El libro de Proverbios nos enseña que, como pensamos dentro de nosotras, así somos (Pr 23:7). Dada la importancia de nuestro carácter, necesitamos entender de qué manera influye en diferentes aspectos vitales de nuestro caminar como mujeres creyentes.
Nuestro carácter determina la manera en la que vemos y respondemos a las adversidades
Nuestras dificultades ponen en evidencia lo que hay dentro de nosotras y nos muestran cuáles son los ídolos de nuestro corazón y las grietas en nuestro carácter. Con cada adversidad, vendrán diferentes decisiones que terminarán llevándonos hacia un lugar u otro: el fortalecimiento de un carácter piadoso a través de la toma de decisiones que contribuyan a nuestra semejanza a Cristo, o el camino de la transgresión en el que elegimos depositar nuestra confianza y someter nuestra voluntad a cualquier otra cosa que no es Dios.
La adversidad revela lo que genuinamente somos. «Nadie ha atravesado una crisis mayor que nuestro Señor Jesucristo en la cruz, donde estuvo clavado y abandonado por el Padre. Y allí en su peor momento exclamó: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34). La cruz fue carácter santo en despliegue o exhibición total».1 Un carácter piadoso, semejante a la imagen de Cristo, es lo que determinará la manera en la que vemos y enfrentamos nuestras circunstancias.
Cuando María recibió la noticia de que estaba embarazada de Aquel que sería el Salvador del mundo, ella era una adolescente que todavía no se había casado con José (Mt 1:18). Una noticia tan increíble como esta pudo haberla llevado al temor y a fijar sus ojos en todo lo que esto podía implicar para ella a nivel social y en su relación con José. Pero eso no fue lo que sucedió. Ella decidió poner su confianza en los planes y propósitos de Dios: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lc 1:38). Su carácter determinó su perspectiva ante las circunstancias.
Un carácter piadoso que ha sido intencionalmente cultivado tendrá una perspectiva apropiada de las circunstancias y reaccionará a ellas conforme a las verdades de las Escrituras. En medio de una crisis económica, una mujer con un carácter piadoso confiará en Aquel que la sustenta y es su proveedor (Sal 37:25). Pero aquella que tiene grandes grietas en su carácter podría responder buscando suplir su necesidad de maneras ilegítimas.
En medio de las heridas de una relación, una mujer con un carácter piadoso tomará la decisión de perdonar y mostrar gracia aun cuando el otro no lo merezca, porque reconoce lo mucho que ella ha recibido de Cristo. Mientras que una mujer con un carácter no cultivado podría buscar la manera de hacer justicia por mano propia y hacer pagar a aquellos que la han herido.
Nuestro carácter determina nuestra perspectiva ante las diferentes circunstancias, y revela lo que genuinamente hay en nuestro interior. ¿La buena noticia? En Cristo hay redención. Cuando hemos visto las grietas de nuestro carácter, Jesús nos invita a ir a Él en arrepentimiento y nos promete que, si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y para limpiarnos (1 Jn 1:9).
¿Qué han revelado las adversidades sobre tu corazón? ¿Dónde está puesta tu confianza? ¿Las decisiones que tomas en medio de las pruebas contribuyen a fortalecer tu carácter o a debilitarlo? Sea cual sea la respuesta a estas preguntas, Jesús te invita a ir a Él y promete que no echará fuera a todo el que se acerque (Jn 6:37).
El carácter determinará nuestra respuesta a las tentaciones
Mientras más moldeado a la imagen de Cristo sea nuestro carácter, más fácil nos será identificar y rechazar las tentaciones que toquen a nuestra puerta. La condición de nuestro carácter determinará nuestra respuesta a las tentaciones. Una mujer con grietas en su carácter verá la tentación como algo que necesita, y será fácilmente arrastrada por su oferta engañosa. Pero cuando la tentación llega a la vida de alguien que, en el poder de Cristo, ha cultivado su carácter, podrá identificarla como tal y tendrá la fortaleza para rechazarla y tomar la vía de escape provista por el Señor ante cada tentación (1 Cor. 10:13).
La vida de José es un gran ejemplo de esto. La esposa de potifar miró a José con deseo y le propuso que se acostara con ella, pero él se rehusó (Gn 39:9). Pero ella siguió insistiendo día tras día hasta que la tentación llegó a tal punto que a José no le quedó más remedio que salir corriendo (Gn 39:12). La fortaleza del carácter de José le permitió identificar la tentación y verla como una gran ofensa contra Dios y contra aquel hombre que había puesto su confianza en él. José no estuvo dispuesto a comprometer sus convicciones. Una respuesta como esa solo es posible en el poder del Espíritu, que obra a través de un carácter firmemente arraigado en Dios.
El carácter impactará mi servicio a los demás
Somos pecadoras que sirven a otras pecadoras. Esta es una realidad escrita en una breve línea, pero con grandes implicaciones para nuestro servicio. En la medida en que tenemos la oportunidad de caminar y servir a otras, nos daremos cuenta de las demandas y las decepciones que a veces supone el servicio.
La falta de gratitud, las expectativas en el lugar incorrecto, las exigencias, el dolor de ver a aquellas a quienes servimos y amamos perseverar en el pecado y la gran responsabilidad que implica servir a otras de una manera que sea agradable a Dios… todo esto no es poca cosa. Si en medio de esto no tenemos un carácter firme, una vida que mantiene sus ojos en el lugar correcto, que recuerda que Jesús es el motivo por el cual hacemos lo que hacemos, terminaremos tirando la toalla ante la primera decepción.
Solo un carácter firme en Cristo nos ayuda a permanecer. Jesús mismo modeló una fortaleza de carácter como nadie más. En medio de la ingratitud y el maltrato de aquellos a quienes servía, por el gozo puesto delante de Él soportó el sufrimiento (He 12:2).
El carácter determinará mi influencia
Vivimos en una generación donde muchos buscan estar en una posición de influencia, pero pocos están dispuestos a cultivar lo que verdaderamente impacta. No podemos perder de vista que Dios es el que da la influencia que tenemos sobre la vida de otros. Es la labor del Espíritu Santo abrir los ojos, dar convicción de pecado, consolar y llevarnos a nosotras y a otras a aplicar las Escrituras. Por otro lado, ciertamente de Dios viene la influencia, pero en Su gracia y bajo Su poder, tenemos la oportunidad de impactar la vida de otros, y ese impacto estará determinado por la fortaleza o la debilidad de nuestro carácter.
En Mateo 23, Jesús le habla a la multitud y a Sus discípulos sobre los fariseos y les dice: «De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen». Estas son palabras fuertes. Jesús está condenando a los fariseos porque no viven lo que predican, sus palabras parecen ser muy piadosas, pero no tienen un carácter que las respalde.
Todas nosotras tenemos personas a nuestro alrededor a las que nuestras vidas pueden ministrar; ya sea que tengas la oportunidad de enseñar con regularidad a otras mujeres, en tu hogar a tus hijos, o que tu vida misma hable en tu lugar de trabajo o con tus distintas relaciones. ¿Pueden otros decir que la manera en la que vives ha impactado sus vidas? ¿O estas palabras de Jesús a los fariseos se aplican a ti también? Nuestro carácter, eso que somos internamente, tendrá un impacto para bien o para mal en aquellos a los que tenemos la oportunidad de ministrar.
Cómo cultivamos nuestro carácter
Hay un botón que a veces me gustaría que existiera. Uno que pudieras presionar y todo lo que quieras lograr quede listo al instante. Necesito limpiar mi casa, concluir un proyecto o si quiero aprender algo nuevo, presiono el botón y ¡listo! Pero la idea de este botón no es real y tampoco sería algo bueno para nuestras vidas, porque cada proceso en pos de algo es lo que nos da la oportunidad de crecer. No existe un botón para el crecimiento de nuestro carácter. Como creyentes que queremos ser más y más como Cristo, necesitamos ser intencionales en cultivarlo.
Ahora, déjame dejar algo en claro: en última instancia, el crecimiento de nuestro carácter descansa en la gracia y el obrar de Dios. Él es el que obra en y a través de nosotras pero, al mismo tiempo, Él mismo nos llama a buscar crecer (Fil 2:12-13). Cultivar nuestro carácter requiere perseverancia. No es una acción de un momento. Es la tarea de toda una vida.
PATRICIA NAMNÚN