejando a Dios ante nuestros hijos
Como seres creados, fuimos hechos para reflejar la imagen de Aquel que nos hizo. «Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1:27). Así como la luna no tiene luz propia, sino que refleja la luz del sol, nosotros reflejamos la imagen de Dios al mundo que nos rodea. Lo representamos en este mundo, mostrando a los demás quién es Él mientras hacemos lo que Él hace.
Reflejamos la imagen de Dios cuando inventamos creativamente nuevas formas de hacer las cosas o producimos una obra maestra artística. Lo reflejamos cuando descansamos de nuestras labores cada semana, así como Dios descansó en el séptimo día de la creación. Mostramos a los demás quién es Dios cuando somos pacientes, amables y generosos. En todos los ámbitos de la vida, desde nuestro trabajo hasta nuestras relaciones, desde la manera en que utilizamos nuestro tiempo hasta la forma en que respondemos a los demás, desde nuestras palabras hasta nuestra adoración, señalamos a los demás a Dios en la forma en que vivimos nuestras vidas.
Como padres, somos la imagen de nuestro Padre en el cielo cuando formamos a nuestros hijos como Dios nos forma a nosotros.
La Biblia nos dice que Dios es nuestro Padre. A través de la justificación por la fe en Cristo Jesús, entramos en relación con Dios Padre. Él nos adopta como Suyos. Jesús es nuestro hermano mayor y somos coherederos con Él. Como nuestro Padre, Dios provee a nuestras necesidades. Nos instruye, entrena y disciplina. Nos ama y nos sustenta.
Tómate un momento para considerar las formas en que Dios ejerce su paternidad sobre ti. Como tu Padre, te enseña lo que significa ser Su hijo. Seguramente te ha repetido las mismas lecciones una y otra vez con paciencia y gracia. Te consuela en tus miedos. Cuando te desvías hacia el pecado, te disciplina y te muestra el camino de vuelta a la senda estrecha de la vida.
4 maneras en que podemos reflejar a Dios en la crianza de los hijos
Cuando criamos a nuestros hijos como Dios nos cría a nosotros, les presentamos quién es Dios. ¡Qué glorioso privilegio! Padres, podemos ser los primeros en presentar a nuestros hijos al Dios que los ama. Considera cuatro maneras de hacerlo.
1. Consistencia
Nuestro Dios es un Dios consistente. Nunca cambia; es el mismo ayer, hoy y siempre. Cumple lo que dice. Sabemos lo que podemos esperar de Él. Como padres, cuando nos esforzamos por ser consistentes con nuestros hijos, les reflejamos el carácter de Dios. Podemos ser consistentes en nuestras rutinas diarias, en las expectativas que establecemos y en nuestras respuestas a nuestros hijos. Cuanto más sepan nuestros hijos qué esperar de nosotros, más les mostraremos al Padre.
2. Formación
Nuestro Padre nos enseña y nos forma en el camino de la justicia. Nos dice cómo vivir para Él en este mundo. Nos muestra el camino de la sabiduría y nos advierte del camino de la insensatez. Cuando formamos a nuestros hijos en la Palabra de Dios, cuando nos tomamos el tiempo de enseñarles a amar a Dios y a los demás, reflejamos al Padre ante ellos. Cuando les enseñamos lo que está bien y lo que está mal, y lo que es verdadero y falso, les mostramos quién es Dios.
3. Disciplina
Si somos de los que confían en Cristo para la salvación, Jesús tomó nuestro castigo por el pecado en la cruz cuando llevó la ira de Dios. Cuando pecamos, Dios no nos castiga, pues derramó su ira sobre Cristo, pero sí nos disciplina. Nos corrige. Nos muestra nuestro pecado y nos llama al arrepentimiento. Nos da consecuencias para que odiemos el pecado y amemos la justicia. Del mismo modo, cuando disciplinamos a nuestros hijos por sus malas acciones, cuando establecemos límites y cumplimos con las consecuencias, señalamos a nuestros hijos su necesidad del evangelio de la gracia.
4. Paciencia
Nuestro Dios es paciente con nosotros. Tropezamos con el pecado y nos perdona una y otra vez. Aunque nos olvidamos rápidamente de quién es y de lo que ha hecho, y respondemos a los problemas con preocupación y miedo, Dios nos recuerda pacientemente su bondad y fidelidad. Representamos a Dios ante nuestros hijos cuando somos pacientes con su inmadurez. Reflejamos a Dios ante ellos cuando les recordamos las reglas y las consecuencias por romperlas. Señalamos a nuestros hijos a su Padre celestial cuando les respondemos con paciencia en lugar de irritación o frustración.
De todas estas maneras y más, mostramos a nuestros hijos quién es Dios.
Mi hijo tenía razón: no soy una madre genial. Ahora estoy bien con eso. Lo que más importa es que yo refleje a Dios ante mis hijos. Nuestros hijos no necesitan padres con una imagen «genial». Necesitan padres que reflejen la imagen de Dios.
CHRISTINA FOX