A lo largo de nuestro caminar con el Señor aprendemos que las tormentas en la vida son una certeza. Llegan momentos que nos estremecen a tal punto que queremos tirar la toalla y darnos por vencidos. Es una pena ver personas, familias y hasta iglesias destruídas por tormentas que llegaron y no pudieron ser superadas.
Estas son algunas tormentas que atravesó una pareja a lo largo de su servicio al Señor:
Una hija pequeña al borde de la muerte.
Una esposa con fibromialgia y diagnóstico de cáncer que necesitó cirugía.
Una madre con cáncer terminal.
Un padre que necesita diálisis y hemodiálisis.
Una cirugía a corazón abierto del esposo.
Pecados de hijos adultos que causaron gran dolor y sufrimiento.
Traición de personas a quienes amaron y dedicaron tiempo de enseñanza.
Un hermano que muere sin poder asistir a su funeral.
Cuando analizamos el origen de las tormentas a la luz de la Palabra de Dios, podemos llegar a la conclusión de que existen, al menos, tres generadores de tormentas: el ser humano, Satanás y el Señor. Pensemos en algunos ejemplos bíblicos.
El ser humano como generador de tormentas
Una de las grandes tormentas generadas por el ser humano que vemos en la Palabra es la que llegó a la vida del rey David. Estamos hablando de una tormenta que afectó el resto de su vida. En el segundo libro de Samuel se nos cuenta lo siguiente:
Aconteció que en la primavera, en el tiempo cuando los reyes salen a la batalla, David envió a Joab y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas y sitiaron a Rabá. Pero David permaneció en Jerusalén. Al atardecer David se levantó de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey, y desde el terrado vio a una mujer que se estaba bañando; y la mujer era de aspecto muy hermoso (2 S 11:1-2).
¿Cómo David generó su propia tormenta? En primer lugar, siendo rey permaneció en Jerusalén cuando debió haber estado con sus ejércitos en la guerra. Al decidir quedarse en casa, se salió de la voluntad de Dios. Una primera enseñanza es que habrá tormentas cuando estamos fuera de la voluntad de Dios.
En segundo lugar, David miró aquella mujer con lujuria. Esto lo llevó a cometer el pecado que afectó el resto de su vida. Aunque sabemos que David llegó a un verdadero arrepentimiento, tuvo que sufrir las consecuencias de su pecado y otras personas cercanas a él también fueron afectadas. David generó su propia tormenta.
Cuando nos salimos de la voluntad de Dios y nos dejamos arrastrar por el pecado, terminamos provocando grandes tempestades.
Satanás como generador de tormentas
Otra gran tormenta que vemos en la Biblia es la que experimentó Job, esta vez generada por Satanás. Veamos cómo sucedió:
Satanás respondió al Señor: «¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No has hecho Tú una valla alrededor de él, de su casa y de todo lo que tiene, por todos lados? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus posesiones han aumentado en la tierra. Pero extiende ahora Tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no te maldice en Tu misma cara». Entonces el Señor dijo a Satanás: «Todo lo que él tiene está en tu poder; pero no extiendas tu mano sobre él». Y Satanás salió de la presencia del Señor (Job 1:9-12).
Si bien es cierto que Dios permitió los males, fue Satanás el instigador que se movió para crear las tormentas en la vida de este hombre fiel. El dolor y el sufrimiento visitaron a Job de una forma extraordinaria. Sin embargo, la tempestad generada por el enemigo culminó en una mayor bendición, lo que nos permite entender que Dios no desampara a Sus fieles.
Hubiese sido muy fácil para Job hacer lo que algunos hacemos: culpar a Dios y alejarnos de Él al creer que nos abandonó. Pero no es así. Dios no abandonó a Job, ni te ha abandonado a ti. Él está contigo en medio de la tormenta que estás atravesando.
El Señor como generador de tormentas
Veamos una última historia, esta vez en la vida de Jonás. Dios lo llamó, pero él huyó de Su voluntad; se subió a un barco y se alejó del lugar a donde el Señor quería que vaya. Sin embargo, una tempestad le hizo reconocer que era culpable de desobediencia, por lo que fue arrojado al mar y tragado por un gran pez.
Dios generó aquella tormenta en la vida de Jonás para darnos una lección. Muchos cristianos alrededor del mundo, que predican con fervor el evangelio, llegaron a ese punto gracias a las tormentas que Dios permitió en sus vidas, tal como le pasó al profeta.
Es fácil apartarnos del Señor cuando llegan las tormentas a nuestra vida. Pero Dios, que es amoroso y justo, cumple Sus propósitos en nosotros a pesar y a través del dolor y el sufrimiento. A menudo, Él comienza a usar a alguien de una manera extraordinaria después de probarlo con una tempestad. Dios permite que suframos un tiempo para acercarnos a Él y para que podamos decirle «sí, Señor».
Piensa por un momento en estas tres historias y las enseñanzas que recibimos de ellas. El Señor usa Su palabra para edificarnos y enseñarnos a vivir con la mirada puesta en Él y no en las tormentas. Por eso me encantan las siguientes palabras del salmista y espero que sean de ánimo en medio de cualquier tormenta que puedas estar pasando:
Los que siembran con lágrimas, segarán con gritos de júbilo.
El que con lágrimas anda, llevando la semilla de la siembra,
En verdad volverá con gritos de alegría, trayendo sus gavillas (Sal 126:5-6).
¿Recuerdas la pareja de la que te hablé al comienzo y de las tormentas que atravesaron? Esa pareja tiene nombre y apellido, Carlos y Liliana Llambés. Pero a pesar de todo, el Señor ha estado con nosotros en cada una de las tormentas y sabemos que permanecerá con nosotros por el resto de nuestros días porque así lo prometió.
CARLOS LLAMBÉS